Una gran parte de la ciudadanía que en breve
será convocada para acudir a las urnas se pregunta: ¿para qué ir?. Mientras,
los y las futuros candidatos y candidatas empiezan a introducir las típicas
frases y soflamas vacías de mensaje pero llenas de electoralismo.
Las soflamas sirven a ese electorado fiel que,
al igual que las organizaciones y partidos a los que sigue de forma acrítica,
padecen de una endogamia propagandística igualmente vacía de contenido, más allá
de unas siglas que, tras años de aligeramiento ideológico, son como una mera
opción futbolística, es más: los y las dirigentes hablan en nombre de esas
organizaciones como si del “partido del siglo se tratase”.
La pregunta que se debería hacer el ciudadano o
ciudadana que está pensando en ir o no a las urnas en el mes de abril es, ¿qué
se gana o se pierde en las europeas?. A esa pregunta, si le sacamos el
resultado puramente numérico de los diputados o diputadas obtenidos por los
partidos, le queda la necesidad de responder ( pues van unidas) al porqué y el
para qué.
Porqué debo votar es la primera pregunta que
los partidos que se postulan como “solución” deben contestar. No con mensajes
propagandísticos, sino con explicaciones practicas. Opino que el porqué debería
contener, a partes iguales; un contenido de aprovechamiento del único derecho
electoral que la UE
nos concede, y otro de contestación a una estructura que ha buscado el
sometimiento a rígidas y férreas propuestas de política radical neoliberal.
El parlamento europeo, así como la estructura
misma de la UE
adolece de democracia, siendo una institución, al igual que las españolas, de
mera representatividad. Al margen de la actitud de cada diputado o diputada,
las vías de participación son prácticamente inexistentes además de desconocidas
para el común de la ciudadanía. Por lo tanto, aprovechar el único derecho a
elegir que nos concede la actual estructura institucional Europea es necesario.
Para qué debo votar. A esa pregunta, los
partidos y organizaciones van a respondernos desde una perspectiva generalmente
electoralista, pues profundizar más en el porqué nos haría cuestionarnos los
objetivos y, por lo tanto, la misma existencia de la actual estructura de la UE.
Los partidos tradicionales apelarán a la
necesidad de influir en los órganos de decisión pero, ¿cómo?.
La derecha europea tiene claro que el modelo
que toca defender es el actual: el del sometimiento de todos a los criterios
del FMI, BCE y resto de organismos neoliberales. El déficit y el sucursalismo
de los países del sur de Europa frente al “liderazgo” de los países del norte,
obviando las diferencias sociales y económicas, las necesidades de regulación
de la especulación y el fraude, las políticas de supeditación de derechos a
beneficios, etc, son el paradigma de la Europa que defiende la derecha. En el caso de España,
con unos tintes nacional católicos que impone la omnipresente e histórica
influencia de la jerarquía católica, y el carácter de soberbia social de los
dirigentes del único partido europeo que ha conseguido aglutinar a la extrema
derecha más reaccionaria en sus filas.
En el caso de la socialdemocracia con la
hipoteca de las sucesivas concesiones al capitalismo financiero y sus pactos de
“estado” con los neoliberales en busca de una solución a sus propias
contradicciones que únicamente las han incrementado, liquidando cualquier
contenido progresista programático, prevaleciendo únicamente el discurso contra
la práctica.
La socialdemocracia Europea que no es referente
de la confrontación de proyectos ( no digamos ya de ideología), se presenta
hipotecada por la inexistencia de un verdadero proyecto social europeo. El principio
de primacía de intereses nacionales se enfrenta a la construcción de una Europa
solidaria y de derechos sociales con el lastre de ser los colaboradores
necesarios en el desmantelamiento de las estructuras socio económicas del sur (
lo que ha instaurado la subsidiaridad de éstos países a los intereses de los
primeros). Por lo tanto, la socialdemocracia no es la solución a los problemas
que ellos mismos ( desde el gobierno, desde la oposición “responsable” e
incluso desde la colaboración) han creado.
Tenemos por otro lado la izquierda plural. La
izquierda englobada en torno al Partido de la Izquierda Europea
tiene en su mano la posibilidad de influir en lo posible, más que en el futuro
de Europa, en el retorno a la
Europa de los derechos. Evidentemente esta posible influencia
dependerá de los resultados electorales, pero también del mensaje que se sea
capaz de insertar en la sociedad.
Los eslóganes y soflamas deben dejar paso a un
verdadero debate sobre el cómo transformar Europa; como transformarla social y económicamente.
Para ello, no solo debe existir un programa común, sino una estrategia de
movilización común para toda Europa. Una estrategia basada en la conciencia a
través del debate. Una nueva dinámica que aleje a la Izquierda europea de la
imagen de “más de lo mismo, para lo mismo”.
Confío en que la izquierda europea sea capaz de
enlazar las inquietudes de una gran parte de la ciudadanía con esa necesaria
estrategia unitaria que el actual sistema exige. Y lo espero porque las únicas
esperanzas de cambio progresivo están depositadas en esa Izquierda cuyo primer
compromiso debería ser ( al igual que la izquierda en todos los ámbitos
institucionales) corregir los errores y renunciar, denunciando, las situaciones
de privilegio que el sistema representativo europeo impone. Ese, sería un buen
comienzo que, con toda seguridad sumaría participantes en el proyecto de
transformación global que los trabajadores y trabajadoras de Europa
necesitamos. Más que el apoyo electoral, lo que es necesario buscar es la
implicación inicial en el proceso de transformación. Una implicación que debería
tener una continuación en los diferentes estados y en los diferentes niveles
institucionales ( locales, autonómicos, etc) . Podríamos empezar a pensar que sí,
que otro futuro es posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario