Cuando el conjunto de
estructuras que componen una sociedad dada, como puede ser un municipio, vive
inmerso en una estática permanente sin que la dinámica sea más que testimonial
y, en la mayoría de los casos, reducida a grupos concretos sin influencia o al
menos sin influencia inmediata, se podría especular con que esa sociedad o ese
conjunto de estructuras que conforman una sociedad están condenadas a
reproducir, pese a todo, un sistema de relaciones basado en determinados
simbolismos, donde ninguno y en ningún caso, es o será un factor de cambio o
transformación. Me explico.
El conjunto de
instituciones y estructuras que componen el municipio están sujetas a una norma
cuyo objetivo es la reproducción, consciente o inconsciente, de las presentes
condiciones de vida. El individualismo, roto en contadas ocasiones y sobre
motivaciones concretas, atenaza cualquier dinámica diferenciadora, al tiempo
que la excluye del pírrico debate social que se da en la sociedad a nivel
colectivo. Evidentemente, la exclusión primaria se produce por un conflicto en
la concepción de estatus y rol en las entidades e instituciones que componen la
sociedad como hecho colectivo: ninguna discrepancia es asumida ni tenida en
cuenta más allá de la mera y pura testimonialidad y, eso si, siempre de puertas
a dentro, pues el estatus que hegemoniza las instituciones sociales no permite
un cuestionamiento de “liderazgo”. Y eso se produce, incluso, en las
estructuras que presumen de posiciones avanzadas respecto al compromiso transformador
en la sociedad; en estructuras que, pese al discurso, viven inmersas en un
mantenimiento sine die de una estática
basada en un determinado capital simbólico incuestionable heredado de una
preponderancia histórica de la organización sobre el individuo, donde el poder
carismático sustituye a cualquier lógica mínimamente racional y, no digamos una
racionalidad mínimamente crítica: más allá de la instrumentalidad del objetivo
marcado en el mercado electoral, la supervivencia está asegurada únicamente
desde la endogamia y no desde la integración de nuevas posiciones, ideas u
opiniones..
Desde esta actitud,
cabria preguntarse si seguir opinando, aunque sea desde la humildad, vale la
pena o es un ejercicio vacuo y estéril visto lo visto. La respuesta a esta
pregunta entra inevitablemente en el ámbito de lo personal, pues los
condicionanamientos éticos o estratégicos e incluso morales de cada uno son los
que dirimen finalmente la decisión sobre si continuar aportando, siempre de
forma humilde, o abandonarse a la privacidad del estudio y la reflexión
personal. Y, la segunda pregunta es, ¿es posible seguir aportando, opinando,
reflexionando públicamente si esa opinión, reflexión o crítica es obviada sin
argumentación alguna ( podría ser rechazada por un desacuerdo táctico, e
incluso por considerarla una mera especulación intelectualoide pretenciosa,
pero, ni a ese extremo llegamos). Al igual que la primera pregunta, ésta únicamente
tiene una respuesta en el ámbito privado: ¿hasta donde, porqué y para qué?.
Una vez finalizados
los actos del mayor de los actos que expresan la estática ( por otro lado,
necesaria para no perder el horizonte de quienes somos y porqué), cabría
plantearse una acción dirigida a incidir en la realidad a corto y medio plazo,
como expresión de compromiso con el discurso mantenido: cabria plantearse
inicialmente una reflexión sobre el presente y el futuro, desde la crítica y la
autocrítica sin que ésta sea una flagelación, pero si un acto catártico que
influyese en el inicio de la construcción de un instrumento social nuevo,
novedoso y radicalmente diferente a lo que todos hemos conocido. ¿Porqué?. Por
muchas razones, pero fundamentalmente, si se quiere, por un mero ejercicio de
egoísmo: o construimos o nos lo construyen, o se intenta influir o seguimos abandonados
a la dominación de los de siempre sin que podamos hacer nada. ¿Pesimismo?. No:
realismo quizá, o al menos, un pesimismo realista fruto de infinitas
frustraciones ideológico-partidistas. Pero, no por ser una frustración es o
debe ser un lastre. En este caso es una motivación que, pese a todo, pese a las
preguntas sin respuesta, pese a esa estática incomprensible ( excepto desde
posiciones conservadoras, aunque éstas se revistan incluso de “revolucionarias”)
provoca una reacción de oposición constante a seguir formando parte de una
mayoría que, por silenciosa, se somete de forma resignada, en un intento ( legítimo,
por otra parte) de salvar lo que se pueda de la vida de uno mismo.
El debate inicial,
desde un intento de hacer tambalear el erróneo concepto de estatus del que
gozan determinados individuos en determinadas instituciones sociales, puede ser
un paso revolucionario, siempre que no sustituya un falso poder carismático por
otro, reproduciendo nuevamente la dominación, aunque bajo otro discurso y desde
otra retórica. Definir el rol, el papel que cada cual juega o quiere jugar en
la construcción de ese instrumento ciudadano, establecer los métodos y
concretar las tareas desde la horizontalidad de ese mismo método, que impida la
culminación de anhelos arribistas, poniendo, aunque sea peligrosamente, en
manos de la ciudadanía ese instrumento para que lo utilice, es el segundo escalón
que deberíamos subir. Y el tercer escalón, como no podría ser de otra manera,
la “toma del palacio”: la consecución, trabajada, dialogada y debatida, de una
nueva mayoría donde lo colectivo reemplace a lo partidario; donde lo social
reemplace a lo especulativo. Difícil si, pero no imposible. Al igual que los
labradores del medievo jamás podrían haberse imaginado los cambios que se iban
a producir en las vidas de las generaciones futuras (revolución industrial,
urbanización, aparición del asalariado, etc), los que hoy nos planteamos el
futuro, tampoco podemos imaginarnos los cambios de que somos y seremos capaces,
siempre que los hombros que empujen sean más que los que se oponen.
Concluyo haciendo un
ruego a la dinámica de las organizaciones, colectivos y demás estructuras
sociales de las que, sin ninguna duda, depende el futuro, más allá del hecho
coyuntural de las urnas (pero sin olvidarlas, por su utilidad instrumental): de
todos y cada uno depende sumar a un proyecto plural, pero unitario en los
objetivos.
Mientras tanto,
seguiré opinando, pues en mi decisión está, que aunque de forma humilde y sin
ninguna pretensión, seguiré llenando líneas con deseos más que con opiniones,
algo que no puedo ni quiero evitar. Intentando que mi opinión crítica aporte
siempre un algo positivo frente a ese continuo intento de visualizar la crítica
con el enfrentamiento y la crispación, conclusiones clásicas y típicas de
mentalidades estrechas e interesadas en mantener, como antes decía, ese
estatus, y permítaseme, carente de capital, ni cultural, ni simbólico ni de
ningún tipo.
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