Andrés Perelló*
Tras los escasos progresos registrados en Nueva York, en Bangkok y en el G-20 de Pittsburg, sobre la cumbre de Barcelona del próximo 2 de noviembre planea una sensación de frustración y de urgencia a la que contribuyen, sin duda, el atasco en Washington de las propuestas presentadas por Obama, la negativa de China e India a aceptar un techo de emisiones para no "limitar su crecimiento económico", o las declaraciones sin compromisos de potencias emergentes como Brasil.
El escollo de las negociaciones es, básicamente, de carácter económico, tanto por el coste que va a suponer para cada país mitigar el cambio climático y cumplir los compromisos de reducción de emisiones, como por la necesidad urgente de movilizar recursos financieros de los más ricos para ayudar a los países en desarrollo a hacer frente a este gran reto. Ya que los países pobres que no quieren pagar la factura de las consecuencias de la industrialización de los países ricos. El propio Banco Mundial estima que los países en desarrollo van a soportar el 80% de las consecuencias del cambio climático mientras que sólo son responsadles del 30% de las emisiones de CO2. "Esto no es sólo ciencia, es un problema moral" decía el arzobispo Desmond Tutu.
Entre los que irán a Copenhague hay quien ve en la crisis financiera y económica mundial la excusa para no avanzar en los compromisos, cuando en realidad la crisis debería ser el inicio de un nuevo modelo sostenible, generador de riqueza y de oportunidades. Si el cambio climático es el síntoma más claro de que el actual modelo socioeconómico es insostenible, la crisis económica ha de servir para modificar sus estructuras.
Así lo ven más de 600 empresarios de todo el mundo, que se dirigieron a la Asamblea de Nueva York, para solicitar que la crisis no constituya una excusa que retrase las medidas contra el cambio climático, sino que sirva para impulsarlas convirtiéndolas en oportunidades de negocio.
Lo demuestra un informe del Banco HSBC reflejando que, a nivel mundial, las empresas que desarrollan servicios y productos para prevenir el cambio climático tuvieron en 2008 unos ingresos superiores a 358.000 millones de euros y prevé más de 1,35 billones de euros en 2020.
La rentabilidad en el uso de las energías renovables está acreditada. Recientemente, el Instituto Nacional de Energías Renovables norteamericano citaba como modelo a seguir el de la industria eólica española que cubrió el 11,5% de la demanda energética del 2008 generando además 40.000 empleos.
En Copenhague hemos de conseguir, el compromiso vinculante de reducciones para todos los países industrializados ( incluyendo un mercado de emisiones lo más amplio posible y ayuda financiera suficiente para los países en desarrollo), y la voluntad política firme de cambiar el modelo de crecimiento. Porque, como dice Achim Steiner, director del PNUMA, "después de Copenhague ya no hay Plan B".
El escollo de las negociaciones es, básicamente, de carácter económico, tanto por el coste que va a suponer para cada país mitigar el cambio climático y cumplir los compromisos de reducción de emisiones, como por la necesidad urgente de movilizar recursos financieros de los más ricos para ayudar a los países en desarrollo a hacer frente a este gran reto. Ya que los países pobres que no quieren pagar la factura de las consecuencias de la industrialización de los países ricos. El propio Banco Mundial estima que los países en desarrollo van a soportar el 80% de las consecuencias del cambio climático mientras que sólo son responsadles del 30% de las emisiones de CO2. "Esto no es sólo ciencia, es un problema moral" decía el arzobispo Desmond Tutu.
Entre los que irán a Copenhague hay quien ve en la crisis financiera y económica mundial la excusa para no avanzar en los compromisos, cuando en realidad la crisis debería ser el inicio de un nuevo modelo sostenible, generador de riqueza y de oportunidades. Si el cambio climático es el síntoma más claro de que el actual modelo socioeconómico es insostenible, la crisis económica ha de servir para modificar sus estructuras.
Así lo ven más de 600 empresarios de todo el mundo, que se dirigieron a la Asamblea de Nueva York, para solicitar que la crisis no constituya una excusa que retrase las medidas contra el cambio climático, sino que sirva para impulsarlas convirtiéndolas en oportunidades de negocio.
Lo demuestra un informe del Banco HSBC reflejando que, a nivel mundial, las empresas que desarrollan servicios y productos para prevenir el cambio climático tuvieron en 2008 unos ingresos superiores a 358.000 millones de euros y prevé más de 1,35 billones de euros en 2020.
La rentabilidad en el uso de las energías renovables está acreditada. Recientemente, el Instituto Nacional de Energías Renovables norteamericano citaba como modelo a seguir el de la industria eólica española que cubrió el 11,5% de la demanda energética del 2008 generando además 40.000 empleos.
En Copenhague hemos de conseguir, el compromiso vinculante de reducciones para todos los países industrializados ( incluyendo un mercado de emisiones lo más amplio posible y ayuda financiera suficiente para los países en desarrollo), y la voluntad política firme de cambiar el modelo de crecimiento. Porque, como dice Achim Steiner, director del PNUMA, "después de Copenhague ya no hay Plan B".
*Andrés Perelló. Eurodiputado. Delegado Oficial a la Cumbre de Copenhague.
Miembro de la coordinadora federal de Izquierda Socialista-PSOE y de la coordinadora de País Valenciano d'Esquerra Socialista-PSPV-PSOE.
Miembro de la coordinadora federal de Izquierda Socialista-PSOE y de la coordinadora de País Valenciano d'Esquerra Socialista-PSPV-PSOE.
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