La pervivencia del
actual sistema político español es más que posible, dado el nivel de
coincidencia que los dos partidos políticos que han “alternado” la
responsabilidad de gobierno han logrado. No obstante, es necesario ubicar el
problema en lo concreto, y esto requiere un análisis, en función de los
objetivos, lo que nos lleva a la necesidad de promover una reflexión en torno a
la necesidad de superar el “silencio”, dotándonos de argumentos y herramientas
políticas que acerquen a la ciudadanía, aunque en principio sea con los recelos
normales.
Es cierto que gran
parte de la ciudadanía es “victima” de la ideología de la transición; ideología
que ha institucionalizado la renuncia, el incivismo y el olvido para diluir el
debate político, centrándolo en una mera cuestión electoral (basada en una
legislación electoral claramente injusta). Pero los vecinos y vecinas deben
tener claro algo: la capacidad para cambiar las cosas, hoy por hoy, pasa por
las urnas y, rechazando el sistema, es necesario asumir la realidad, más como
un método que con un fin, como pretenden hacernos ver los medios de
comunicación y los medios de propaganda de los partidos. Esto, nos lleva a la
necesidad, o de construir nuevos instrumentos o de aprovechar los existentes, y
esa disyuntiva debe ser motivo de reflexión. El problema, desde un punto de
vista general, no es solo el sistema actual; son las reglas del juego que
imponen, desde la legitimidad conferida en las urnas por parte de una derecha,
hoy hegemónica. Por lo tanto, esa supuesta mayoría que debe engrosar el cuerpo
político del cambio, debe romper con el aislamiento y el miedo al que nos han
llevado las políticas de precarización a las que nos están sometiendo y
ejercitar el poder de cambio, siempre que las condiciones de esa estrategia
común sean posibles, efectivas y en una perspectiva de cierta durabilidad o
permanencia temporal ( que estará, efectivamente sujeta, a un cambio en la
actitud de los actuales dirigentes, por un lado, pero también al nivel de
implicación directa en esas organizaciones por parte de la ciudadanía).
Estoy en desacuerdo
con el planteamiento que una parte de la izquierda política hace respecto al
PSOE. Es cierto que la deriva del partido de Pablo Iglesias tuvo como único
objetivo lograr el poder. Esto lo convirtió en un “partido atrápalo todo” que
propició en su entorno una verdadera “arquitectura” basada en nuevas “elites”
de políticos cuyo objetivo era, no lograr un puesto para desarrollar una
supuesta actividad política, sino simplemente medrar. Y en esas está el PSOE:
el equilibrio está en los intereses. Pero no es menos cierto que el PSOE tiene
una base electoral que sigue viéndolo como la contraposición a la derecha y, no
lo olvidemos, una parte de la militancia claramente identificada con la
izquierda ( socialdemócrata), que, a pesar de la incomodidad, sigue pensando en
“su” partido como una organización de izquierdas, secuestrada por social
liberales. A esa militancia y a esa base social no se le puede pedir que se
sume a un proyecto que excluye al PSOE. Todo lo contrario: esa militancia,
junto con esa base social más o menos comprometida, tiene la responsabilidad de
propiciar un cambio interno; difícil, trabajoso, pero necesario.
Es importante que
muchos (algunos, al menos) militantes del PSOE que abandonaron el partido
excluidos o autoexcluidos, retomen su militancia, pero no ya desde la lucha
coyuntural, sino desde objetivos de mayor calado: tomar gradualmente el poder
en la organización para transformarla desde dentro (aquí, es posible que la
aplicación del “entrismo” trotskista pueda tener todavía una vía de
posibilidad, desde la necesidad).
La corriente de
opinión que subsiste nominalmente en el partido socialista es un instrumento
posible, siempre y cuando supere sus complejos. La opción de opinador interno
no es viable. Debe asumir la responsabilidad de aglutinar a esa militancia
crítica y ser, leal en los principios pero absolutamente beligerante en los
planteamientos programáticos. Debe poder visualizar el ciudadano que, desde la
lealtad a los principios e ideas, la lucha que se da, no es motivada por el
poder (como los medios de comunicación podrán vender), sino por la
transformación, de ahí que las propuestas deben ser claras, superando cualquier
nivel de abstracción que diluya, tanto el mensaje, como los objetivos.
Un momento clave será
indudablemente el proceso que se abrirá tras los comicios Europeos: la elección
de candidato o candidata a través de primarias abiertas. Este y no otro, debe
propiciar la suma de fuerzas alternativas a las hoy dominantes para presentar
ante la militancia y ante la ciudadanía un candidato o candidata que base su
propuesta en la regeneración democrática, empezando por el propio partido
socialista. Una propuesta que considero ineludible es la extensión de los
procesos de primarias a la totalidad de estructuras de la organización (agrupaciones
locales, elección de candidatos o candidatas a las alcaldías, etc) pero desde
una perspectiva más abierta: no solo candidato o candidata, sino candidatos y
candidatas, esto es: listas abiertas. Es cierto que las normas Federales no
establecen el proceso, pero una situación de quiebra requiere soluciones de
urgencia.
No olvidemos que el
argumento de las primarias decaerá en la misma confección de las listas, puesto
que las redes clientelares continúan intactas y a la expectativa, y será esta “correlación
de fuerzas” la que condicionará la confección de las candidaturas. Una formula
de urgencia como la apertura de las listas podría, de alguna manera ( sin
solucionar completamente el problema pues se parte con una más que evidente
despolitización de la sociedad, que ha sustituido la defensa de los programas
por la defensa de los intereses particulares) incidir en ese objetivo
manifestado (que no manifiesto) de “abrir” el partido a la sociedad, aunque yo
inscribiría éste objetivo en uno mucho más ambicioso: devolver el partido a la
sociedad ( si se me permite la licencia)
Considero igualmente
que la coincidencia de discursos con otros colectivos y organizaciones debería
propiciar un acercamiento de posturas con el objetivo de, sin “fagocitar” a
nadie, confluir en cuanto a propuestas.
Es evidente que la
coincidencia entre muchos colectivos sociales y la base militante del PSOE es
más que evidente. Las divergencias vienen desde más “arriba”. Son las
diferentes direcciones ( federal, territoriales, provinciales) las que son
incapaces, ni de desprenderse, ni de superar el agarrotamiento que suponen los
intereses particulares en juego. Evidentemente, toda “cesión” de soberanía, será
vista por este grupo como una amenaza real a sus intereses, con la consiguiente
movilización de esfuerzos contra la iniciativa.
No obstante,
considero que la convergencia es posible y necesaria. No hablo de una unidad,
pues no creo que fuese ni posible ni deseable porque en gran medida desvirtuaría
el proceso mismo; éste debería estar basado en el aprovechamiento de las
potencialidades y singularidades de cada uno de los colectivos o movimientos en
cuestión.
Evidentemente, hablar
de convergencia choca, además de con el problema de los “intereses particulares”
latentes (evidentes aunque solapados tras formulas de corrientes ideológicas
extraoficiales) con los intereses electorales de organizaciones instituidas
cuyo objetivo es el del “sorpasso”. La decadencia del PSOE como partido
aglutinador de objetivos de clase, son vistos por los adversarios como una
oportunidad de ascender en la escala electoral cuando lo que realmente (además
de la degeneración propia del PSOE, que ya es preocupante) supone es una mayor
atomización de las posibilidades reales, no solo de transformar el sistema (
para transformar la realidad) sino incluso para reformarlo mínimamente. No
olvidemos que, por un lado, los acuerdos post electorales suelen acarrear
conflictos y desconfianza, y por otro, son artificiosos porque vienen
precedidos de una campaña donde los aspirantes al “sorpasso” han dañado en
mayor o menor grado el sentimiento de los futuros socios. Es por esto que es
deseable un acuerdo pre electoral que, al tiempo de configurar una opción
viable, traslade a la sociedad un mensaje claro: hay alternativa a la derecha.
El proceso de
convergencia tendría que cumplir ciertas condiciones, como por ejemplo: un
acuerdo tácito de complementariedad y no agresión, un discurso que, aunque
propio y diferenciado, convergiese en los objetivos acordados, o un compromiso
público con principios de lealtad al programa que cada cual debería gestionar al
día siguiente.
Evidentemente son
ideas y reflexiones desde la comodidad de la no militancia de pago (aunque si
ideológica), pero en el camino, muchos y muchas de los que dejaron (dejamos) su
compromiso por la desesperación de no verse representados en las políticas y
actuaciones del partido, volverían a enganchar con un proyecto diferente y
alternativo en el que con toda seguridad pondrían toda su “militancia” , sirviendo
de efectivos difusores y “propagandistas” del mismo. Recuperar a esos miles de
militantes para el debate y el trabajo político no es tarea fácil, pero tampoco
es imposible. Rechazar la idea es mantener las actuales estructuras y pasar de
la enfermedad a la metástasis.
El principal escoyo
que, en mi opinión se vislumbra, no es el o la militante de base (al menos en
el PSOE): son las élites dirigentes cuyo estatus está tan distante (de sus
representados y de sus propios compañeros de organización) y tan condicionado
por esos intereses “profesionales”, que la lucha puede ser ciertamente difícil
y complicada.
La pretensión no es
convertir al PSOE en una organización de corte libertario, sino recuperar la
esencia de la democracia y, por ende, la del socialismo democrático, vía e
instrumento que sirvió y debe servir a los trabajadores y trabajadoras para
mejorar su vida y la de las generaciones venideras. Con el objetivo de la
transformación, sin perder de vista los objetivos y programas máximos, pero siendo
prácticos en la graduación de las acciones para, de forma progresiva, lograr
ese anhelo que, siendo utopía, nos sigue moviendo: el socialismo.
Y una última cuestión.
Hablar de socialismo no nos debe sonrojar, pues debemos sentirnos orgullosos y
orgullosas del nombre y de la historia de nuestro movimiento. Debemos sentirnos
parte de ese ambicioso proyecto que supuso y sigue vigente de superar la
explotación del hombre por el hombre; debemos sentir, más que nunca, el
compromiso con una humanidad más solidaria, justa, honesta e inteligente.
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