Los analistas y comentaristas siguen
denunciando la dramática situación de nuestra particular crisis, pero, al igual
que pasó en Latinoamérica en la década de los ochenta y en Gran Bretaña de la Thacher , todo tiene un
origen.
La crisis que padecemos no es coyuntural,
sino perfectamente orquestada. Es más: planificada minuciosamente tras la caída
del telón de acero y el “peligro rojo”. La desaparición de la Unión Soviética
supone para el capitalismo occidental ( el capitalismo oriental se situaba tras
el telón de acero en la forma de capitalismo de estado y su fase superior, el
imperialismo pseudo socialista) una liberación y una vía abierta para la puesta
en practica a nivel planetario las doctrinas del ultraliberalismo liderado
políticamente por Reagan y Thacher, e ideológicamente por los oráculos del
capitalismo más salvaje, eufemísticamente denominado neoliberalismo.
Por otro lado, el sistema español, en su
“modélica transición”, consiguió imponer un objetivo que ya en los albores de
la década de los ochenta se teorizaba en los círculos político-económicos de la
“revolución conservadora ultraliberal, o como yo prefiero definirla, la
revolución neofascita bajo mandato de las urnas: quebrar a los sindicatos. La
dependencia económica que se acuerda, maniata a los sindicatos, convirtiéndolos
en meros órganos de reflexión, quitándoles su componente de clase en beneficio
de esa entelequia a la que acordaron definir como “clase media”.
Pero volvamos a reflexionar sobre la
situación actual partiendo de una premisa que para mi es fundamental: todos
(todos) los partidos políticos que “pactaron” la transición, acordaron un
reparto del poder institucional que suponía igualmente la imposición de una
democracia formal y un institucionalismo que sitúa a la ciudadanía (palabra
sustituida por la de consumidor o votante, o contribuyente… evitando las
connotaciones que “ciudadano” tiene como elemento central y sujeto activo de
una sociedad crítica) como sujeto pasivo, secundario, pues por encima de todo
están las instituciones. Esas mismas instituciones que, de espaldas a la
realidad de la miseria, aplauden cien mil puestos de trabajo coyuntural y
precario: el mal menor no lleva a la resignación por mera subsistencia.
El libro de Ignacio Ramonet señala
acertadamente la “arqueología del crac”: los oráculos del neoliberalismo. Si
analizamos los objetivos podremos ver que se cumplen las premisas que los ideólogos
del capitalismo salvaje plantearon. Veamos.
La destrucción creadora.
“Según Joseph Schumpeter, la innovación
tecnológica y la acción del emprendedor, en un marco de libre competencia,
ponen en movimiento la economía. La crisis es para Schumpeter algo “natural” e
incluso “saludable”. Las victimas solo son daños colaterales para los gobiernos
que, obedientes, cumplen con las normas no democráticas dictadas desde estamentos
creados para la salvaguarda del mismo sistema.
El Estado mínimo.
Hayek critica cualquier forma de regulación
en la economía al tiempo que defiende una concepción mínima del Estado, una “democracia
limitada. El objetivo del profeta neoliberal es quitar el poder a las “clases
medias” porque, en definitiva, el Estado “ no
debe garantizar la justicia social.
Violencia capitalista
Milton Friedman defiende la violencia
capitalista porque es necesario “proteger la libertad ante los enemigos y ante
los propios ciudadanos”. La ley y el orden es competencia del Estado, en
defensa del sistema, pero defiende su no ingerencia en el mercado.
En éste caso ( con el ascenso de la
extrema derecha política española al poder) postula que el principal objetivo
del poder es imponer “de modo inmediato cambios económicos radicales,
cualquiera que sea el coste social ( terapia del Shok)
Como podemos ver, los postulados de debilitar a la
sociedad en beneficio de las élites políticas y económicas se cumplen, al igual
que se cumplen las teorías causales que Marx planteo, tales como el colapso del
sistema, la miseria creciente, el incremento del ejercito de desocupados como
fuente de mano de obra barata y sumisa y la conversión de las clases pseudo
burguesas ( no por poseer medios sino solo bienes de consumo) en lumpen, lo
cual garantiza la estabilidad del sistema por el carácter propio de esta “nueva”
clase creada para garantizar el “consenso” social sobre el orden establecido en
base a la recuperación ( posible) de los privilegios de los que gozaron en el
pasado.
Es necesario analizar la crisis desde el
conocimiento, no solo del porqué, sino de los objetivos finales de un sistema
cuyo plan de actuación está absolutamente diseñado y en el que la democracia
parlamentaria sustituye a la voluntad popular, donde la estabilidad financiera
sustituyen a los derechos y la semi esclavitud al trabajo como derecho.
La solución es una nueva forma de
autoorganización social que, utilizando cualquier medio, logre socavar la
situación de privilegio institucional como primer escalón para cambiar la
realidad. Y para ello los partidos tradicionales, los que pactaron la
alternancia y la institucionalidad continuista ( del franquismo) no son útiles.
Únicamente la autoorganización de la sociedad será capaz de llevar a los
actuales instrumentos de poder a ciudadanos y ciudadanas comprometidos con el
futuro, con los derechos y con la dignidad de las personas ante cualquier otra
cosa.
Finiquitado el “terror rojo” es necesario
construir un nuevo poder popular basado en una democracia real, horizontal. Un
nuevo poder donde los derechos y los deberes sociales sean compromisos, donde
los bancos no sean los que dictan las normas sino las que los obedecen. Pero
para ello ( y no descubrimos nada nuevo), es necesario empezar desde abajo,
desde las instituciones donde la ciudadanía puede influir de forma directa: los
Ayuntamientos. Por lo tanto, tomemos los Ayuntamientos y convirtámoslos en órganos
de poder popular, echando a la lacra sectaria que los ocupa en la actualidad,
ya que sus propios partidos son incapaces de hacerlo por amor “ a la moqueta”.
¿Se puede?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario