Cuando se
habla de “golpe de estado”, se piensa en un país atrasado, de población
empobrecida, con una economía desequilibrada y la riqueza en manos de unos
pocos… No podemos llegar a pensar que en un país como el nuestro, un estado “moderno”,
se pueda producir un golpe de estado con las tropas en la calle y los cuarteles
alborotados, pero nadie se ha parado a reflexionar sobre los diferentes tipos
de golpe de estado que el capitalismo puede impulsar desde la legalidad de las
estructuras institucionales.
En el caso
de España, el gobierno heredero del franquismo, elegido mayoritariamente por
unos ciudadanos embrutecidos por la desesperación y la incultura política, está
llevando a cabo un golpe de estado sobre los servicios fundamentales con un
objetivo claro: empobrecer a la población, depauperar a la clase trabajadora,
someterla a una miseria tal que pueda continuar aplastada bajo la necesidad y
así ser un instrumento útil a los fines depredadores del sistema.
El enésimo
capítulo es la elección del Presidente del ente TVE. La extrema derecha, que no
tiene suficiente con tener a sus incondicionales bien colocados en la parrilla
mediática del tdt, arremete contra el servicio público de radio y televisión. Antes,
eran necesarios dos tercios del parlamento para designar al Presidente de RTVE,
ahora, con la mayoría absoluta de la que disfruta la extrema derecha, será
suficiente. ¿Porqué?, pues muy sencillo: la autonomía y la independencia de la
radio y la televisión pública no es útil para el objetivo de seguir sometiendo
a la sociedad a la desinformación y la manipulación.
Por todo
ello, nos encontramos ( aunque no seamos suficientemente conscientes) ante un
golpe de estado. La sociedad tiene que reaccionar ante la mentira y la
manipulación continua de los poderes fácticos representados por la mayoría
parlamentaria de la extrema derecha. Y tiene que reaccionar, organizándose y
dando la batalla en la calle, dando la batalla de la conciencia, de las ideas
frente al institucionalismo. Desmontando estructuras partidarias y burocrático
sindicales para devolver el poder a la clase trabajadora, tanto en las
organizaciones políticas como en las sindicales. Oponiéndose a la violencia que
el sistema capitalista y los poderes fácticos ejercen y van a seguir ejerciendo.
No podemos continuar sumidos en la resignación, no podemos aceptar la miseria
como el mal menor y no podemos permitir que con la excusa del parlamentarismo
se sustituya el único poder posible en una democracia: el poder del pueblo.
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