Un Ayuntamiento no es un ente
aséptico, dedicado a la mera gestión de servicios. Si esto fuese así, serían
prescindibles, tanto partidos como procesos electorales. La democracia política
creo que es otra cosa.
Huyendo de cualquier intención
academicista, es necesario adentrarse en un mal que la sociedad padece ( y no
es un mal surgido de una impronta autónoma a la sociedad): el ninismo. Este mal
tiene, en mi opinión, dos acepciones: el ninismo político y el ninismo ( o reduccionismo
o simplismo…) social.
El ninismo, aplicado a la
política, es un termino cuyo principal argumento es: ni de izquierdas, ni de
derechas. La simplificación de éstos términos, negados y rechazados incluso por
destacados miembros de la izquierda como algo a “superar” o superados e incluso
anticuados, conlleva la desideologización de la política. Esta ausencia de
ideología es uno de los logros del sistema capitalista ( eufemísticamente
denominado de “economía de mercado”). Tras la caída de los regímenes que se
autodenominaron del “socialismo real”, la victoria del capitalismo y del modelo
de democracia liberal se irguió como vencedor ( F.Fukuyama, El fin de la
historia, y el último hombre), considerando cualquier opinión fuera del
contexto capitalista y de democracia liberal ( electoral) como una utopía
(refiriéndose a cualquier idea política, según el, derrotada tras la caída del
muro de Berlín).
Y el sistema, cuyo objetivo es
el sometimiento de la población (sometimiento económico, social e ideológico),
impuso la “creencia” de que lo que importaba, no era la ubicación ideológica,
sino el pragmatismo de la supervivencia. Y la sociedad, “embrutecida” social,
cultural y económicamente, asumió ese ninismo político como un argumento; como
una tabla de salvación a la que se subieron los partidos políticos y otros
movimientos sociales, extendiéndose como un “plus” de independencia y criterio
autónomo abominar de las ideologías.
Evidentemente la dinámica de
los partidos políticos (representantes de las ideologías, en principio) ha
favorecido la actitud acrítica a través de un mensaje vacío, electoralista y
falsamente pragmático (“lo que la sociedad necesita, lo que el pueblo necesita,
lo que la gente pide…”)cuyo objetivo es, simplemente, seguir en el bucle, para
que nada o casi nada cambie,.
Me voy a permitir citar a uno
de los más “destacados” “ninistas” de nuestra historia más reciente: F.Franco,
dictador, fascista y genocida, que dijo: “haced como yo, no os metais en
política”. Y lo cito, simplemente con el objetivo de advertir de los peligros
que el ninismo supone desde la interesada confusión entre ideologías y partidos
políticos.
En cuanto al ninismo social,
es una actitud que parte del ninismo político y que considera que las
instituciones ya no forman parte del Poder Político, y que las elecciones son
un trámite para la elección de “gestores” y no de representantes políticos
(encuadrados en partidos con un programa político y una ideología).
Este reduccionismo es
igualmente fruto de los “objetivos” del sistema en cuanto a imponer la percepción
de que lo importante no es la ideología, sino la practica empresarial (
obviando que las decisiones que se toman son políticas, y por lo tanto,
ejercicio de poder, en cuanto que, en función de las mayoría y minorías, se
imponen a otros utilizando la coerción que el sistema pone a su disposición:
leyes, tribunales, etc).
La posición ninista, ya sea
política o social, responde a una ideología y no a un proceso racional. Es
fruto de la desafección de una sociedad que considera que la “clase” política
no representa verdaderamente sus intereses y que forman parte de “otra”
estructura que les es ajena e incluso perjudicial.
Y esta desafección se combate
con POLÍTICA y con IDEOLOGIA. Política e ideología en cuanto a la organización
misma de los partidos, coaliciones y sindicatos, propiciando un debate
encaminado a convertir a los partidos en entes democráticos ( horizontalidad
frente a estructura piramidal) transformando las reglas de la democracia
electoral en reglas abiertas, participativas, donde la participación sea algo
más que el voto.
Si esa transformación no se
da, y desde los mismos partidos (con las mismas estructuras y con los mismos
intereses) no se propicia, corremos el peligro de una deriva populista y
autoritaria, con lo que el conflicto se enconará hasta puntos irreversibles que
pueden llevarnos a situaciones de “fascismo” de facto aunque se le siga
llamando democracia.
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