Más
allá del líder o cara popular y visible de un partido u organización política,
debe haber más vida; no es lógico que una estática orgánica basada en
estructuras claramente oligárquicas condicione la existencia en si del partido
político. Y no es lógico, en la dinámica en la que estamos inmersos, pues ésta
está marcada por la exigencia de cambios y transformaciones que reviertan, en
lo posible, la profunda desafección de
la sociedad respecto a la política.
La
designación de candidatos, además de por el debate orgánico, debería haber
pasado por algún tipo de “tamiz” social, lo cual hubiera demostrado que, además
de la legítima ambición personal (entendiendo ambición por voluntad de
trabajo), existen unos planteamientos acorde con esos cambios que la sociedad
exige.
Por
otro lado está el programa (esa relación de intenciones u objetivos que el
partido quiere plantear a la sociedad) político que sustentará a la candidatura
y que debería servir de hoja de ruta de la acción política. Un programa que
tendría que ser debatido previamente, dando la oportunidad a la sociedad (esa
sociedad civil organizada o a la opinión pública en general) de poder expresar
e incluso aportar ideas, inquietudes o propuestas para su discusión.
Está
claro que en un marco institucional, donde la derecha ha dirigido el rumbo
municipal durante más de veinte años, alguna alternativa hay que plantear, pues
el bucle social y político hay que superarlo de forma urgente. Y ahí, juega un
papel fundamental la apertura de las organizaciones a la sociedad: no el
discurso complaciente de, “decidnos que queréis, para que tomemos nota”. Sino
esas líneas y compromisos que son inherentes a una organización política, por
principios, por valores y, porque no, por ideología.
Evidentemente,
de la derecha(insertada en muchos y diversos partidos de diferente definición
teórica) no se espera que de un paso al frente y se ponga junto a la sociedad
civil, pues ésta esta exigiendo transformaciones que la derecha no está
dispuesta a permitir, ni por principios, ni por valores ni por ideología. Y no
lo está, simplemente porque la actividad política la concibe tal cual se
desarrolla actualmente: por delegación excluyente. Y ahí la izquierda, los
movimientos y organizaciones progresistas tienen la obligación de romper una
dinámica cuyo objetivo no es otro que seguir sometiendo a la sociedad al papel
de “mayoría silenciosa”. Esto debería ser un punto de inflexión en el diseño
del proyecto alternativo: la “sociedad gobernante” no debe seguir prevaleciendo
sobre la sociedad civil. Se ha de superar una estática cuyo contenido es
rechazado mayoritariamente por la gente con procedencia ideológica
verdaderamente transversal, y de ahí, la necesidad de cambios. Y esos cambios,
no deberían ser vistos como “copias”, sino como obligaciones y compromisos
asumidos por las organizaciones políticas en el marco de un verdadero cambio de
régimen.
En mi
opinión, que las “caras de los carteles” sean unos u otras es, únicamente
relevante en cuanto a la impronta personal ( que no personalista), pero
personalmente considero que esta impronta tendría que tener como condición la
aceptación de un proyecto; de unas líneas generales y unos principios que
rigiesen la acción política.
La
democracia ( y aunque sea una obviedad, hay que recordarlo), no es solo el
ejercicio cuatrianual del voto. Pero para conseguir la implicación social hay
que dar el primer paso, cuestión que parece ser más dificultosa de lo que
pudiera parecer ( el discurso y la práctica, se contradicen en demasiadas ocasiones),
aunque no es imposible. Para avanzar hacia una sociedad efectiva (y no solo
formal),desde la opinión pública
discusiva ( la de la calle, la de los bares) a una organizada y participativa,
imbuyendo, progresiva pero incesantemente, a todas las estructuras sociales la
cultura de la corresponsabilidad.
Se
que puede parecer un discurso excesivamente retórico e incluso complejo, pero
en mi opinión, lo verdaderamente retórico, e incluso demagógico, es hablar de
democracia cuando lo que en realidad se quiere decir es; sistema electoral
donde los delegados asumen durante cuatro años las decisiones sin contar con
nadie ni dar cuenta a nadie de su trabajo, y cuando se dirigen a la ciudadanía,
es únicamente buscando el eco mediático o el reconocimiento, y no el debate y
la implicación.
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