Ante
los atónitos ojos de la ciudadanía, se presentan día si y día también, las
miserias de un sistema que parece haberse materializado de la nada a pesar de
haber estado siempre ante nosotros. La desafección (palabra que significaría
que un día hubo afecto, pero que se perdió en el camino) avanza, sembrando a su
paso, o desilusión o, en la mayoría de las veces, un cabreo infinito. Y este
sentimiento, se va concretando, aligerando la “mayoría silenciosa” y nutriendo
las filas de los y las que consideran que ha llegado el momento de impulsar
democráticamente y cambio profundo y sustancial. Pero, ¿sobre qué bases se
debería producir el cambio?. La cuestión del cómo parece que va aclarándose con
la emergencia de grupos organizados que proponen con claridad un nuevo método,
alejado de ese planteamiento elitista que nos ha traído los lodos en los que
chapoteamos.
No
obstante, sería conveniente dilucidar si la solución general podría ser
compatible con una solución local; no ya por las posibles diferencias
estructurales, competenciales, etc, sino por un motivo mucho más cotidiano: el
binomio entre personas e ideas.
Personalmente
tengo claro que la democracia, tal y como la entienden sus actuales
representantes nos conduce a un callejón sin salida: el sometimiento. De ahí mi
actitud personal hacia la rebelión democrática impulsada por las propuestas
(propuestas que, como todas, no deben ser ni leídas ni entendidas literalmente,
sino en el contexto de un ejercicio condicionado por una sociedad inmersa en
una dinámica global) y no tanto por los términos o auto calificaciones de los
actores políticos. Izquierda y derecha siguen teniendo todo el sentido, pero,
anatematizarlos sería un error estratégico imperdonable pues tienen un
componente simbólico pero no práctico.
Dicho
esto, la cuestión que me gustaría plantear es la que en un principio apunte:
¿sirven las soluciones generales para ser aplicadas en el ámbito local?.
Programaticamente si, pero tendríamos que dilucidar si la táctica sería o no la
adecuada. Y esto, simplemente porque no podemos olvidar que los proyectos están
sustentados por personas, y éstas se mueven, ya por ideas, ya por intereses;
algo que deberíamos clarificar para dar una perspectiva real a las soluciones
planteadas.
El
movimiento asambleario que ha surgido de las movilizaciones ciudadanas tiene,
en su método, un instrumento poderoso de corresponsabilidad. Pero ésta, no
podrá existir si no se dan las condiciones de conciencia y coincidencia (en sí
y para sí) algo que, en lo referente a nuestro entorno más cercano, no se ha
producido ( ¿Cuántas movilizaciones cuestionando la gestión local se han
producido, cuántas manifestaciones se han realizado exigiendo mejores y mayores
servicios, mayor transparencia y mejor democracia?). Por lo tanto, los
movimientos surgen, espontáneamente, al hilo de una onda general, lo que
propicia que al “nuevo” proyecto puedan adscribirse personas de todo tipo:
verdaderamente comprometidas con un cambio, inquietas por el futuro, o
previsoras incluso de ambiciones personales. Esta cuestión no es baladí, pues
no debemos olvidar que los proyectos, como antes decía, se sustentan en
personas.
Lo
que sirve para el ámbito estatal, debe perfilarse cuidadosa y minuciosamente
para el local, pues de lo contrario podríamos caer en un mero “quítate tú para
ponerme yo”.
El sistema de democracia liberal
representativa fue instaurado en un contexto condicionado por la oligarquía
franquista apoyada por los cuarteles y los púlpitos. Esta cuestión que no había
sido suficientemente valorada, se pone de relieve cuando la ciudadanía percibe
en primera persona los devastadores efectos de un sistema electoral que
reprodujo, eso sí, con el aval de las urnas, un sistema oligárquico de élites
situadas sobre la ciudadanía. Lo que ahora se propone es simplemente devolver
la soberanía al pueblo, pero no desde un planteamiento de asamblea permanente,
sino de una reforma institucional de profundo calado que, progresivamente
acerque la toma de decisiones a los ámbitos más pequeños. En nuestro entorno
local, esto se traduciría en una “reorganización” municipal utilizando métodos
e instrumentos existentes (consejos, juntas de distrito, asociaciones, etc)
pero sin mediatizar ni manipular su contenido desde el interés partidario. Pero
eso lo deben hacer personas, y lo deben hacer desde la sensatez de saberse
representantes en un marco delimitado administrativa y competencialmente. Y
esta cuestión, o se tiene clara o simplemente se cae en la demagogia y la
retórica más simple.
¿Pueden los partidos y coaliciones
actuales representar ese cambio, esa transformación democrática, están
dispuestos y dispuestas, tienen la voluntad de realizar una efectiva “cesión”
de soberanía, están dispuestos a renunciar a determinados privilegios que no
son, ni propios ni éticos? Yo creo que si, pero que debería plantearse en el
seno de los partidos sin tacticismos; verdaderamente dispuestos a cambiar sus
propias estructuras para así adecuarse, no a los tiempos, sino a la verdadera
misión y objetivo que como organizaciones políticas tienen: representación y
defensa de los intereses colectivos, y en el caso de la izquierda, no solo
defensa, sino la transformación ( progresiva y gradual) de la realidad en
beneficio de esa mayoría que, aunque silenciosa en muchos casos, existe y
sufre.
Los experimentos, si no se atienen a un
método donde las teorías (debates) se concreten en hipótesis (propuestas),
pierden razón de ser. Por este motivo, si los movimientos alternativos quieren
en verdad aglutinar los deseos de cambio, su primer reto es concretar un método
democrático para que el proyecto, la propuesta, esté por encima y trascienda a
las personas que han de representarlas para así no depender de los criterios o
voluntades personales. Y eso también es de aplicación a los partidos actuales o
tradicionales (no me gusta el término viejo), pues de lo contrario correrán el
riesgo de quedar en meros reductos de pequeñas oligarquías locales, sin
contenido y con el único cometido de sobrevivir.
Como decía, la coincidencia de objetivos
es tal entre los que actualmente están y los que están viniendo (al menos en el
discurso) que lo que en verdad nos preguntamos muchos es, porqué es tan difícil
la convergencia (la respuesta de los intereses es evidente, pero creo y espero
que haya más, pues de lo contrario sería muy desalentador) de las propuestas y
métodos para, desde la necesaria diversidad y pluralidad, construir un marco de
entendimiento que propicie el vuelco, tanto general como local. Las diferencias
ideológicas, a la vista de lo que se dice y se plantea, no son ni tantas ni tan
importantes, por lo que únicamente me queda la explicación tacticista o dicho
de otra manera; el interés partidario en las futuras contiendas de competencia
electoral. Y siendo ( si fuese) así, creo necesario superar esas estrategias en
pos de la regeneración de un sistema caduco, corrupto e injusto, que aliente a
la sociedad a asumir su responsabilidad colectiva e ir superando la resignación
( que propicia imposición) que nos condena a nosotros y a los que vienen
detrás.
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