El fallido intento de formar un
gobierno alternativo que concretase el hipotético mandato de las urnas (hipotético
porque las lecturas no son unánimes, al condicionarlas los intereses y
estrategias) nos ha situado de nuevo ante las urnas. Esto no es ni bueno ni
malo; simplemente es el fruto de la ausencia de un valor que ha estado ausente
en la política nacional desde la recuperación de la democracia ( el valor del
diálogo) pese al intento de poner en valor los acuerdos de la transición sin
tener presente el contexto histórico-económico en el que se dan.
La acusación de culpabilidad
parece que va a ser un argumento recurrente. Y en la construcción de las
diferentes culpabilidades van a jugar un papel central los diferentes medios de
comunicación, en función de los intereses empresariales que representan. Pero,
¿ a quién culpará la ciudadanía? Como decía, en función de la carga emotiva
acumulada en un proceso fallido de negociación (es un hecho que las posiciones
se han polarizado cuasi en una metáfora futbolística, donde los argumentos del
“otro” son falsos por principios).
El PSOE asumió un papel que en
principio no le correspondía: el PP y su candidato se pusieron de perfil como
estrategia de distracción (algo que parece que les resultará productivo si a
las encuestas nos referimos). Pero ese papel se inició desdibujado dadas las
limitaciones planteadas por el Comité Federal y la vehemencia con la que
algunos líderes territoriales han defendido posiciones incluso contrarias a las
preferencias de sus propios electores. No obstante, la opción de acuerdo
trasversal fue una apuesta que, en mi opinión, expresaba una opción razonable:
acuerdo entre el PSOE, Ciudadanos y Podemos. Los errores, en mi opinión fueron
dos. En primer lugar, aceptar las exclusiones mutuas de Ciudadanos y Podemos.
En segundo lugar explorar, en primer
lugar, el acuerdo con Ciudadanos antes de con Podemos.
Las exclusiones han sido tácitas
y explícitas. Podemos excluyó a Ciudadanos y Ciudadanos a Podemos. Desde
posiciones diferentes (Podemos planteaba un acuerdo unilateral de la izquierda
con el apoyo pasivo de Esquerra y la nueva marca de CiU frente al intento de
“gran coalición” de Ciudadanos con el PP pese a la indiferencia y el
maniqueísmo de éstos utilizando como argumento el resultado electoral y no las
reglas parlamentarias) los nuevos y “fornidos” actores condicionaron desde el
inicio el posible acuerdo, algo que definitivamente se ha confirmado.
A la hora de repartir culpas creo
que es necesario superar en lo posible ese relato de incompatibilidad de
posiciones y entender la posición de cada cual. Es cierto que la táctica y la
estrategia han primado pero, nos guste o no (y esos gustos no son construidos
de forma autónoma) así es la política. Lo que se debería exigir es que entre
las prioridades si volviese a situar la responsabilidad que los representantes
tienen para con los representados, más allá de las preferencias partidarias: la
formación de un gobierno para todos y todas.
Sería fácil insistir en la
argumentación sobre la “culpa del otro”, pero creo que no es lo que conviene,
ni a la ciudadanía ni a los actores políticos. La posición de cada cual es
legítima si sus militantes y afiliados así lo consideran. Deberemos centrar el
foco de nuestra atención en las propuestas y en la voluntad de acuerdo y no
sólo sobre los argumentos que muchos medios quieren poner sobre la mesa,
creando e incidiendo en la creación, consolidación y polarización de las
posiciones.
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