La corrupción política es uno de los problemas
que más preocupan, estadísticamente, a la ciudadanía. Y digo lo de “estadísticamente”
porque la realidad, en mi opinión es otra.
No se corresponde con esa preocupación que el
partido que gobierna el Estado siga teniendo un nivel de apoyo tan importante
como para seguir disputando electoralmente el poder. Y no se corresponde
porque, a parte de las pruebas punibles, hay pruebas de todo tipo ( algunas de
ellas solo tipificadas con sanciones administrativas cuando tenían que estar
tipificadas en el Código Penal como delitos) que señalan que ese partido se ha
financiado ilegalmente, ha utilizado los instrumentos del poder ( en todos los
niveles) para enriquecerse ( aunque solo hubiese sido uno seria igual de grave
y vergonzoso). Eso es un hecho. Igualmente es un hecho que el signo político no
presupone honradez, pues en diversos lugares del Estado existen casos de
enriquecimiento delictivo que señalan a diferentes organizaciones políticas. Y éstos
hechos no propician una revuelta ciudadana (una revuelta democrática) porque,
en mi opinión, la ciudadanía en un número importante sigue graduando la
corrupción y, por consiguiente, considerando que los “pequeños incumplimientos”
de la ley, no pueden ser considerados como graves, sino como “algo normal”. Porque
la sociedad vive inmersa en los valores del “tanto tienes, tanto vales” y
considera lícito el enriquecimiento, porque “cualquiera lo haría”, etc. Y éstas
formas y modos de pensar y de actuar contra la corrupción, que parten del
individualismo de la sociedad neoliberal que nos han impuesto y que hemos
aceptado acriticamente, nos deslegitiman
para criticar a lo que llamamos “clase política”. Evidentemente no a todos,
pero si a esa gran “mayoría silenciosa” que con su callada por respuesta está
justificando y siendo copartícipe de la corrupción.
La dignidad y los principios parece que son
términos que han sido desechados de nuestro vocabulario y, evidentemente de
nuestra práctica social. Han sido sustituidos por el “sálvese el que pueda” de
la lógica de la sociedad de la competencia extrema, de la guerra de los pobres,
de la clase trabajadora que, olvidando los siglos de lucha, pide
desesperadamente “ser explotada con normalidad”. Pero esos principios están
presentes, no solo en la ideología de muchas personas, sino en su practica
cotidiana. Esos principios que hacen sonreir a muchos y a muchas ( al no tener
más argumento para contrarestarlos que el uso ambiguo e interesado de la
palabra “demagogia”) son fundamentales para cambiar las cosas, para superar el
estadio social y cultural donde todo vale y todo se justifica.
En nuestra vida cotidiana, es preciso recuperar
la perspectiva ideológica y los valores sociales que hicieron de nuestras
sociedades un lugar más digno donde vivir. Es preciso romper con la corrupción
en todos sus niveles, denunciarla y luchar contra ella por muy insignificante
que pueda creerse que es su repercusión. Hay que romper con la corrupción
personal ( búsqueda de favores, atajos administrativos y comerciales,
chanchullos diversos, etc.) porque no es ese el bagaje que tenemos obligación
de transmitir a nuestros hijos e hijas, sino todo lo contrario: el de la
dignidad, el de los principios, el de la humildad, el que no todo vale ni todo
esta justificado en función del beneficio personal sin pensar en como
repercutirá en los demás.
Esta sociedad está condenada por muchos
factores, pero todos se resumen en la perdida de los valores. Si no se
recupera, podremos salir de ésta y de muchas crisis, podremos cambiar
gobiernos, podremos incluso ser felices en nuestro pequeño reducto de
tranquilidad individual, pero, como sociedad, no tendremos ningún futuro:
estaremos a expensas de los corruptos y los delincuentes.
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