Cada
persona, en la intimidad de sus pensamientos se para de vez en cuando a pensar
en el futuro, suyo personal y el de los suyos y más allegados. Y ve, y lee, y
escucha declaraciones de unos dirigentes a los que entre todos hemos encumbrado
y situado por encima del común de los mortales. Declaraciones sobre la
necesidad de tomar medidas que agreden directamente al corazón de los logros
sociales, de los derechos: el factor humano del estado del bienestar.
Y el
futuro, para esa persona que se para a pensar en cómo llegará a fin de mes, es
negro, muy negro, muy oscuro, como un túnel sin luces que se extiende sin fin
delante de su vida. Y esa persona, y esos miles o cientos o decenas ( da igual)
de personas que creen que las medidas que toma este gobierno y que tomó el
anterior ( bendecido por los instrumentos institucionales del capitalismo) van
a sacarnos del marasmo económico y social donde los especuladores, los
banqueros y los corruptos han metido a medio mundo. Y esas palabras vacías y
falsas son humo y artificio cuyo objetivo es reducir a la sociedad civil a un
amasijo de ciudadanos cobardes y atemorizados dispuestos y dispuestas a aceptar
cualquier cosa a cualquier precio por el mero hecho de sobrevivir.
La
crisis no va a resolverse en un año ni en diez. Lo que si va a resolverse con
claridad y contundencia es la defunción de los derechos y, en su caso, de
algunas libertades individuales y colectivas. Los derechos sociales, los que
consagra la carta de derechos humanos es papel mojado para los “mecánicos”
electos pues los que les dirigen tienen muy claros los objetivos que persiguen
con ésta enésima crisis del sistema: incrementar beneficios a costa de las
personas. La crisis no va a resolverse conteniendo un déficit creado por la
socialización de las perdidas. La crisis no va a resolverse desde los
estamentos elegidos a través de las urnas. La crisis se resolverá sustituyendo
éste sistema por otro más justo y humano: el socialismo.
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