No es mi
intención, especular intelectualmente sobre términos y conceptos que, debido a
su complejidad son motivo de estudios académicos serios. Pero si me gustaría
aventurarme a realizar una comparación cualitativa en torno a lo que los
funcionalistas ( dentro del paradigma sociológico contemporáneo) han denominado
Estructuras Sociales y, más concretamente, sobre los partidos y organizaciones
políticas como parte de ese sistema de estructuras y subsistemas.
Para los
funcionalistas, lo importante no es el “quien”, sino el qué, separando ambos
conceptos. En mi opinión, en el marco en el que estamos, el quien y el qué
tiene una relevancia, pues ambos conceptos se “transversalizan” al existir un “porqué”.
El análisis
funcionalista considera que, en la relación social existen unos elementos
comunes: estructura y función, que, en principio y para los intelectuales que
desarrollan su actividad sociologica desde éste paradigma, son básicos. Las
estructuras son “un sistema de reglas de un sistema relativamente estable y que
tienen a continuar en el tiempo, a pesar de los cambios. Este extremo, de forma
grosera, lo podríamos aplicar a los partidos políticos tradicionales: las
reglas son tan estables que, incluso en algunos partidos ( de la derecha
principalmente) la democracia ha llegado solo de una manera formal, podríamos
decir ( al margen de valoraciones y, de forma objetiva, si planteásemos datos
sobre la vida orgánica de éstos partidos podríamos valorar la afirmación, más
allá de acalorados debates sobre el entendimiento subjetivo).
Pero voy a
pararme en las cuatro características que la sociología funcionalista plantea
como mínimo en lo que respecta a una estructura y, sin las cuales, se produciría
una “disfuncionalidad” que le restaría carácter. Veamos.
-Las
estructuras se articulan y organizan en función de una norma interior que le
dan solidez. Así es en el caso de los partidos y en cualquier otra estructura
social pues, de lo contrario nos encontraríamos ante un agregado social.
-Formada
por un conjunto de instancias coordinadas respecto a normas y participantes que
le permiten actuar en virtud de una finalidad determinada. En el caso de los
partidos; la lucha por el poder ( entendido poder en su acepción liberal).
-Está
adaptada al ambiente en que aparece. Y aquí encontramos la primera
disfuncionalidad: los partidos, desde la transición, subsisten “gracias” al
apoliciticismo de lo que ahora ha denominado algunos, la “mayoría silenciosa”. O
dicho de otra manera: los partidos han vivido gracias a la delegación, que no a
la participación ( minoritaria, si valoramos porcentualmente la militancia, por
ejemplo, en un municipio) de la ciudadanía, fruto de “aquella” democracia que
fue diseñada en la transición como “perfecta” pero que es cuestionada en la
actualidad.
-Se
transforman en el ambiente en el que aparecen: se adaptan. Y esa es otra cuestión
que es claramente disfuncional: los partidos tradicionales no se han adaptado a
un ambiente cada vez más crispado contra el papel excluyente de la democracia
formal (representativa) en que vivimos. Los partidos, lejos de adaptarse
efectivamente, viven de gestos y propaganda con el único objetivo de mantener
la dominación ( en términos Gramscianos y, por ende, marxistas) bajo la que
vivimos, y que propicia que, todavía, esa mayoría silenciosa no se plantee la
movilización para derrocar, a través del único instrumento de democracia
directa que el sistema permite ( el voto) a unas organizaciones ancladas a unas
funciones latentes ( la manifiesta es la lucha por el poder): la defensa de una
seria de privilegios ( subvenciones, salarios, jubilaciones, etc) que el
sistema les garantiza y del que se aprovechan utilizando como pancarta la función
manifiesta de la lucha por el poder, escudada en los programas electorales,
verdaderos documentos de retórica política que parecen copiados unos de otros.
Y me he
centrado en el análisis funcionalista, porque es el mismo que confiere, académicamente,
una función a cada estructura ( se realizan de forma conjunta) para especular (
nada más lejos de mi intención que demostrar psudo empíricamente, pues ni tengo
los recursos, ni los datos, aunque en el análisis cualitativo de lo que
planteo, ya coincidimos muchos y muchas desde diversas perspectivas ideológicas),
sobre la necesidad de analizar críticamente el papel actual de los partidos,
tanto de los que nos gobiernan como de los que quieren hacerlo. En mi opinión,
centrarse únicamente en el “buenismo” de sus candidatos o en unos programas
electorales inconcretos y en su mayor parte llenos de retórica ( los programas si pueden ser analizados, y
animo a ello), sería un acto, inconsciente o involuntario ( no lo se) de
perpetuar a una élite que vive alejada, no solo del papel que deberían jugar,
al menos en sus niveles más cercanos, sino del propio espíritu de la
democracia, entendida como sistema de representación y de participación.
En otro
artículo especulare sobre el concepto de rol y de estatus para, como decía,
seguir especulando sobre el papel de nuestros políticos. Aunque lo que deberíamos
hacer es, en lo posible, leer las actas de pleno para analizar el discurso político
de cada uno, sumándolo a su actividad cotidiana y a un análisis de sus
programas, para poder ubicarnos en una realidad institucional más o menos
concreta.
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