En situaciones de crisis extrema, como la que
vivimos, la opinión general cae en lo que los expertos denominan “desafección”
respecto a los partidos políticos. Y es un sentimiento lógico, aunque hay que
decir que ni los mismos partidos políticos “desafectados” han valorado las
repercusiones de ese abismo que han abierto con la ciudadanía, ¿ o si?.
La transición, y como culminación, la
aprobación de la vigente Constitución, consagra la representación política en
los partidos , algo que garantiza sobre el papel y de forma teórica ( como
muchos otros apartados de nuestra Constitución) la pluralidad y la
representación de la misma. No obstante el resto de leyes que desarrollaron el articulado
de la constitución consolidaron la actual estructura piramidal ( eso lo digo
yo) de la organización, superponiendo la estructura política a la ciudadanía y
dotándola de una serie de “derechos” que en la actualidad la ciudadanía
cuestiona abiertamente. ¿Por considerarlos privilegios, o simplemente por
considerarlos una manifiesta injusticia?. Lo cierto es que hasta no hace mucho
la estructura de “privilegios” que hoy altera a la sociedad respecto a los
partidos no eran tenidos en cuenta por la ciudadanía como un problema:
simplemente era algo “normal”.
Es cierto que la actual estructura política, y
en concreto, lo referente a los partidos y otras organizaciones no se ajusta a,
digamos, la lógica social. Pero éste problema se vienen dando desde el
principio de nuestra “modélica” transición: las organizaciones políticas y
sindicales asumieron el un “mal menor” que, beneficiándoles en principio, les
alejó de la sociedad y los convirtió de hecho en entes complementarios de la
superestructura del Estado, al servicio del sistema ( al que no cuestionan),
lejos de lo que hoy en día necesita la sociedad: instrumentos eficaces de
participación y acción política y sindical.
Otro aspecto que subleva a la sociedad es el
cúmulo de privilegios de los que gozan los “próceres” del país: los Diputados y
cargos públicos en general.
Los salarios de los Diputados, sus pensiones,
sus viajes, sus dietas; pero también los salarios de Diputados provinciales,
dietas, viajes, de Alcalde y Concejales, con sus salarios, sus viajes, etc. Ese
cúmulo de verdaderos despropósitos que ahora la sociedad cuestiona abiertamente
( y en ocasiones, a falta de argumentos por información, de forma peligrosa,
veamos si no un dato del último barómetro del CIS sobre la estructura del
Estado, donde un 22,1 considera que se debería volver a un Estado sin
autonomías, centralista y casi heredero de concepto de una grande y libre que
parece que no ha sido olvidado del todo en nuestro país) junto con sucesivos y
recurrentes casos de corrupción, provocan algo más que un desapego: un
cuestionamiento claro.
En la misma línea, la “puerta giratoria” que la
clase política aprovecha y consiente, consolida el sentimiento de que se
trabaja en función de intereses particulares y no del interés general y
colectivo ( el artículo de A.G.Santesmases sobre Democracia y privilegio
plantea interesantes reflexiones sobre el particular).
Lo cierto es que la progresiva consolidación de
unas elites políticas paralelas y al margen de la sociedad, ha creado mayor
distancia entre mandatarios y mandatados, suponiendo ya un problema del que
ellos mismos no pueden ser la solución, si no es a través de un profundo
proceso de autocrítica y reorganización que sitúe nuevamente a las
organizaciones políticas y sindicales en el lugar que su mismo origen les
asigno: al servicio de.
Insistiendo en el “desapego”, el único gesto
que se visualiza en la sociedad, últimamente como un verdadero “mantra”
democrático es el proceso de primarias
para designar cabeceras de cartel. Esto, solapa el debate sobre las
listas abiertas que conferiría a las candidaturas una verdadero carácter
democrático al margen del electoralismo del espíritu presidencialista, lacra
que condena a las democracias a un peligroso personalismo si éste no viene
acompañado de medidas de control ciudadano y supervisión eficaz por parte de
nuevos mecanismos de participación social.
La desafección es vista como una desconfianza
hacia las “elites” políticas, cuando, en mi opinión, lo que realmente ocurre es
un cuestionamiento del sistema en sí mismo. En éste aspecto, una parte de la
izquierda social y política ha abierto vías para una regeneración más allá de
la elección de personas, donde el debate de ideas y propuestas podrá, en un
futuro, suplir la destrucción de la conciencia de pertenencia, al menos, de los
grupos o estratos más bajos de la sociedad ( en el pasado, la conciencia de
clase, se sustentaba en un convencimiento de pertenencia no solo por cuestiones
coyunturales socio económicas, sino también desde una perspectiva de futuro
colectivo compartido).
Todo lo anteriormente señalado nos llevaría a
plantear un escenario presente marcado por el descreimiento generalizado en el
papel de los partidos y organizaciones por un lado, y en el cuestionamiento de
la superestructura institucional por otro. De ahí, sería preciso extraer
conclusiones que nos situasen en un contexto de debate alejado del
autoritarismo que puede provocar la ausencia de valores verdaderamente
democráticos ( no solo el derecho a voto).
En primer lugar la necesidad de la reforma de la Ley Electoral para favorecer,
no solo la presencia de minorías, sino para dificultar igualmente a las
mayorías que, por las experiencia que hemos tenido, no han beneficiado a nadie,
excepto a las organizaciones que las sustentaban. En segundo lugar, y en el
marco de esa reforma de la Ley Electoral ,
la introducción de las listas abiertas y mecanismos de control ciudadano
respecto de los cargos electos (obligación de rendición de cuentas,
revocabilidad de cargos, supresión del acta personal, etc) que devuelvan
realmente el poder a la ciudadanía.
En tercer lugar, la apertura de un debate
social sobre la constitución y la necesidad de reforma, incluso en el marco de
un nuevo proceso constituyente dadas las carencias que nuestro texto
constitucional tiene respecto al blindaje de derechos sociales y económicos, el
modelo institucional, el poder judicial dependiente y supeditado en demasiadas
ocasiones al poder ejecutiva, etc.
Podríamos seguir avanzando en líneas de
actuación coincidentes con innumerables reivindicaciones sociales ( 15, DRY…),
pero surge una pregunta relevante que condiciona la continuidad de las
reflexiones: ¿está la sociedad preparada, o incluso dispuesta al “esfuerzo” de
participar?.
Respecto a su preparación, personalmente
considero que no. Uno de los “méritos” de los partidos políticos y sindicatos
ha sido la desideologización de la sociedad como condición para su permanencia
en el sistema. Cualquier debate más allá de lo coyuntural que condicionase la
subsistencia de una superestructura ha sido combatida desde la derecha
económica como innecesaria, demagógica, anticuada e incluso peligrosa para la
estabilidad del estado del bienestar que estaban dispuestos a consentir.
Los partidos políticos deben recuperar la
formación y el debate de ideas con el objetivo de que la sociedad retome el
compromiso colectivo que se le ha negado en beneficio del individualismo, que
ha atomizado interesadamente la conciencia colectiva, en beneficio de los
oligopolios políticos y económicos.
La militancia ( y no me refiero al pago de las
cuotas sin más compromiso) debe recuperar las organizaciones, obligando a las
direcciones a abandonar el elitismo orgánico en beneficio de una verdadera democracia
orgánica ( no una mera traslación de la democracia electoral basada en la
celebración de congresos donde la delegación del voto se convierte, cada vez más,
en un mercadeo de intereses personales o de grupo). La transformación del
sistema debe iniciarse desde el corazón de las organizaciones políticas,
abandonando la idea de que el mero hecho de la elección de un candidato o
candidata garantiza una profundización democrática, cuando lo que
verdaderamente significa es una definitiva consolidación del régimen
personalista instaurado por la transición.
Esa militancia debe asumir su responsabilidad,
sustituyendo el seguidísimo acrítico por una participación activa en todos los
niveles de decisión. Un proceso constituyente primario ( por considerar las
organizaciones políticas como base de la organización político social) basado
en la introducción de normas y reglas estatutarias, más allá de los gestos copulares
cuyo único objetivo es la obtención de un rédito electoral coyuntural: ese
debería ser uno de los objetivos de una verdadera y efectiva apuesta por un
cambio de escenario; desde una estructura absolutamente piramidal a una
organización horizontal, donde la rendición de cuentas periódica, la
revocabilidad de los cargos, la limitación de permanencia, la supresión de privilegios
orgánicos, la elegibilidad de todos y todas en listas abiertas podría ser ese
ejemplo y ese modelo que la ciudadanía busca después de años de democracia
indirecta y únicamente representativa que nos ha llevado a la quiebra de un
sistema construido sobre cimientos proteccionistas heredados del régimen
dictatorial.
Si esas transformaciones primarias se diesen,
evidentemente se frenaría, por un lado, la continua disgregación de fuerzas políticas,
y por otro, una mayor implicación de la ciudadanía en la actividad de las
organizaciones. Pero, ¿cuál es el temor, porqué no se dan los pasos hacia la
democratización de las organizaciones políticas, porqué únicamente gestos de
cara a la galería mediática?. El motivo, en mi opinión es la inexistencia de una
verdadera libertad de expresión y prensa, viviendo las organizaciones, de algún
modo, prisioneras de los intereses de los grandes medios de comunicación. De ahí
la necesidad de crear medios de comunicación abiertos, plurales y
participativos, independientes de poderes económicos que hoy condicionan y
orientan en función de intereses corporativos.
Un penúltimo escalón sería, en mi opinión, la
traslación de los cambios y transformaciones a la política institucional,
devolviendo a la ciudadanía la capacidad de decidir a través de vías efectivas
de formación para una real participación. La tan denostada “politización” de la
vida social debería ser efectiva, pero abandonando el interés partidista en
beneficio de la formación, información y el debate social unido al debate político.
Solo desde la recuperación de la conciencia colectiva, solo desde la recuperación
de las instituciones más primarias y cercanas para el desarrollo de la
democracia podrá darse una transformación mayoritaria y, por lo tanto, real y
efectiva de la política que llamamos institucional.
Evidentemente este conjunto de ideas, algunas
de ellas inconexas pero de por si complementarias no conforman un guión, una
hoja de ruta. Simplemente aportan líneas de debate a una discusión que debe
ampliarse a través de la toma de decisiones, en principio, por parte de la
militancia de las organizaciones, y en un segundo lugar, por parte de la
ciudadanía. No podemos exigir a una ciudadanía aterrorizada social y económicamente
una implicación que requeriría una concienciación que se les ha negado a través
de un verticalismo partidario e institucional. No podemos sumar fuerzas si no
es desde la transformación de las actuales estructuras de los partidos políticos
de la izquierda, más allá de los discursos oportunistas cuyo objetivo es la
obtención de votos y cuyo resultado es el mantenimientos de un sistema que se
ha demostrado como invalido para avanzar en la democracia real y radical. La
mayoría de la sociedad debe ver en las organizaciones políticas un instrumento
desde el que influir y participar y no solo un “producto” destinado al consumo
electoral.
Como reza el título de esta humilde aportación
personal, yo creo en los partidos. Pero creo en ellos como herramienta, como
vehiculo de lucha y transformación. Creo que los objetivos que impulsaron su
creación son valores que debemos recuperar, adaptando la estrategia a la
sociedad en la que vivimos, para transformarla. El juego político debe dejar
paso a la acción política, pues de lo contrario, las fuerzas reaccionarias
encontrarán el sustento necesario para su consolidación como alternativas autoritarias
sobre una base social donde el terror lleva a la sumisión y donde la aceptación
nos llevará a la práctica esclavitud social, económica y moral.
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