Hablar de dictadura, sólo a treinta años vista
de la devastadora ignominia impuesta a fuego y muerte por el fascismo español (
existen algunas teorías sobre si podríamos denominarla dictadura fascista o régimen
autoritario, pero no es cuestión de entrar en disquisiciones terminológicas),
parece hasta insultante, máxime si la intención del que suscribe es presentar
algunas analogías con los tiempos que estamos viviendo. No obstante, y con una
ambición meramente “opinativa”, voy a meterme en harina.
La dictadura franquista, o fascista o régimen
autoritario (llámese como se prefiera) fue algo que nadie dudaría en condenar,
a pesar del desconocimiento que las generaciones jóvenes de nuestro país tienen
sobre esa nefasta página de nuestra historia. Pero lo que más poderosamente me
llama la atención es el grado de aceptación con el que la sociedad permite que,
todavía hoy, se mantengan determinados símbolos del genocidio fascista (basta
con recordar algunas de las instrucciones reservadas de Mola para no vacilar en
la calificación de genocidio). Y no me refiero solo a estatuas o similar: me
refiero a ensalzamiento del genocidio por parte de cargos públicos de la
derecha y, sobre todo, a los métodos que la misma derecha utiliza en el
ejercicio del poder, persiguiendo el mismo fin que perseguía Mola, pero desde
la legitimación política que dan las urnas ( más adelante entraremos en el
asunto).
En ningún lugar de Europa podría darse el nivel
de permisividad e incluso de privilegio del que todavía goza en determinados círculos
el régimen fascista.
Por otro lado, la dictadura estalinista que,
bajo la retórica comunista y la simbología revolucionaria, asesinó a millones
de comunistas en campos de concentración (Gulags) y sometió a la población a un
régimen autoritario.
Si hablamos de dictadura, ambas imágenes pueden
venirnos a la memoria de una forma recurrente. Pero no es a este tipo de
dictadura al que me quiero referir. Quisiera hablar del concepto de dictadura,
pero no desde el ejercicio tosco del terror, sino de la imposición a través del
miedo, pero con la legitimación de los instrumentos denominados del “estado de
derecho”.
El capitalismo, a pesar de que se ha servido de
la democracia liberal para legitimar e imponer su política de explotación en
casi todo el planeta, ejerció de mano invisible en la imposición de una
dictadura, pero ésta solo económica (¡solo!), permitiendo el desarrollo de
determinadas libertades que, no siendo peligrosas para su subsistencia, justificaban
el sistema como el “menos imperfecto”, simplificando la democracia a la mera
representatividad. Bien es cierto que las sociedades tienen, en el sistema de
democracia liberal en el que vivimos, la posibilidad de cambiar de gobierno
pero, ¿de forma autónoma a la influencia “no visible” de las fuerzas
coercitivas?. En mi opinión, no. Y opino que no, porque el capitalismo ( o
economía de libre mercado en términos más actuales) se sirvió y se sirve de
determinados instrumentos para someter la voluntad de la población y, por ende,
someter o condicionar su intención de voto. Me explico: ¿la política económica
de los partidos mayoritarios difiere en algo en nuestro país?, ¿dicha política
económica, no tiene el respaldo de los medios que centran sus análisis en los
resultados de la bolsa, en los datos macroeconómicos, etc?, ¿no se ha extendido
el lenguaje neoliberal sustituyendo términos como el de ciudadano por el de
consumidor y similares?, ¿no se hacen eco los medios de comunicación de masas
de las noticias económicas planteando opinión sobre la misma?. Evidentemente
todos estos argumentos pueden ser rebatidos: seguimos teniendo libertad ( opinión,
expresión…). Y es cierto.
Centrándonos en los métodos que el actual
gobierno ( del que muchos de sus militantes todavía se jactan de admirar al
dictador y añorar el régimen sin que la repercusión vaya más allá de un par de
titulares) emplea, podríamos deducir que, el argumento que sustentó al régimen
fascista durante cuatro años, es empleado por el actual gobierno sin que la
población tenga conciencia de ello ( sí se tiene conciencia, pero no como una
restricción general de derechos con objetivos concretos, sino como meras
medidas transitorias motivadas por la crisis): el miedo. Miedo a perder el
trabajo, miedo a las sanciones administrativas cuando la Ley de Seguridad Ciudadana
entre en vigor, etc. Pero esos miedos son achacados a la situación y no a un
plan preestablecido por los que, en mi opinión, representan a la extrema
derecha española ( con todas las connotaciones).
Todavía no se ha tomado conciencia del
objetivo, aunque quizá pueda valorarse si reflexionamos sobre: Educación (
objetivo: sumir en la ignorancia social a los y las jóvenes, suprimiendo
cualquier capacidad de crítica, construyendo sumisos consumidores frente a
ciudadanos y ciudadanas responsables).Sanidad (objetivo: transformar el sistema
público sanitario en un sistema asistencial, anteponiendo de forma teórica los
derechos de los “usuarios” a la gestión pública, transformando en negocio un
derecho; el derecho a la salud). Derechos económicos y sociales ( objetivo:
someter a la clase trabajadora a la política del terror y la sumisión,
obligando a renunciar a la dignidad en beneficio de la mera supervivencia).
Participación ( objetivo: criminalizar los movimientos sociales, apelando a la
seguridad, pero utilizando los medios coercitivos a disposición del estado para
reprimir violentamente cualquier expresión ciudadana). Y podríamos seguir.
Y visto el planteamiento anterior, ¿podría
afirmar que, en un régimen democrático hay un partido político que, sirviéndose
de los instrumentos del estado está sometiendo a la población a una política de
terror premeditado y planificado?.
El ataque contra las estructuras de las que se
dotó la clase trabajadora, con el objetivo de minar y cuestionar su
representatividad y, por consiguiente, el apoyo de los y las trabajadores y
trabajadoras es otro objetivo que resulta evidente que se persigue. No
obstante, en éste caso concreto, mucho del demérito de los sindicatos es debido
a los mismos sindicatos que poco a poco han ido transformándose en meros apéndices
de las estructuras del estado, perdiendo su carácter y sus objetivos como
instrumentos de acción de la clase trabajadora ( el interclasismo, la opacidad
económica, el verticalismo en la toma de decisiones…)
Las líneas entre dictadura y democracia no son
tan claras, si los poderes “invisibles” (eufemísticamente les llaman “mercados”)
son los que realmente condicionan la política de un país. Y en éste país, los
poderes que condicionan la política que todos y todas sufrimos en mayor o menor
grado, está condicionada, por no decir dirigida.
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