Si alguien me pregunta: ¿Qué es lo diferencial específico del socialismo? Le respondería sin vacilar: LA IGUALDAD. La igualdad entendida como igual libertad para todos.
Creo que el socialismo surge precisamente de la crítica al concepto liberal de la libertad por cuanto éste se reduce a esa forma de democracia formal que consiste en la afirmación de las libertades individuales y del Gobierno representativo, garantizando la autenticidad de esas valiosas instituciones mediante la técnica de la separación de poderes.
Los grandes pensadores socialistas asumieron la reforma liberal del Estado como un paso positivo en la historia, pero fueron más allá, porque se dieron cuenta de que con eso, y sólo con eso, una gran parte de los seres humanos no son real y verdaderamente libres.
Se dieron cuenta de que la libertad real de todos exigía liberar a los ciudadanos no sólo del absolutismo, y del control eclesiástico de las conciencias, sino que era necesario liberarles también de la prepotencia patronal, y del control que el poder del dinero ejerce sobre la vida social.
Sólo mediante reformas económicas profundas, y no sólo mediante revoluciones políticas, sería posible acceder a la libertad real para todos, es decir, a la Igualdad entendida como igual libertad.
Esto es la sustancia espiritual del socialismo y su razón de ser en la historia de los movimientos sociales. Resulta ya más accidental definir cuales y cuando son oportunas esas reformas económicas profundas.
Sabido es que el primer socialismo afirmó la necesidad de socializar íntegramente los bienes productivos. Hoy nos movemos sin embargo en la estela del modelo concebido por la socialdemocracia de entreguerras; es decir, en el modelo del Estado redistribuidor de las rentas producidas; de un Estado cuya enérgica intervención por vía fiscal y mediante empresas públicas,pueda sostener aquella serie de servicios gratuitos universales que le hicieron merecedor de los apelativos "Estado de bienestar", o "Estado providencia", en los años dorados de la socialdemocracia europea.
De ahí que el neoliberalismo concentre su enemiga antisocialista en su tendencia hacia el Estado minimo. Saben bien que en una sociedad atomizada, compuesta sólo de una suma numérica de individuos arrojados a una despiadada competitividad, la hegemonía y dominación de los más fuertes está garantizada.
Nosotros por el contrario afirmamos el valor de la igualdad por encima del principio de la libre competencia a toda costa. Nosotros creemos que la posesión de ciertos bienes imprescindibles para una vida digna tienen que ser garantizados a todos, y que si esto falla, o en la medida en que falla, entra en quiebra la legitimación moral del sistema. De ahí que nos parezca tan aborrecible el actual orden mundial, y el proceso de globalización salvaje.
La libertad económica de competir no puede ser utilizada legítimamente, como ninguna otra libertad, para destruir o reducir a lo inane las libertades reales de los otros, ni para imponer la dominación despótica de unos sobre el trabajo y/o sobre la formación de la conciencia de los otros. De otro modo, carecería de sentido el contrato social, o garantía recíproca del uso de las libertades.
Creo sinceramente, que en la evolución de la cultura occidental, y especialmente durante la modernidad, han tenido un desarrollo totalmente asimétrico los conceptos de libertad e igualdad. Se ha progresado notablemente en el concepto de libertad; incluso seguimos inventando nuevas proyecciones o derechos de la libertad individual (intimidad, propia imagen, objeción de conciencia, elección de la muerte digna, etc) todo lo cual es muy positivo. Pero en cambio parece estancado el concepto de igualdad; lo que se ha de entender por igualdad entre los seres humanos, y nos permitimos decir que es una sociedad respetuosa con la igualdad aquella que está generando de nuevo más desigualdades y un número creciente de marginados o excluidos. Si ahora preferís hablar de sociedad de los tres tercios, o de la dicotomía abismal norte-sur, decís sólo con un lenguaje más neutro lo que antes se dijo con un lenguaje más cargado de implicaciones axiológicas.
El propio movimiento feminista, tan basado en la palabra igualdad, se ha orientado hacia la igualdad formal, o igualdad de derechos y obligaciones con los varones, y todos nos felicitamos de los pasos dados en esa dirección. Pero ved también que las más recientes voces en el seno mismo del movimiento feminista son las que hablan de la discriminación y del mal trato del que son víctimas las mujeres menos letradas y menos cualificadas profesionalmente, siendo su lamentable condición indiferente al género de las personas que ejercen dominación sobre ellas.
Ya dijo Rosa Luxemburgo que no habría emancipación plena de la mujer desligando su causa de la causa de la emancipación del trabajo, y que a su vez ésta dificilmente se conseguiría sin la participación activa de la mujer en el trabajo, y en la lucha por la emancipación colectiva.
No quiero cuestionar con ello el acierto feminista de haber promovido organizaciones autónomas, cuya eficacia ha quedado bien demostrada, sino señalar los límites que tiene cualquier interpretación de la igualdad solamente referida a la igualdad de derechos, si es que esos derechos no comprenden el acceso garantizado por la sociedad a las condiciones de una vida digna, y muy en particular el derecho al trabajo, así como a la indemnización correspondiente en la situación de inactividad involuntaria.
Ahora entenderéis por qué me entristece leer en determinados manifiestos y textos programáticos que el concepto de igualdad se reduce al concepto liberal de igualdad ante la ley y de no discriminación por razón de raza, religión, condición, etc tomándose como paradigma de progreso social únicamente la idea tan de moda de "igualdad de oportunidades".
Nosotros, que debemos considerar la "igualdad de oportunidades" como un mínimo, no podemos creer que sea el paradigma de nuestras aspiraciones de igualdad.
No podemos olvidar su raíz mercantilista. Al fin y al cabo la "igualdad de oportunidades" es en el mejor de los casos igualdad de posibilidades para competir, y bien sabemos que en toda competición unos ganan y otros pierden; que el resultado de toda competición es un orden jerárquico de superioridad y de inferioridad.
Con lo cual, puede parecernos aceptable que la "igualdad de oportunidades" legitime las desigualdades necesarias y permisibles. Pero nunca podremos aceptar que el acceso a los bienes imprescindibles para una existencia digna pueda depender de ninguna lucha competitiva.
No hay "mérito" legitimo de nadie que pueda esgrimirse como título para justificar un sistema que prive a otros de lo imprescindible para vivir como personas.
El hombre puede ciertamente competir por la mayor o menor posesión de bienes materiales, intelectuales y morales. Y esto ciertamente es una forma de distribuir los bienes.
Pero el hombre también puede cooperar, y establecer una distribución racional de bienes que al menos en parte no tome como criterio de distribución el éxito en la lucha competitiva; sino la necesidad real y actual en cada momento de la vida de los seres humanos.
Compensar y equilibrar ambas formas de distribución creo que fue el gran hallazgo de la Socialdemocracia, sobre cuyos avances se basó la paz social de Europa por medio siglo. Romper con aquella línea de progreso no es modernidad, sino pura regresión, llámesele como se llame.
Llegados a este punto, es justo reconocer que Izquierda Socialista se ha hecho acreedora de una muy positiva estimación por su tenacidad en defender -contra viento y marea- la aplicación del ideal igualitario sabiéndolo proyectar a las mediaciones propias de cada coyuntura, intentando contribuir de este modo a que el PSOE siga haciendo honor a su nombre y a su trayectoria histórica.
Para concluir, si se me permite utilizar algún minuto más, diría que :
Si se me pregunta en que ha consistido lo específico-diferencial del socialismo español, contestaría con una palabra: PABLISMO.
Pablismo es el estilo que infundió Iglesias a las organizaciones por él creadas. Iglesias se consideraba a si mismo un fiel marxista, pero fue sobre todo un gran humanista y un regenerador de la vida pública. Por eso lo respetaba tanto Ortega y Gasset, y por eso lo admiraba y quería tanto D. Antonio Machado.
Sus principales virtudes fueron la laboriosidad incansable al servicio de los trabajadores, su seriedad, es decir, la implacable coherencia entre lo que pensaba, lo que decía, y lo que hacia; su sereno arrojo para estar donde creía que debía estar, lo que le llevó siete veces a la cárcel. Fue laico y republicano sin estridencias. Hay que destacar su prudencia, por eso desconfiaba del mito de la huelga general revolucionaria. Sin negar que en la sociedad habría un día un corte drástico, operaba cotidianamente como un gradualista, pero sin abdicar de la meta.
Ese conjunto de rasgos perfilan el pablismo y evocarlos, así como difundir los conceptos de las grandes figuras de la historia del socialismo es otra de las tareas que creo debemos asumir sobre todo quienes estamos alejados del fragor del día a día. Cada tarea tiene su hombre y su momento.
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