Algunos gobiernos de la izquierda diversa y
plural que accedieron a los gobiernos municipales tras las elecciones del
pasado 24 de mayo están mostrando una carencia que, desgraciadamente, está
siendo utilizada por sus virulentos detractores como una muestra del “verdadero”
carácter que éstos ocultaban. La falta de lectura política de la situación,
junto con un exceso de emocionalidad en algunas decisiones, dibuja un inestable
escenario para las ilusiones que muchos y muchas pusieron en ellos. Parecen
estar haciendo todo lo posible para dar argumentos a los que anunciaban una “inestabilidad
democrática”.
El “asalto a los cielos” no puede suponer, en
virtud de los equilibrios propios de la pluralidad, un irracional intento de “imponer”
cuestiones que suponen un choque igualmente emocional en una sociedad que, nos
guste o no, ha naturalizado, tras años de imposición cultural, un imaginario
colectivo sustentado por una construcción mediática y simbólica. La lucha
contra ésta evidencia no puede ser, ni la imposición institucional ni la decisión
subjetiva en virtud de la simbología propia: la nueva política se debería basar
en el acuerdo, en el consenso y en la pedagogía aplicada a través de las
decisiones y la política desarrollada. En palabras de Foucault, uno de los
objetivos es “hacer visible lo invisible”, y para ello el trabajo de quitar,
poner o sustituir no es efectivo pues entra en el juego de los equilibrios
institucionales donde, la alternancia del sistema, propiciará la restitución de
los quitados o sustituidos, pero con un mayor grado de inquina, cuestión que no
favorece los objetivos de cambio.
La izquierda debería hacer una lectura política
adecuada a los objetivos, y a ser posible, prescindir de los argumentos
emotivos, pues éstos, generalmente y gracias a décadas de estrategias
(construidas socialmente) de dominación cultural, significan para muchos y
muchas imágenes de confrontación y crispación: dejemos las banderas, bustos e
imágenes y dediquemos nuestro esfuerzo a reconstruir una sociedad que, a causa
de la racionalidad formal (Weber) de las estructuras de dominación es, para
nosotros y nosotras, “irracional en su conjunto” (Marcuse). El cómo, parece
claro: democracia. Democracia aceptando incluso la “irracionalidad”; aceptando
la discrepancia y la diferencia; utilizando la pedagogía; creando escenarios de
participación, información y co-decisión. Tantos años de “violencia simbólica”
( que, al ser los dominados inconscientes de esas prácticas contra ellos, se
convierten en cómplices de la dominación a la que se les somete) no se resuelve
a través de la confrontación de símbolos: se revierte, gradualmente, a través
de la política, en mayúsculas.