El parlamento europeo, a pesar de la clara influencia que ha tenido y
tiene para la vida cotidiana de las personas, no es visto como un instrumento
en sí mismo. Como mucho, la imagen social que se tiene es en torno a los “privilegios”
que los diputados y diputadas tienen. No obstante, es preciso que la ciudadanía
analice, (paralelamente a las consideraciones que, siendo importantes, nos
condicionan a la hora de criticar el papel de las instituciones europeas en el
devenir cotidiano) la importancia, no relativa, que las instituciones actuales
tienen y van a tener en un futuro inmediato, así como el discurso que sobre
ellas mantienen las fuerzas políticas que concurren a las elecciones.
En primer lugar, creo que es importante resaltar la importancia del
voto. Pero no desde el punto de vista “plebiscitario” que los partidos
confieren al proceso como una proyección anticipada de otros posibles
resultados electorales, sino como un proceso en sí mismo que nos situará frente
al primer cuarto del siglo XXI en un marco institucional donde, o se mantiene
el status quo o se cuestiona abiertamente.
El interés en situar las elecciones al parlamento europeo en el plano de
lo “local” nos oculta uno de los que, en mi opinión, son los objetivos de los
partidos, llamémoslos, del sistema: mantener la actual situación. Los cambios
que desde los partidos tradicionales se plantea ( e incluso desde alguna opción
política novedosa que explícitamente acepta la actual situación, pasando de
proponer la ruptura a la aceptación más o menos crítica) son meramente
formales. No se cuestiona el papel del parlamento ni la necesidad de reforma,
no se plantean la necesidad de retomar la elaboración de una constitución
europea real más allá de unas normas económicas comunes ( injustas pues parte
de situaciones desiguales), no se plantean la reforma de instituciones como el
Banco Central Europeo ( que, de garante de la ortodoxia pase a ser un órgano de
dinamización). Tampoco se cuestionan los “privilegios” que la ciudadanía
critica.
Por otro lado están los partidos y organizaciones que sí cuestionan el
papel de la actual Unión Europea, tal y como existe en la actualidad. Sí
cuestionan la política económica y fiscal, sí cuestionan las instituciones, sus
funciones y su relevancia social. Pero, curiosamente, tampoco plantean una
propuesta clara y concreta sobre uno de los aspectos que más “duele” entre la
ciudadanía: los privilegios de los diputados y diputadas. Curioso.
Insistir en la importancia del voto ( y su sentido) debe centrarse en
dar preponderancia a los mensajes y propuestas con los que las candidaturas se
presentan, sustrayéndonos de esa proyección “local”: no nos jugamos un gobierno
estatal, nos jugamos el gobierno supranacional que ha condicionado y
condicionará el desarrollo del Estado Español.
Ahora bien, ¿tienen interés los partidos políticos tradicionales en
crear el ambiente apropiado que cuestione la Europa que hasta ahora conocemos?. Mi opinión es
que no. Por un lado tenemos a la derecha, fiel cumplidora de los criterios
austericistas impuestos desde los organismos supranacionales. Por otro, la
socialdemocracia, condicionada, no solo por su situación doméstica, sino por la
nula capacidad de reconstruir un discurso acorde con su propio discurso: de la
retórica de “izquierdas” a la recuperación de un ideario programático basado en
los principios del estado del bienestar como elemento vertebrador. La alianza
de la Socialdemocracia
Alemana con la derecha nos plantea algo más que dudas sobre
las “propuestas” que la socialdemocracia española pueda plantear.
Las opciones más “rupturistas”, representadas por la izquierda
anticapitalista (nominalmente) se erigen como la presunta única alternativa. Pero,
¿el auge en Europa de la izquierda de tradición comunista representará un freno
a las imposiciones austericidas?. Todo dependerá de la capacidad de éstas
organizaciones en cuanto a la movilización de un electorado apático y
desilusionado.
En definitiva, y pese a lo que se pueda pensar a raíz de la argumentación
anterior, personalmente creo que la cita electoral del mes de mayo es
fundamental para el futuro de nuestro país, y de éste en el marco de una Unión
Europea actualmente en manos de esas invisibles figuras llamados eufemísticamente
“mercados”. La participación activa, no solo el día de votar, sino a lo largo
de una campaña en la que se deben desenmascarar y denunciar los discursos
populistas cuyo transfondo es la aceptación acrítica de una realidad social y
económica. La movilización social en torno a las propuestas de cambio y
transformación; desde la Europa
del capital a la Europa
de lo social.
Creo que nos jugamos mucho todos como para considerar las elecciones
europeas como “otro proceso electoral más”. Si el empuje de las opciones de
izquierdas consigue el suficiente apoyo social, esa corriente es posible que
sirva de motor a corrientes nacionales que incidan en la superación de la
situación de dominio que la derecha y los sucedáneos tienen en los gobiernos. Y
con esa conexión, que debería ser fruto de la movilización ciudadana, los
cambios puede que se sucedan. Si afrontamos las elecciones como un proceso
electoral más, habrán ganado los inmovilistas y aquellos cuyas pretensiones son
seguir igual ( política y socialmente),y
habremos perdido todos.
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