Estas tres reflexiones serían adecuadas si, en el marco de
una autocrítica, el partido emergente de la “ni izquierda ni derecha”, se
plantease realmente dejar, aunque solo sea por un momento, el tacticismo
electoral y abordar algo que, reclamándoselo a otros, parecen incapaces de
realizar ellos mismos.
Quisieron ser, y así lo dijeron, el partido; el movimiento
social que venía a renovar la “vieja” política, a democratizar definitivamente
el sistema político con unos instrumentos absolutamente revolucionarios: ética,
valores, compromiso, democracia radical… La realidad ( al menos en lo más
cercano) es que, lejos de un cambio más o menos simbólico, lo que ha ocurrido
es una rápida y eficaz adaptación al medio. El funcionalismo que impera en las
estructuras políticas ha “fagocitado” aquellas intenciones que han quedado en
mero “buenismo”.
Está claro, que esta reflexión será entendida como una
crítica extemporánea e incluso injusta, cuando lo único que realmente es, una reflexión externa y, evidentemente
subjetiva, cuyo único objetivo es, si acaso, provocar un debate. No obstante,
asumo que se me tache, por enésima ocasión, como “enemigo”, máxime por los que
nunca han sido amigos.
En el camino electoral se han quedado compromisos que en mi
opinión marcaban claramente diferencias con la “vieja” política: el
asamblearismo radical y, por consiguiente la democracia cotidiana, era un
elemento claramente diferenciador respecto de los “viejos” representantes
políticos. La ética, entendida como cumplimiento de las promesas y compromisos,
también ha quedado relegada, siempre ( como no) en beneficio de la estabilidad
institucional. Cuestiones que suponían líneas infranqueables, han quedado como
meras anécdotas de campaña. Lo importante, en esa adaptación “funcional” es que
la institución siga funcionando con unas dinámicas más o menos similares.
No obstante, si que se puede señalar un cambio cualitativo:
la imagen que los otrora defensores de las líneas rojas infranqueables
transmiten no es la misma ( ni de lejos) que los que antes ocupaban los puestos
de responsabilidad institucional. Es cierto, son más accesibles e incluso más
dialogantes, aunque conociendo como conozco el “virus” que recorre la
administración, mi pregunta es, ¿hasta cuándo? ( el virus al que me refiero es
esa rara dolencia que convierte a las personas dialogantes y humildes en “expertos
incuestionables” conocedores de todas y cada una de las cuestiones municipales,
pese a que hasta hace poco, se desconocían…).
¿Porqué está reflexión?. Simplemente porque considero que es
necesario que los que dijeron que eran y representaban una regeneración ética,
estética y política, no pueden, simple y llanamente, “adaptarse” sin más, abandonando
los principios que ilusionaron a muchos y muchas vecinos y vecinas. Creo que el
discurso, si no es coherente con la práctica, cae en la misma contradicción que
los “emergentes” criticaron en los representantes de la “vieja” política, y
esto, en mi opinión es, además de impresentable, un paso atrás para el cambio
que nuestro sistema político más cercano necesitaba y necesita.
Criticar al partido de la “vieja” política, cuando en muy
poco tiempo se ha recorrido el mismo camino que éste recorrió durante décadas (
de partido de clase a partido atrapalotodo, de partido transformador a partido
del sistema y para el sistema…) es una paradoja demasiado importante como para obviarla
en beneficio de la “estabilidad” institucional.
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