La encuesta del CIS del mes de marzo arroja
unos datos verdaderamente dramáticos. La desesperanza ha causado mella en los y
las jóvenes de una forma aplastante. Pero esa desesperanza no es fruto únicamente
de su situación: personalmente considero que el sistema, a través de sus “mecanismos
de reproducción” (Althusser) ha conseguido imponerse en el ideario colectivo. No
obstante (y seguimos con los clásicos), la hegemonía que el sistema “disfruta”,
provoca inexorablemente movimientos contra hegemónicos; lejos de posiciones
revolucionarias (entendido como actitud de cuestionamiento profundo del orden
imperante y ambición por cambiarlo a través de un proceso violento), pero si
claramente posicionados en el campo de las reformas para, de ésta manera,
intentar garantizar un futuro más justo.
Los y las jóvenes consideran que la formación
ya no es una garantía para su futuro. Tal y como apunta el estudio realizado
por la FAD
(Fundación de Ayuda contra la
Drogadicción , el trabajo es un objetivo incierto que provoca
un alto grado de resignación: en los jóvenes se ha instalado el sentido de la
supervivencia ( el 71% de los encuestados, de entre 18 y 25 años considera
imposible encontrar empleo en el siguiente año), planteándose aceptar lo que
sea, y donde sea ( el trabajo ya no está en función de lo que da, sino que se
valora en si mismo).
Otro dato importante (además de ese 61% de
entre 18 y 24 años que ve difícil o imposible poder emanciparse en los próximos
tres años, pensando que, con toda seguridad tendrá que buscarse la vida fuera
de España), es, que un 46,4 mira hacia los partidos políticos como “causantes o
responsables de la actual situación, apoyando claramente a los movimientos u
organizaciones cuyo objetivo es propiciar cambios profundos. No obstante, no
son unos “idealistas” peligrosos; tienen los pies en el suelo: un 28,3
considera que deben apoyar a los partidos políticos y movimientos ciudadanos
que propongan ciertas reformas pero, (y ahí viene el hecho de la imposición, a
través de los mecanismos de coerción y reproducción del capitalismo) respetando
el actual sistema (que mitiga los “instintos” revolucionarios en beneficio de
la propia subsistencia del sistema, tal y como en la actualidad se desarrolla).
La imagen de los jóvenes como “antisistemas peligrosos” es otro de los
instrumentos que el sistema emplea para “crear”, en el imaginario colectivo, la
necesidad de emplear la fuerza, dada la “violencia casi generalizada”. No es así.
Pero esta reflexión que los jóvenes plantean,
debe tener un eco en los partidos, principalmente los de la izquierda (los jóvenes
de familia acomodada no tienen ni van a tener problemas para, a través de la “herencia”
cultural y económica recibida de sus estructuras, salir adelante): no basta con
decir aquello de, “hemos captado el mensaje”, sino que hay que empezar a
moverse. El no hacerlo, será un acto de irresponsabilidad irreparable, pues
estaremos propiciando (y me incluyo como persona de izquierdas) la consolidación
de una dominación que aniquilará cualquier ambición de transformación que los jóvenes
puedan albergar, dejando el camino allanado a la sumisión y la resignación. Y,
la izquierda no quiere eso, ¿no? (¿o se encuentra cómoda, con sus “intereses”
salvaguardados contemporizando pero sin actuar de forma efectiva?).
Que las “viejas” estructuras “soviéticas” (por
la propia organización vertical que desarrollan) de los partidos políticos de
izquierdas debe sufrir una variación sustancial, es algo más que un discurso
recurrente a la vista de la deslegitimación que sufren partidos e
instituciones. Un objetivo debe ser profundizar clara y efectivamente la
democracia como instrumento (sin instrumentarla), no solo en la elección, sino en
el control y (porqué no) en la más que deseable posibilidad de revocación de
los cargos políticos (en su caso). Romper la visión generalizada de que la “profesión”
de político es un hecho al margen de la sociedad, que se sitúa como magnitud
inamovible gracias a la endogamia que hoy por hoy domina la dinámica en el seno
de los principales partidos de la izquierda es una necesidad histórica, incluso
para la propia supervivencia de la democracia liberal ( no hablemos ya, de avanzar hacia una de corte deliberativo,
que no significa otra cosa que aceptar las reivindicaciones que la sociedad está
planteando).
Tenemos la responsabilidad, no solo de
escuchar; no solo de trabajar propuestas, sino que, tenemos la responsabilidad
de integrar a esos miles de jóvenes que ven como el futuro se les escapa de las
manos sin que nadie haga nada (discursos vacíos, electoralistas y faltos de concreción
y compromiso efectivo) por evitarlo. Porque de lo contrario, la consolidación
de la resignación, llevará a la sumisión, caldo de cultivo para movimientos xenófobos,
neofascistas y similares. Creo que el trabajo está por empezar, y, desde las
estructuras políticas e institucionales más cercanas a los y las jóvenes, abrir
un periodo de reflexión, superando la parálisis burocrático-institucional, y
avanzando en compromisos sociales con los jóvenes, que, de lo contrario, lejos
de ser el futuro, simplemente serán lo que “otros” les dejen ser, y eso es
profundamente injusto.
Ver a los jóvenes como algo ajeno, es vernos a
nosotros mismos, no como dueños de nuestra vida, sino como meros elementos
intercambiables del juego en el que el capitalismo más criminal conocido nos
asigna. Ver a los jóvenes “quejándonos” de que son de tal o cual manera; que “pasan”
de todo, es injusto e irreal, pues los jóvenes no son así, les “obligamos” a
serlo con nuestra actitud conformista y pasiva.
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