Ese término se emplea como “argumento”, junto
con otros eufemismos del tipo de: populistas, demagogos, etc. Y, ¿quién usa
esos adjetivos y porqué?. Lo usan, en el caso de nuestro país ( y en el de
Grecia), los partidos consolidados sobre un sistema electoral favorable a la
formación de oligarquías. En el caso de España, la derecha, heredera del
partido creado por Fraga (ministro franquista), se une en el discurso al PSOE,
partido socialdemócrata que, sobre la base de unas élites partidarias, se
alterna en el poder con la derecha, haciendo renuncia expresa a los mínimos políticos
que definieron su propia existencia hasta culminada la transición
tardofranquista.
Esa Izquierda Radical, plantea, no la
construcción de barricadas, no la expropiación de propiedades y viviendas, no
la colectivización de las explotaciones agrícolas. Plantea, nada más ni nada
menos, un programa que hace frente al discurso hegemónico. Un discurso hegemónico
sustentado por un poder ejecutivo cuyo objetivo expresado a través de las leyes
es la dominación: dominación económica ( sumisión), dominación social ( Ley
mordaza), dominación cultural ( LOCE, recorte de becas, etc). Esa izquierda a
la que se califica con el adjetivo de “radical” es la heredera de la
socialdemocracia gradualista. No plantean
abandonar ni el euro ni Europa; lo que plantea es la reforma, desde la Europa de los financieros a
la Europa de
los y las ciudadanas. Lo que plantea es, convertir la moneda única en un nexo
de unión y no en un arma económica. Lo que plantean, en definitiva, es reformar
el sistema ( no derrocarlo) para devolvérselo a la ciudadanía, protagonista,
ahora sí, de su propio futuro.
Los errores de los que se apropiaron del
término “izquierda”, han provocado convulsiones en la sociedad. Convulsiones
que, a través de la democracia liberal representativa propiciará una profunda
reforma democrática del sistema. Ese mismo sistema al que se aferran las élites
políticas nacidas al albur del franquismo y cuyos objetivos dejaron de ser
compartidos por la sociedad “gracias” a los privilegios que se concedieron a sí
mismos, dándole la espalda a la sociedad que, hoy, desde el sufrimiento, está
decidida a tomar el poder.
El papel de las élites de la izquierda
institucional (PSOE e IU) cambiará. Y lo hará no por convicciones, sino
obligados por la derrota que la ciudadanía les infligirán en las urnas que
hasta el día manejaban con destreza. Y esta derrota podrá significar, o una
catarsis o la practica desaparición de partidos y organizaciones que, fruto de
sus propios errores y contradicciones, han llegado a ser instituciones ajenas a
las clases y sectores sociales a los que decían representar. Si la opción es la
catarsis, posiblemente vuelvan a ser útiles a las clases que los vieron nacer. Si
no es así, miles de militantes que dieron su vida y su libertad por unos
valores, habrán sido las victimas en diferido del entreguismo elitista. Personalmente,
creo en que la única opción es la reforma, al hilo de lo que la sociedad exige,
no para sobrevivir y, posiblemente reproducir los errores, sino para ser
instrumento de la democracia y la justicia social.
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