El
último domingo del mes de mayo de 2015, si nada ocurre, se pondrá fin a la
presente legislatura ( el cese oficial será antes) con el acto electoral. En
el, la ciudadanía decidirá quien o quienes les representarán y gobernarán sus
cotidianas vidas durante, al menos, cuatro años. Todo apunta a una corporación
plural (otros dirían atomizada), donde serán precisos los acuerdos para formar
gobierno. La legislatura que finaliza se inició de la misma manera: cinco
grupos sin mayorías suficientes para gobernar en solitario. No obstante y pese
a la correlación de fuerzas, fue imposible un acuerdo; lo que permitió al
partido popular seguir en el gobierno, en minoría, y como se demostró tiempo
después, a la búsqueda de una mayoría cómoda desde la que imponer su política.
El discurso de “acuerdo y consenso” fue, en el acto de investidura que dio
inicio a la legislatura que ahora acaba, un mero recurso, pues la realidad se
ha mostrado bien distinta.
A
pesar de que la pluralidad que surgirá previsiblemente de las urnas en 2015 no
gusta a algunos y algunas ( la derecha se afana en lanzar globos sonda sobre la
“bondad” de que, por ley, sea investido el Alcalde o Alcaldesa más votado, lo
que conllevaría una modificación de la
Ley electoral que afectaría no solo a la investidura, sino a
la moción de censura para consolidar esa investidura) es un hecho que la
sociedad ha puesto fin al bipartidismo y busca en opciones diferentes,
disgregadas o no de partidos tradicionales, solución y alternativas.
La
última encuesta del CIS a nivel estatal ( es una lastima que el recurso
estadístico esté tan poco extendido en el ámbito local, pues sería un recurso
interesante de análisis, no solo de expectativas electorales, sino de
implantación y análisis de políticas públicas) pone sobre el tapete el
“cansancio” de la ciudadanía respecto de opciones políticas que, en mi opinión,
no han sabido reaccionar a los nuevos retos que la sociedad ha planteado.
Volviendo
a la posible pluralidad, habría que decir que ésta, en contra de la opinión de
los partidos de la alternancia, es, además de un síntoma de salud social, un
reflejo de la sociedad en la que vivimos y, por ende, plantea un reto,
aparentemente difícil de asumir por esos partidos: la cultura del dialogo y el
consenso. Y cuando digo dialogo y consenso no me refiero a la búsqueda de
cómodas mayorías institucionales, sino a la construcción de una mayoría social
que se refleje en la composición de un gobierno plural; con una propuesta
acordada, debatida y consensuada no solo entre los representantes, sino también
con los representados, pues de otra manera, la pluralidad no reflejaría más que
un resultado electoral y no una ambición social por cambiar la realidad
política.
No
se trata de una cuestión de “pequeños y grandes”, de “mayoritarios o
minoritarios”. No se trata de qué opción fagocita a la otra a través de un
gobierno de coalición. Tampoco se trata de un reparto de poder para que cada
uno “gobierne” un “reino de taifas” en forma de concejalía. En mi opinión, se
trata de sumar sumando: de sumar una mayoría, sumando las propuestas políticas
y consensuando una unitaria y plural donde todos se sientan lo más cómodos
posible en el plano programático y desde donde construir (que no reconstruir,
pues nada se puede recuperar si no ha existido) una verdadera democracia local
de todos y todas y para todos y todas.
Para
finalizar, simplemente decir que, el final de ésta legislatura, no solo
supondrá el fin de cuatro años de mandato: puede suponer el fin de una dinámica
institucional que ( y a las pruebas me remito) no ha beneficiado a El Campello
y sus ciudadanos y ciudadanas. Una dinámica de “gestión” sin aportaciones
políticas pero sin con aportaciones personalistas y ególatras. Una dinámica, en
fin, que, si nada lo remedia, condenará ( y no es catastrofismo, pues los datos
y hechos están ahí) a las jóvenes generaciones a una vida anodina y de mera
supervivencia.
Es
necesario romper con un época: es necesario, en mi opinión, superar el periodo
de democracia representativa e institucionalismo preeminente para avanzar en
uno de carácter participativo y, por supuesto, de corresponsabilidad. Pero no
solo las urnas pueden romper con esa estática aceptada hasta hoy de forma casi
acrítica por la ciudadanía local; los partidos y organizaciones deben adaptar
sus estructuras y medios para, superando igualmente la endogamia que hasta el
día las ha caracterizado y llevado hasta donde están ( en el merecido ojo del
huracán social); avanzar en su transformación en herramientas, instrumentos de
acción política y social. De lo contrario, las urnas les pasarán por encima y
muy flaco favor habrán hecho a su historia y su ideología.
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