Los sindicatos mayoritarios son, pese a la todavía imagen
simbólica de “sindicatos de clase”, parte del problema institucional que la
sociedad percibe y rechaza pero, ¿realmente son un problema, realmente son o
siguen siendo útiles a la sociedad?.
Plantear esta pregunta no es baladí, pues si la desafección
de la sociedad hacia los partidos es un hecho, y se ha manifestado en la
emergencia de alternativas a los, hasta hoy, instrumentos para el mantenimiento
del estatus quo; respecto a los sindicatos mayoritarios ha pasado algo similar,
pero con una repercusión mediática menor y la no emergencia de alternativas,
digamos: viables.
El sindicato es una herramienta; un instrumento para la
defensa de los y las trabajadores y trabajadoras pero, al mismo tiempo, fue y
debe recuperar el carácter de movimiento social que propició importantes
movilizaciones y cambios en la sociedad, antes, durante y después de superada
la transición a la democracia representativa de la que hoy “gozamos”. Pero, al
igual que los partidos que hasta ahora representaban el mantenimiento y la
reproducción ( aunque con matices, algunos importantes y otros meramente
simbólicos o discursivos) del sistema “sufrieron” un proceso de
institucionalización, a los sindicatos les ocurrió lo mismo.
La garantía de un nivel de representatividad institucional “garantizó”
a los sindicatos de clase una serie de, digamos, privilegios: liberados
institucionales, acumulación de horas, subvenciones, formación, etc. Y estos
instrumentos, que deberían haber servido para avanzar en un trabajo sindical
dirigido a reforzar la unidad de los y las trabajadores y trabajadoras,
sirvieron para construir élites sindicales.
Algunos ven en la crítica a las todavía existentes élites
sindicales un ataque mismo al sindicalismo, cuando es todo lo contrario: una
reivindicación del papel de los sindicatos como instrumento de lucha y unidad
de una clase trabajadora atomizada, disgregada y diluida en intereses
sectoriales, algo que ha propiciado el “sálvese el que pueda”, mirando de reojo
al de al lado para, o envidiar su situación o para ponerse de perfil, no sea
que la miseria se acerque demasiado a la precariedad general que todos
sufrimos.
Los sindicatos son y deben seguir siendo útiles: los
trabajadores y trabajadoras no tenemos otra herramienta para defendernos de los
ataques de los crecidos empresarios que, gracias a las sucesivas reformas
laborales y a un clima de individualización de las relaciones laborales tiene,
hoy más si cabe, la sartén por el mango: todo sea por la productividad y el
empleo, aunque éste sea precario y no nos saque de la miseria ( no solo
económica) en la que pataleamos para seguir a flote.
Quiero finalizar con dos detalles que, en mi opinión,
inciden en la perentoria necesidad de reconstruir el movimiento sindical, pero
desde abajo. El primero, las declaraciones de los dirigentes sindicales sobre
un “logro” para las trabajadoras de la administración sobre bajas por embarazo:
¿sólo para las trabajadoras de la administración?, ¿eso es un logro?: sí, pero
un logro sectorial que nos divide y nos enfrenta a los precarios en una guerra
en la que la manipulación, sumada a la torpeza sindical, añaden leña a un fuego
que solo calienta a los poderosos.
El segundo detalle: declaraciones de dirigentes sindicales
sobre “haber logrado” que la administración “devolviese” derechos sustraídos a
los trabajadores y trabajadoras públicos. ¿Solo para los trabajadores
públicos?, ¿logro?, ¿fruto de la lucha?: la administración, en su táctica electoralista
( la misma que parecen motivar las declaraciones, pues si no es así, no lo
entiendo) ha “concedido” algunas cosas a los empleados públicos ( un sector
sobre el que tendríamos que reflexionar tranquilamente: corporativismo,
insolidaridad, etc. pese a estar en situación de encabezar la solidaridad entre la clase trabajadora y la lucha por la
recuperación de la dignidad; pero ya se sabe:¡ sálvese el que pueda!). Las “movilizaciones”,
escasamente seguidas, han servido para poco o más bien para nada, así que los “logros”
no son tales, sino concesiones: ¡menos retórica tacticista y más reflexión
compañeros!.
Sí, creo en el sindicalismo. Sí, creo en los partidos, pero
como instrumentos y no como fines para la acomodación de nuevas-viejas élites. La
construcción de una alternativa pasa, en mi opinión, por la reconstrucción de
los partidos y sindicatos más allá del papel institucional: en la calle, codo a
codo con los parados y paradas, con los precarios , con los jóvenes.
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