Que vivimos en una
sociedad profundamente injusta, es una evidencia. Y es una evidencia aunque la
realidad simplemente nos roce: que tengamos problemas para llegar a fin de mes,
que haya algún recibo sin pagar, vamos; minucias, ¿no?. ¿No les asaltan, en
esos momentos en los que la realidad se planta ante sus ojos un desasosiego,
una inquietud, una preocupación profunda al ver que la “normalidad” condena a
muchos de nuestros vecinos a la miseria?. La respuesta a todas estas preguntas
es, además de obvia, absurda: si, pero bastante tenemos con sobrevivir. Y,
¿Cuándo esta respuesta es repetida de forma incesante, no tienen la impresión
de que hay un intencionalidad en ella?.
¿No creen que todo lo que está pasando (y, si nada lo remedia, seguirá
pasando) forma parte de una estrategia cuyo fin último es someter a la
ciudadanía a través del miedo (económico, policial, cultural en definitiva)?.
Esas preguntas y
muchas otras, seguro que están en la mente de muchos y muchas, pero la
realidad, la pesada y cruel realidad se planta ante nosotros para atenazar
nuestra voluntad y someternos. Ese concepto ( el del sometimiento) es con el
que hay que romper. Ni nada es así por obra y gracia de nada, ni lo que pasa es
fruto de la casualidad ( más bien de la causalidad). Comprar, tomar unas cañas,
acudir a un acto lúdico, etc, tiene una explicación que va más allá de la
rutina típica de una vida normal. Por ejemplo, ver programas de televisión que
consideramos inocuos, anestesia de tal manera nuestra mente, que vivimos en una
realidad subjetiva tal que al final resulta imponerse como algo “normal”.
Nuestros gustos, nuestros hábitos, incluso nuestra forma de pensar ( o de no
pensar) es fruto de un largo proceso al que todos y todas hemos sido sometidos
y que ha permitido construir a nuestro alrededor una cotidianidad que, siendo
lo “normal”, es absolutamente artificial.
Otro ejemplo. El
hecho de que nos hayan “robado” derechos, de que la situación laboral no es que
sea precaria; sino que roce la práctica esclavitud, ¿es lo normal?. Es cierto
que se podría argumentar que no todo es fruto de un proceso social, sino que la
voluntad individual tiene también mucho que ver. Pero, ¿acaso la voluntad
individual es libre, acaso tomamos nuestras decisiones libremente sin
condicionamientos impuestos?. Y, sigamos con los ejemplos: los niños. El hecho
de que la educación (que no es gratuita, porque pagamos con los impuestos, no
lo olvidemos) sea cada vez más precaria, ¿no es sino un medio y un método para
que las generaciones futuras crezcan en un ambiente “propicio” a los intereses
de ese sometimiento a la “normalidad” del que antes hablaba?. El que la sanidad
sea cada día más precaria, ¿no es fruto de un plan para “privatizar” nuestra
vida, beneficiando el negocio sobre nuestra salud?.
Seguro que muchos y
muchas protestamos, nos quejamos e insultamos a los políticos,
culpabilizándoles de lo que ocurre, pero ¿no es cierto que hemos oído en más de
una ocasión aquello de “si yo pudiera, trincaria”, o hemos criticado a los que
han sido pillados robando pero al mismo tiempo sentimos una cierta admiración
por el tipo de vida que este robo les ha proporcionado?. Eso, sin discusión, es
una enfermedad. Y mientras esa “enfermedad” no sea erradicada de la sociedad,
por más leyes y normas que pongamos, seguirá siendo una sociedad, profundamente
sumisa, profundamente resignada y, lo que es más preocupante, profundamente
corrupta.
Tenemos la
oportunidad dentro de pocos meses de tomar decisiones que nos trascienden,
porque no solo afectan a lo cotidiano, sino al futuro, no ya de nosotros; sino
de los hijos e hijas de todos. Y tenemos la oportunidad de, con un simple
gesto, cambiarlo todo, pero para que de verdad cambie. Escuchemos, pero
reflexionemos sobre los mensajes que nos transmiten; analicemos qué nos dicen,
pero valorando la viabilidad y, sobre todo, su oportunidad. No dejemos que nos
manipulen más, no apoyemos a personas por el simple hecho de que las conocemos
o nos caen simpáticas: dotemos al derecho electoral de un sentido y un fin.
La televisión, la
radio, la prensa, la escuela, la iglesia y demás instituciones van a querer
continuar influyendo en nuestra opinión, pero pensemos que, igual no es un
intento vano, sino que persigue un objetivo: someternos. La libertad no es pensar
que uno hace lo que quiere, sino hacer lo que uno piensa, sin olvidar que no
somos, ni únicos, ni vivimos en la soledad de nuestra microsociedad.
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