La violencia de género es un tema de actualidad, y más en estas fechas de repulsa a todo acto violento contra las mujeres. Hay voces discordantes que claman la inutilidad y el rechazo a homenajear a dichas víctimas de maltratos, ya sean físicos, emocionales o de otra índole, ya sea en hogares, ciudades, sociedades o diferentes y diversas culturas del, a mi entender mal llamado, mundo civilizado. ¿Exagerado? En todo caso, insuficiente.
La dominación, humillación, explotación y continua deshonra y menoscabo entre seres humanos es algo que siempre ha existido en nuestra historia. A día de hoy, un momento en el que los - supuestamente - más inteligentes habitantes de este planeta estamos más cerca que nunca unos de otros gracias a las nuevas tecnologías, sería el momento de pararnos a pensar en cómo acabar con esta - presunta - condición inalienable del ser humano. La subyugación de unos sobre otros, gracias o debido a su desigual condición, ya sea hombre o mujer, rico o pobre, explotador u oprimido, en definitiva fuerte contra débil, debe llegar a su fin. La fuerza bruta se emplea cuando no quedan palabras para defender un hecho, algo a lo que, actualmente y gracias a la educación de la que disponemos en, lamentablemente, una pequeña minoría de países del mundo, podríamos eliminar radicalmente para que deje de ser condición y ocupe el lugar que le corresponde en la vieja historia.
Mucho trabajo pendiente por hacer; mucho defensor a ultranza de las grandes degradaciones de este mundo; mucho camino por recorrer para acabar con los abusos de género. Pero esta es la primera piedra para la construcción de un mundo mejor. Un mundo en el que los débiles consigan el sitio que les corresponde. Cada cual debemos ayudar a los demás según lo que seamos capaces y, si queda algo de humanidad en el planeta, cubriremos las necesidades de quien lo necesite porque, en el fondo, todos debemos ser personas y nuestro deber es realizarlo más pronto que tarde.
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