Tras la celebración de la última sesión plenaria, la
cuestión de los “salarios” ha pasado a ser la comidilla de una parte de la
ciudadanía. Los argumentos que cada cual expuso en el Pleno tiene, por
supuesto, legitimidad, pero deberían ser analizados detenidamente porque
expresan, en sí mismo, no solo una serie de contradicciones, sino una posición
tácita por parte de cada uno de los actores implicados en la nueva legislatura.
Por un lado, se observa un discurso demagógico por parte de la
derecha que perdió el poder. Discurso apoyado, con la coincidencia de voto, del
nuevo grupo de Ciudadanos, el cual expresó una posición que, lejos de suponer
una novedad, significada una obviedad ( la división a partes iguales del
presupuesto ) sin que los criterios que defendía como novedosos estuviesen claros..
El argumento del pp, sobre que la “carga” de la rebaja la soporta la oposición
se sustenta, únicamente en el número de miembros del gobierno plural y el
número de componentes de la “oposición”, pues respecto a las cantidades no es
así, y la cifra de remuneraciones de 2014 y la actual así la demuestran.
La posición del grupo Socialista, pese a apoyar las
retribuciones, planteó un argumento basado en el concepto “responsabilidad”,
aunque, en mi opinión, se basa en una mera cuestión de estatus, cuestión que no es novedosa, pues la
conclusión del proceso de negociación estuvo marcada igualmente por una
cuestión de estatus, cuestión que propició que el grupo socialista no entrase
en el gobierno plural.
La cuestión de las remuneraciones se “salvó” gracias al
apoyo del grupo socialista, pero existen demasiadas contradicciones que algunos
de los miembros del nuevo gobierno deben explicar a sus votantes.
Pero, en mi opinión, hay cuestiones que son, en principio,
más preocupantes para la cristalización y consolidación de ese proyecto de
cambio que muchos deseamos. Una de ellas es la cuestión “pendiente” del denominado
personal de confianza.
Algunos de las organizaciones que hoy componen el gobierno
plural, se afanan en explicar lo que antes criticaban vehementemente. Y los
argumentos, siendo contradictorios, entrañan una verdad: los cargos públicos no
tienen , ni deben tener conocimientos específicos: los cargos políticos deben
tener, un programa y las ideas claras sobre los objetivos políticos que se persiguen.
Otro de los argumentos es el nulo asesoramiento que los funcionarios y
funcionarias públicas han realizado o pueden realizar. Esta justificación no se
sustenta, ni en hechos ni en datos, pues el trabajador municipal no ha podido
asesorar dada la red clientelar que el pp había construido a lo largo de más de
dos décadas, premiando el seguidismo y la complacencia a la profesionalidad.
Dicho esto, considero que, si existe una necesidad de mayor
asesoramiento técnico, la administración local tiene una amplia plantilla donde
buscarlo, y no siendo así, dispone de una red de instituciones en las que
apoyarse para dilucidar, en su caso, la legalidad de las políticas y programas.
Y ahondando más si cabe: si fuese necesario un asesoramiento, éste tendría un
costo económico elevado pues a nadie le cabe en la cabeza que un asesor
profesional y experimentado en un campo determinado pueda cobrar como un auxiliar
administrativo.
La figura, controvertida, del personal de confianza, se ha
basado en la necesidad de los partidos políticos en reforzar sus propias
estructuras, así como la de dar cabida institucional a personas por interés
partidario. Los “asesores” han sido, o meros auxiliares administrativos, o
comisarios políticos, o militantes complacientes “merecedores” de algún tipo de
premio o reconocimiento.
No obstante, considero que contar con otras opiniones, en
primer lugar supone una delegación de poder, que bien podría recaer, o en
personal público o en militantes que, de forma altruista prestasen colaboración
o consejo a sus organizaciones. Igualmente, existe una vía no explorada que es
la creación de becas remuneradas destinadas a estudiantes de diferentes
especialidades, formados pero sin experiencia laboral, pero deseosos de poner
en practica sus conocimientos y, porque no, de colaborar en el desarrollo de
nuevas políticas más acordes con las demandas y necesidades de una sociedad
cada día más desigual. Pero para
aplicar, por ejemplo la primera vía, se precisaría, tanto un compromiso como
una actitud humilde del cargo público respecto a sus propios compañeros, sin
que los y las que opinen sean vistos, ni como adversarios, ni como
entrometidos: el concejal o la concejal, no debe saber de todo, pero tampoco
puede tener el conocimiento universal (un
estatus “adquirido” que debería ser superado)que parece dotar a los
cargos públicos una vez tomada posesión.
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