El PSOE se ha convertido, tras el
“desequilibrio” producido por los resultados del 20D en el blanco de todas las
iras y en el recurso fácil para exculparse de un futuro gobierno de la derecha,
volcando la responsabilidad en un partido que, pese a los malos (malísimos)
resultados electorales, sigue siendo un referente para millones de votantes.
La derecha le “exige” su
responsabilidad institucional, azuzando el fantasma del secesionismo, pero los
ejes sobre los que buscar el posible acuerdo son, además de débiles,
insustanciales: la unidad de España, la posición de España en la unión europea
y la estabilidad económica. Ninguna propuesta que signifique un paso atrás en
el austericidio, ninguna muestra de autocrítica pese a haber perdido las
elecciones, siendo no obstante el partido con mayor número de diputados.
Por la izquierda, el emergente
Podemos exige, en su lista de condiciones o “líneas rojas”, un acuerdo sobre la
celebración de un referéndum en Catalunya. Y lo hace desde un convencimiento
sobre el que, en principio, no cabe duda: su decisión de avanzar en la
resolución de un conflicto que la derecha gobernante ha sido incapaz de solucionar (sino incluso
de afrontar más allá del frentismo españolista del que ha hecho gala desde los
albores de su nacimiento como organización heredera de aquella triste triada:
“una, grande y libre”).
Pero, personalmente, y sin dudar
de la voluntad de Podemos de avanzar en la solución del problema catalán,
considero que Podemos, pese a proponer otras cuestiones de carácter socio
económico de calado, ha puesto un parapeto excesivamente alto para siquiera
empezar a dialogar. Y lo ha hecho ( al margen de la voluntad constructiva de la
que antes hablaba y de la que, en principio no se duda) por un cálculo
electoral: Catalunya ha sido, entre otras ( Euzkadi) comunidades, su principal
granero de votos.
Y, en el PSOE, siguiendo una
dinámica perversa pese a mantenida en el tiempo y en la paciencia de los
sufridos militantes, se “carga” contra el candidato y Secretario General, en un
ejercicio más de torpeza calculada. La sensatez aconsejaba que en la primera
comparecencia del candidato, se hiciese una seria autocrítica y se expresase
una voluntad inequívoca de participar en un acuerdo de progreso. Por el
contrario, el candidato, utiliza el “menos malo de los resultados previstos”
como elemento de fuerza para anunciar que se volverá a presentar a la
Secretaría General, en una huida hacia delante que tensó las ya complicadas
relaciones de equilibrio interno en las que vive instalado el PSOE desde hace
décadas. Esto, provoca, junto a la intención ( en el presumible caso de que la
derecha no pueda sumar apoyos para formar gobierno) de abrir un dialogo para
acordar un gobierno progresista, una airada reacción de los dirigentes
territoriales que, en vez de propiciar un análisis sosegado, se lanzan
desaforados a la defensa de la unidad de España, en un discurso excesivamente
parecido al de la derecha inmovilista.
La sensatez aconsejaba que las
agrupaciones locales, los y las militantes, simpatizantes e incluso votantes,
fueran los que tomaran la voz y definiesen la posición ante la complicada
coyuntura política. Esto, no solo hubiera dado un plus de legitimidad al Comité
Federal, sino que habría abierto la puerta a parte de esas exigencias de mayor
democracia que las calles expresaron y que el partido fue incapaz de escuchar
convenientemente. La resolución ( legítima estatutariamente, sin duda, pero
insuficiente en el nuevo escenario político en el que la ciudadanía nos ha
situado ) del Comité Federal del PSOE adolece de carácter propositivo, cayendo
en la misma dinámica de la que acusa a Podemos: línea roja innegociable. Y al
igual que Podemos, no plantea con claridad (Podemos lo hace hábilmente a
posteriori y sin haber dialogado sobre un aspecto fundamental para dar
viabilidad, por ejemplo, a su Plan de Emergencia Social: la constitución del
parlamento y sus órganos) las líneas socio económicas y de regeneración
democrática prioritarias, algo que únicamente se debe, una vez más, a la
ceguera interesada de una importante parte de sus dirigentes territoriales que
se atribuyen la representación de sus federaciones, sin escuchar ( una vez más)
a sus militantes y, lo que es más importante: a sus votantes.
Creo que el PSOE, pese al
entierro anticipado al que quieren condenarlo sus “nuevos” rivales, tiene un
papel muy importante que desempeñar como referente progresista de muchos y
muchas ciudadanos y ciudadanas, pero para ello, debe abandonar el cainismo, el
presidencialismo excluyente y el paupérrimo liderazgo de algunos y algunas que,
sintiéndose “salvadores”, están condenando ( y en esta ocasión, seria y
definitivamente) al PSOE a la irrelevancia. Esto, junto a un giro que llevase
al PSOE a abstenerse y permitir nuevamente gobernar a la derecha austericida, sería
la triste puntilla a una organización centenaria que, con sus claroscuros, ha
sido fundamental para la construcción del estado de bienestar y libertades en
el que hoy vivimos.