Mucha gente ( no voy a pecar de soberbio, afirmando que es
la sociedad en su conjunto) opina sobre los partidos políticos. Y es una
opinión legítima, pues es el poseedor o poseedora del instrumento que confiere
el papel que tienen esos partidos y coaliciones como representantes
institucionales de la voluntad popular expresada un día determinado en función
de unos criterios determinados ( o indeterminados, porque las emociones son
pulsiones pero no criterios). Muchos y muchas consideran que es necesario
acabar con la situación de deslegitimación a la que han llegado, a través de
prácticas claramente endogámicas, los partidos que nos han representado desde
la instauración de la democracia representativa en la que vivimos. Pero lo que
esos y esas muchos y muchas no han valorado todavía es que, no solo en la
jornada electoral se tiene la responsabilidad, sino que, si así se asume, se
tiene de forma cotidiana. Me explico.
Una organización política, se fundamenta en el compromiso (
el que sea) de sus militantes. La democratización o no de una institución
social de éste tipo no depende de un buen o mal resultado electoral: de éste,
en todo caso, dependerá la adaptación del discurso y la sustitución o no de
determinados líderes, pero no su dinámica interna en si. Para cambiar el rumbo
de las decisiones en una organización democrática; dentro de ese modelo
representativo en el que vivimos en el que el 51 se impone al 49, la decisión
de participar ( al margen de las personas que estén o dejen de estar) es
fundamental. La militancia, con la responsabilidad que conlleva, tiene en su
mano cambiar, no solo líderes, sino líneas y programas políticos. De ahí, que
uno de los primeros escalones que la ciudadanía tiene que subir ( si el
objetivo es recuperar el protagonismo que el sistema le ha ido quitando hasta
convertirla en mero votante, consumidor, cliente, etc) es el compromiso con los partidos,
coaliciones o movimientos políticos. Evidentemente, no es necesario estar en
posesión de un carnet ( aunque sería lo ideal) sino de ese carácter crítico
hacia los que hemos señalado ( con nuestro voto) como nuestros representantes,
exigiéndoles de forma permanente, el cumplimiento de los programas; de un
comportamiento ético, de una moralidad acorde con las ideas que defienden,
etc.
Ser un mero sujeto pasivo ( que es, resumiendo de forma
basta lo que supone la democracia representativa), que adquiere protagonismo
únicamente en períodos electorales, no va a propiciar un cambio sustancial,
produciéndose en la mayoría de los casos una mera sustitución de personas (
que, emocionalmente nos caerán mejor o peor) pero no de políticas, que es lo
que nos afecta. Convertirnos en sujetos activos requiere, evidentemente de un
esfuerzo, y no todos están en disposición de hacerlo ( por voluntad o por
preparación), pero los que si se ocupan y preocupan públicamente de las
cuestiones cotidianas de la política, sí deberían involucrarse activamente en
el cambio que anhelan o desean, empezando, como no, por ese partido político
que suscita nuestro interés o que representa, en líneas generales, nuestras
inquietudes ideológicas. De ahí vendrán cambios; solo de la delegación del
voto, únicamente vendrán, siendo positivos, frustraciones y desilusiones
periódicas. Yo, personalmente, he decidido asumir el compromiso que considero
que tengo como ciudadano con el partido que creo que representa mis ideas, al
margen de los que están o puedan estar; al margen de lo que se haya hecho o
dejado de hacer creo que, abandonar el papel de mero opinador público es un
compromiso que personalmente tengo que asumir sin más objetivos que incidir o
aportar individualmente en la construcción, como mínimo, de esa cotidianidad
más justa, democrática y aceptable para mi futuro y el de los míos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario