¿Somos los y las trabajadores y trabajadoras públicos igual
que el resto?: básicamente, sí. Nos diferencia nuestro estatuto y la
legislación por la que nos regimos, pero en lo fundamental, somos iguales, con
matices. Los y las trabajadores del sector privado, están sometidos a una
estrategia de precarización que, aunque aparentemente no lo parezca, también
nos afecta a los y las trabajadores y trabajadoras públicos. Pero no voy a
filosofar sobre esa otra estrategia que, proveniente desde diferentes sectores,
cuestiona y enfrenta a los y las trabajadores entre si con un objetivo:
atomizar los intereses de la clase trabajadora para así disponer de una mayor, digamos;
disponibilidad a la hora de aceptar recortes y precariedad. Voy a centrarme en
un concepto retributivo que nos situará frente a un principio ético: la
solidaridad.
Los trabajadores y trabajadoras del sector privado, “gracias”
a la sucesión de reformas y a la debilidad estructural del tejido económico
productivo, se encuentran en una gravísima situación en la que, ni teniendo
trabajo se deja de ser pobre ( ver datos de Encuesta de Condiciones de Vida del
INE 2014). La reformas laborales aprobadas no han incidido en un cambio de
modelo productivo, pero si lo han hecho en las condiciones de vida de los y las
trabajadores y trabajadoras. Los empleados públicos no estamos exentos de este “empobrecimiento”,
ya que, a la privatización ( gustan de llamar “externalización), bajadas de
salario y congelaciones varias, hay que sumar la estrategia que reúne todos
estos parámetros de precariedad: desmontar los servicios públicos para
igualarnos a todos y todas en la pobreza y así poder contar con lo que, ya Marx
denominó el Ejercito de Reserva ( paro y precariedad estructural para mejor y
mayor disposición de mano de obra barata, donde la competencia entre los pobres
propicie un crecimiento de ese otro objetivo: individualización extrema del
individuo, que es igual a la competición o guerra entre los y las trabajadores y
trabajadoras por ocupar cualquier empleo a cualquier precio).
El concepto retributivo al que quiero referirme es: horas
extras o servicios extraordinarios. Y el principio, como decía; el de
solidaridad, entendida ésta como la concienciación de compartir situación
social, al margen ( y parece fácil decirlo…) de la estabilidad laboral que se
tenga.
Las horas extras en la empresa privada se ha generalizado
como un método de doblar la producción con los mismos ( o menores) costes
laborales. Estas horas, se realizan, no ya de forma extraordinaria, sino como
parte estructural de la producción, siendo de obligada de realización y de
dudosa compensación en muchas empresas. En las instituciones públicas ( al
menos en la que yo presto mis servicios), los servicios extraordinarios
ascienden, presupuestariamente ( presupuesto 2014 prorrogado) a más de cien mil
euros. Y la pregunta que conecta el concepto retributivo y el principio de
solidaridad, ¿deben realizar servicios extraordinarios los y las trabajadores y
trabajadoras municipales?. Legitimamente, si. Pero la cuestión ya no es
siquiera la legitimidad, sino la ética.
Los trabajadores y trabajadoras públicos “deberíamos” ser
los que rompiésemos ( por estabilidad) la dinámica de atomización y
enfrentamiento, convirtiéndonos en un tipo de “vanguardia” de los derechos:
luchar por que las externalizaciones no se realicen, porque se fomente el
autoempleo local, la creación de bolsas de trabajo temporal, los servicios
gestionados con objetivos sociolaborales, etc.
Por el contrario, con el tiempo nos hemos convertido en una especie de
élite laboral ( vilipendiada, si, pero envidiada, también) que olvida dos
principios básicos: siendo trabajadores, prestamos servicios a la ciudadanía (
lo que presupone una cierta vocación de servicio), y debido a nuestra
estabilidad, deberíamos fomentar y potenciar una conciencia colectiva que
obligase a las estructuras políticas a preocuparse, no por las movilizaciones
sectoriales, sino por una movilización general y transversal (laboralmente
hablando).
Personalmente creo que, ese principio que otorga a todo
aquel que cree que es necesario recuperar la solidaridad el atributo de “tonto”,
debe ser combatido, y si exigimos a nuestros representantes principios y ética,
nosotros, como servidores públicos profesionales deberíamos asumirlo como parte
de nuestro necesario adn.
Repartir el potencial empleo que las administraciones
locales tienen a su disposición no resolverá un problema en el que, por
competencias y por dimensión, poca incidencia tienen las acciones locales, pero
si puede paliar las situaciones de mayor gravedad: inserción laboral de jóvenes
y reinserción de mayores; situaciones familiares extremas, etc.
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