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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

viernes, 17 de abril de 2015

TRANSVERSAL


El término transversal está de moda. Los intentos por ocupar esa posición ecléctica desde donde superar la dicotomía entre derecha e izquierda no son nuevos. La derecha, ha intentado suavizar el contenido negativo heredado de los mismos creadores del partido, hoy hegemónico (la herencia autoritaria y clerical). El principal partido de la izquierda, desde su “Bad Godesberg” en el 28 congreso (abandono, no solo del marxismo, sino de una gran parte de su bagaje ideológico y compromiso con los desiguales en beneficio de una mesocracia poco sólida) caminó hacia ese lugar donde la transversalidad da opciones de gobierno.

En los actuales momentos, diversos son los movimientos políticos que apelan a esa especie de centralismo equidistante de la izquierda o la derecha en pos de un lugar en el espectro político de diferentes ámbitos: UPyD, Ciudadanos, Podemos, etc. Pero en mi opinión, la transversalidad puede ser de derechas o de izquierdas en función del contenido de la propuesta, pese a que ésta sea compartida por opciones de diferente tendencia política. Me explico.

Proponer mejoras en el funcionamiento del sistema a través de procesos de consulta o información ciudadana, vamos a encontrarlos en diferentes opciones políticas y con nombres o terminología diferente, pero lo que las diferencia es el nivel de compromiso real con esa participación; con esa codecisión. Igualmente, plantear una propuesta concreta en materia de infraestructuras ( un parque, una escuela infantil, un mercado…) tiene igualmente cabida en el relato con el que diferentes partidos se presentan a las elecciones, pero lo que las significa como propuestas de derechas o de izquierdas es, por ejemplo, el modo de gestionar esa infraestructura ( privada, mixta o pública), a quién va dirigida o incluso en qué barrio se instalará así como la conexión con el proceso de consulta al que anteriormente me referí.

Lo que intento plantear de forma breve, es que la transversalidad, entendida como superación de las etiquetas de derecha o de izquierda es un triunfo de la derecha y un retroceso o cesión por parte de la izquierda que a través de su acción, principalmente (igualmente en las contradicciones entre discurso y práctica), ha vaciado de cualquier contenido esas políticas en pos únicamente de posiciones favorables a sus intereses de partido.  Por lo tanto, considero que, al margen de los términos en los que se autodefina una opción política, lo que realmente la significa son sus propuestas y sus políticas y no solo el simbolismo que todavía quiera utilizar en el marco del mercado electoral.

En mi opinión, plantear propuestas transversales (que atraviesen a izquierda y derecha) es simplemente una estrategia electoral cuyo efecto directo es la profundización de la desideologización de la sociedad, o lo que es más peligroso: anular el carácter crítico que la sociedad pueda (debiera) desarrollar, pues éste carácter es claramente peligroso pues parte de un proceso de reflexión y, en política, cuando menos se reflexione y más se “actúe”, mejor para los intereses de las élites dominantes.

Otro término transversal por excelencia es  el de “pueblo”. ¿Qué significa, a quién significa, qué parte de la sociedad debe sentirse parte de ese término? Igualmente, “ciudadanía o vecino”. Si solo se refiere al colectivo que comparte un término municipal, carece de significado político; si se refiere, por ejemplo, a los hombres y mujeres que sufren los problemas creados por las políticas “transversales”, ya es otra cuestión.

Angel Sánchez Sánchez.

miércoles, 8 de abril de 2015

LO VIABLE, LO POSIBLE Y LO NECESARIO.


Vuelvo sobre las propuestas electorales. Mi humilde objetivo explicito es que, por un lado ( y de alguna manera) sirva a alguien para una lectura crítica de los programas. Por otro, que los encargados y responsables de elaborar las propuestas ( de las que ya se tendría que estar hablando) utilicen criterios concretos a la hora de abordar la elaboración de la propuesta.

Lo viable.

La administración municipal tiene, tanto un marco competencial como unos recursos determinados. El marco competencial viene establecido en la legislación de régimen local, modificada a la baja por la recientemente aprobada Ley de Sostenibilidad que limita y en algunos casos reduce el marco competencial, algo que debería ser analizado para valorar si es o no necesario ampliar las competencias a través de la solicitud de cesión ante la administración correspondiente.

En cuanto a la financiación, los fondos de los que dispone el Ayuntamiento proceden; o de los impuestos y tasas municipales ( y los precios públicos por uso de determinados servicios), las transferencias del Estado y, en su caso, de otras administraciones ( fruto de convenios o acuerdos) junto con el recurso de enajenar patrimonio ( algo que debería ser una decisión extrema y consensuada pues supone una hipoteca para el futuro).

Lo posible.

Dadas las vías competenciales y los recursos disponibles, valorar si es sostenible económica y competencialmente, es una valoración necesaria: plantear actuaciones, o fuera del marco competencial o por encima de los recursos ( o al menos sin estar clara la sostenibilidad futura) es, además de una irresponsabilidad manifiesta, un acto de demagogia dirigido a “vender” simplemente humo.

Lo necesario.

Pero, pese al aparente encorsetamiento de la gestión municipal, hay espacio para la política.
Qué competencias son propias, cuales puede ( o deben) solicitar su cesión para el desarrollo de programas concretos ( empleo, formación etc.), cual es la distribución del presupuesto y si ésta se ajusta a las necesidades sociales y económicas, es un análisis que, en política, hay que realizar.

Optar por gastar o invertir es una opción política: valorar las necesidades del presente y las perspectivas necesarias para un futuro a medio plazo, donde la igualdad y la justicia social sean conceptos efectivos, es hacer política.

La realidad presente puede cambiarse, pero, o es desde el más amplio consenso posible entre representantes y representados (política y sociedad como concepto retroactivos) o cualquier propuesta será, pese a la retórica, pese a los cambios de nombre o su “adorno”; negativo para el futuro de todas y todos.


Congeniar interés particular con interés general, introducir en las propuestas valores claros ( solidaridad, igualdad…) es un aspecto que no puede pasar desapercibido para el analista/vecino, pues ahí se expresa ( no solo en las relaciones más o menos amplias de propuestas sin periodizar, ni presupuestar, ni identificar a quién y porque…) el nivel de compromiso con el cambio y la transformación de la sociedad.

EXPERIENCIA, DIVINO ARGUMENTO.

Los que están; los que nunca se han ido, pero que un día llegaron sin experiencia alguna, argumentan contra los que vienen, que no tienen experiencia y, por lo tanto, no son fiables: experimentos.

¿De qué sirve la experiencia de los que están (llevan años)?. ¿De qué sirve a los y las ciudadanos y ciudadanas que los que están (llevan años) hayan decidido en nombre de la ciudadanía, que había que invertir ( o gastar) en una macro piscina en vez de en infraestructuras que incidiesen directa y efectivamente en la vida, como pueden ser: la educación infantil, el cuidado de ancianos, las ideas para el desarrollo socio económico, etc?.

Los que vienen, no han estado, pero los que están ( llevan años) han demostrado sobradamente ( en muchos casos) que ni saben, ni quieren saber ( incluidos los que habiendo estado en un lugar, lo cambian por tacticismo electoral).

Conocer cómo funciona la administración no es difícil; lo difícil es considerar que esa administración no está al servicio o capricho o criterio aleatorio y personal de los que “mandan”, sino de la ciudadanía.

Conocer de donde proceden los ingresos municipales; cuales son los gastos fijos y, consiguientemente, donde y como financiar las políticas, no es difícil: lo difícil es entender que las propuestas y las políticas deben fundamentarse en necesidades; presentes o futuras y, en mi opinión, algo que muchos de los que están (llevan años) han desestimado cuando no despreciado: que la política es un proceso de diálogo y consenso entre representantes y representados.


Creo que el argumento de la experiencia que esgrimen los que están ( llevan años) es, además de absurdo, un insulto a la inteligencia, pues hay otros valores personales que deben tenerse en cuenta, por encima de la experiencia institucional: la capacidad, el compromiso y, sobre todo, la humildad.

martes, 7 de abril de 2015

VIVA LA VIRTUD CÍVICA: ¡ VIVA LA REPÚBLICA!


El mes de abril se significa para muchos y muchas, porque el día 14 se conmemora la instauración de la IIª República Española. Uno de los “triunfos” de la transición, fue la aceptación del “olvido” de un período de la historia de nuestro país, basado en la imposición simbólica “nacional”, que ha impregnado a las generaciones, tanto posteriores a la guerra civil como las siguientes, víctimas de un sistema que aceptó la imposición cultural como el instrumento de superar las “dos Españas”, en beneficio de una reconciliación exigida unilateralmente a los vencidos. Pero no es mi intención quedarme en la referencia histórica, sino intentar hacer una breve reflexión sobre un concepto olvidado por muchos republicanos cuyo únicos argumentos visibles parecen ser la tricolor y la necesidad de sustituir al Rey por un Presidente de la República (algo que es consustancial al republicanismo como gobierno legítimo del pueblo contrario a la transmisión hereditaria de privilegios) . Más allá de estas reivindicaciones, hemos dejado (también fruto de esa imposición cultural) de lado una labor en mi opinión fundamental: la construcción de ciudadanía.  Uno de los “logros” de la transición fue, desde la renuncia impuesta a toda referencia a la República, la construcción de una democracia representativa, elitista y competitiva, donde el concepto de ciudadanía fue sustituido ( cuando no limitado al hecho de vivir en la ciudad) por el de votante, contribuyente o incluso cliente. De estos lodos, los presentes polvos en los que la democracia española se revuelve.

El romanticismo, e incluso el legítimo objetivo de restaurar el honor de los “vencidos” no son suficiente argumento para luchar efectivamente por la República. Los partidos y organizaciones que mantienen vivo el término republicano ( aunque aparentemente sea en su acepción únicamente simbólica), han hecho dejadez, al igual que todos los que nos definimos como republicanos, de una responsabilidad : la pedagogía social en torno a los valores cívicos, eje fundamental en la construcción de un verdadero sentir republicano.

La pregunta de por qué nuestra democracia sufre un claro descrédito, la podemos responder en parte, haciendo referencia a la imposición (aceptada) de un sistema basado en el individualismo liberal ( liberalismo político, entendida como la doctrina que confunde la economía con la política) donde el culto al hedonismo (en términos de cuerpo y espíritu)ha sustituido a otros valores, digamos; colectivos. Donde el dogma de no intromisión llega hasta el extremo de impedir que los poderes públicos dejen al albur de los vaivenes económicos y financieros a una gran mayoría de personas víctimas de la desigualdad y la injusticia.      

La corrupción, no solo política, es un insulto hacia la virtud cívica. La aceptación o incluso su graduación convierte a los individuos aislados en “si mismos”, en víctimas de una lacra que afecta y atenta contra los cimientos mismos de la sociedad. El elitismo en la política, la partitocracia y el papel de las personas como objetos intercambiables e incluso prescindibles ( números) es otra consecuencia aceptada en pos de ese paradigma de “buena vida individual” que nos ha colocado, como sociedad, en el umbral de un abismo que va a condenar a varias generaciones a la supervivencia.
Si tuviera que resumir en un término el concepto de virtud ciudadana, este sería la de sociedad decente, convivencial, que no niega las contradicciones de intereses contrapuestos y de conflictos, pero que se exige que los mecanismos para resolver los conflictos sean “justos”, consensuados e imparciales y, muy especialmente que ningún poder pueda humillar a la ciudadanía ni a sus opositores, siendo la expresión de una sociedad decente, sus leyes (S.Giner).

Podríamos profundizar en los valores cívicos o ciudadanos (igualdad entendida como igualdad de oportunidades reales de acceder efectivamente a los derechos,  la ley como garantía, la participación responsable en los asuntos públicos, etc) pero esto, lo dejaremos a la curiosidad que, espero, al menos los jóvenes tengan por el republicanismo, como decía, más allá del símbolo: una sociedad responsable y de iguales.


¿”Viejuno” hablar de república?, Quizá igual de anticuado que hablar de derechos, de libertad, de bien común, de decencia, de dignidad…?. ¿No?