Es una palabra que se usa en demasiadas ocasiones sin tener en cuenta el
contexto, en demasiadas ocasiones sin sentirlo realmente. El hecho de pedir
perdón podría equipararse a pedir excusas, a disculparse, pero no es así. Pedir
perdón, de corazón, duele y libera, pero es un acto que parte de un duro
ejercicio de autocrítica introspectiva. Pedir perdón no sabemos todos, aunque
en el fondo del corazón se sepa que es la palabra exacta que hay que utilizar,
que es la expresión que se quiere escuchar y se quiere decir.
Los políticos, por ejemplo, no piden perdón nunca: son infalibles. Los soberbios
tampoco lo hacen: son poco humanos a pesar de su aspecto.
La misma palabra tiene un significado que prostituye el propio sentimiento:
el sentido religioso de penar los pecados y liberarse de ese hecho o carga
impropia. Pero en la religión pedir perdón se resuelve con una penitencia cuyo
único contenido es el arrepentimiento ante el todo poderoso. En la realidad, pedir
perdón, arrepentirse, no conlleva una aceptación de ese sentimiento, sino todo
lo contrario. En definitiva, que difícil es pedir perdón, aunque se sepa que
esa palabra desembozará las tuberías de los sentimientos.
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