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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

sábado, 27 de junio de 2015

"Postureo" y Transparencia

La transparencia, aplicada a las cosas, es una cualidad. Nos permite ver a través de ellas. En cambio, en política, en principio, es un compromiso; una voluntad de que el ciudadano pueda ver a través de la habitual opacidad tanto de partidos como de las instituciones.
La transparencia, también es parte de ese “postureo” que los partidos ( tradicionales y emergentes) han asumido como parte de la retórica que para muchos es la “nueva política”. Pero esa virtud; esa cualidad no solo se predica o se pide, sino que se practica.
Voy a intentar plantear un caso práctico que en mi opinión afecta tanto a tradicionales como emergentes. Por un lado, el proceso de diálogo, negociación, conversación o como quiera llamársele. Por otro, la desconocida ( y no por eso no sujeta a la necesaria transparencia, pues si es desconocida es a causa precisamente de la opacidad practicada, tanto por la institución como por los partidos que han formado parte de ella) partida presupuestaria destinada a subvencionar a los partidos con representación municipal.
En primer lugar, respecto al proceso de diálogo, hemos podido ver como en muchos lugares de la geografía, los partidos, coaliciones y candidaturas han aplicado esa transparencia, celebrando reuniones en lugares públicos e incluso retransmitiendo dichos encuentros a través de medios y red. En el caso de nuestro municipio, excepto alguna referencia a la existencia de dichos encuentros, no ha existido noticia oficial alguna, en un ejercicio colectivo de lo que se ha venido denominando por muchos como “vieja política”. Evidentemente, éste ejercicio de transparencia puede ser de diferentes grados, por lo que no era ni es preciso una convocatoria en el ágora pública, pero si una información puntual y precisa sobre el qué y el quién: sobre qué se estaba acordando y sobre el quién estaba manteniendo qué posturas.
Uno de los participantes ha solicitado públicamente una convocatoria pública para saber qué, y a esto me refería cuando hablaba del “postureo” respecto a la transparencia: pedir, solicitar e incluso exigir, cuando sus representantes forman parte del proceso de diálogo ( no directamente pero si la marca electoral surgida a causa de la negativa a presentarse por parte de la Asamblea constituyente o de la dirección estatal). Cualquier partido puede informar públicamente de qué se está hablando y de quién está defendiendo qué posición o propuesta: esto es transparencia.
En segundo lugar, respecto a la desconocida para muchos, partida destinada a subvencionar a los partidos con representación.
En mi opinión, creo que es necesaria una financiación pública para propiciar, en principio, un igual o proporcional acceso a los medios institucionales que den posibilidad de desarrollar una actividad política a los partidos y organizaciones que representan a la ciudadanía. No obstante, esta financiación pública debería estar sujeta a una fiscalización igualmente pública.  Pero a lo largo de la legislatura ninguno de los perceptores ha presentado ante el Pleno municipal ( ni ante la ciudadanía a la que ahora apelan como sujeto principal de la “nueva” política transparente) las cuentas sobre las cantidades percibidas.
Creo que era ( y es) un ejercicio necesario, no por sospecha, sino por colocar en situación de igualdad a la totalidad de actores sociales que optan a algún tipo de financiación pública: los colectivos y asociaciones de cualquier tipo que solicitan subvención deben cumplir unos trámites ante la administración: presentación de cuentas, programas, justificantes, etc. Y la pregunta es simple: ¿porqué los partidos, hasta ahora no lo han hecho?.

Para proponer transparencia; para apelar a este ejercicio democrático de control ciudadano, primero hay que practicarla, pues de lo contrario parece un mero acto de “postureo”.

lunes, 15 de junio de 2015

ACUERDOS


Personalmente, creo que lo de “penta, exa, tri, tetra”, son términos que pertenecen a la “vieja” forma de hacer política, donde se repartían cromos en función de preferencias o intereses partidarios y, porque no decirlo, personales. Creo que la nueva etapa que las urnas abrieron el pasado 24 de mayo, debe superar la simpleza de un mero reparto de poder, para empeñarse en un acuerdo político y programático más allá del cruce de programas y, por supuesto, más allá de las matemáticas electorales: sustituir las matemáticas (que servirían de poco al ser las diferencias mínimas entre los “tres de tres”) por la ética política y el pacto programático abrirá, definitivamente, la nueva etapa que tantos y tantas vienen (venimos) pidiendo y pregonando.
Personalmente considero que cualquiera de los o las candidatos o candidatas tiene la legitimidad para optar a cualquier cargo. No obstante, considero que, por el bien del acuerdo, se debería restar relevancia a la carga simbólica del puesto de Alcalde. Se debería firmar un acuerdo y un compromiso ético mediante el cual el o la Alcalde o Alcaldesa pudiera ser removido en caso de desacuerdo manifiesto, tanto de los grupos políticos como de la ciudadanía. Igualmente considero que ese acuerdo ético debería aplicarse a la totalidad de cargos con delegación (alguno de los partidos que hoy se sientan a negociar ya lo llevaban en su programa: revocación). Igualmente considero que la cuestión de esa lucha por el “capital simbólico” que determinadas áreas tienen debería dilucidarse a través de un acto sencillo: la delegación de firma. Acto que conlleva igualmente la delegación de responsabilidades políticas.
Otra cuestión sería, a favor del debate abierto y plural, devolver al Pleno las competencias que puedan estar delegadas en la Junta Local de Gobierno u otros estamentos, así como la puesta en marcha de los instrumentos que ya prevé la ley como base para esa regeneración de la democracia local que deseamos: los consejos sectoriales, el consejo ciudadano y cuantos instrumentos sean precisos para impulsar y facilitar la participación. Pero, insisto: donde cualquier voz tenga el mismo valor.
Evidentemente, no voy a ser yo quien marque (¡líbrenme los dioses de tal ataque de soberbia!), ni el paso, ni el guión de un acuerdo que compete a las organizaciones con representación: únicamente doy mi opinión sobre el “cómo”; simplemente porque considero que el “quien”, pese a los resquicios de lucha por estatus o liderazgos, pasan a un segundo ( o tercer, o cuarto…) plano, siendo prioritario, por emergencia y por higiene democrática, un acuerdo cuya base sea política.
No soy tampoco un ingenuo: soy consciente de que el factor personal e incluso el personalismo ( esté justificado o argumentado políticamente) jugará un papel importante en el proceso: el quién y en cuanto (quien ocupará cada cargo y cual será su remuneración) es un posible escollo, así como posibles “compromisos” de los futuros miembros de ese gobierno plural. Pero creo sinceramente que, si éstos son los escollos principales, los que los esgriman como tales estarán, no solo haciendo una lectura errónea de los resultados, sino perpetrando un serio revés al grito mayoritario que las urnas han lanzado: política, dialogo y acuerdo. Política para recuperar la institución para la ciudadanía, poniéndola al servicio de los y las vecinos y vecinas; dialogo para que todas las voces y opiniones valgan lo mismo sea quien sea el que opine; y acuerdo, porque después de más de veinte años, es necesario un plan serio y valiente para sacar a El Campello del “impas” en el que gobierno personalistas y personales nos han encallado.
Los hombres y mujeres de éste pueblo piden un cambio; y éste debe empezar desde el día siguiente a la toma de posesión del nuevo gobierno municipal. Cualquier dilación, duda o rectificación va a ser entendida como un engaño, por lo que la transparencia, el dialogo, la información  y la democracia deben, en mi modesta opinión,  ser las herramientas que se usen frente al oscurantismo, el despotismo y la soberbia que ha predominado a lo largo de estos últimos años.

Saludo un acurdo que, pese a las dificultades normales en el entendimiento entre diversos, diferentes e incluso divergentes, creo que es, más que posible; necesario.

sábado, 6 de junio de 2015

ESTATUS Y ROL EN EL JUEGO DE PACTOS ELECTORALES.

Hay diferentes estrategias de negociación de cara a establecer acuerdos institucionales. En mi opinión el estatus que han tenido o que han adquirido algunas organizaciones políticas pueden llegar a desvirtuar el rol que deben jugar. Me explico: el “prestigio” del que algunas organizaciones han gozado (fruto de un sistema electoral, de un diseño institucional y de una estrategia de reproducción sustentada en la opinión mediática) puede interferirse en el “papel” que deberían desempeñar en un proceso de negociación política marcado por la emergencia de nuevos actores ( dotados de un nuevo estatus atribuido por las urnas).
La exigencia de un papel protagonista define ese carácter de estatus que el sistema había conferido, principalmente a dos partidos políticos. Unos pese a la pérdida masiva de apoyo, consideran que tienen la legitimidad ( esta es otra confusión: legitimidad y legalidad) para gobernar; otros, con igual pérdida de apoyos, se siente “legitimados” para “liderar” procesos de confluencia, en función de ese estatus que se confunde con la legitimidad de sumar más apoyos que otros actores políticos.
El mantenimiento del estatus, no solo se refiere al liderazgo de esos procesos de confluencia, sino a la necesidad de mantener una serie de estructuras partidarias que, si no se sustentan en una representación preponderante, estarían en cuestión. Podríamos hablar de un nuevo rol o papel al que se podría definir, en virtud de las actitudes mantenidas, como restringido, al negarse la posibilidad a otros actores de acceder a una situación similar o de igualdad.
Por otro lado, el estatus que las urnas han atribuido a los nuevos actores, se construye a través de un discurso a través del cual incluso se solapa la realidad matemática ( no es el caso del ascenso a nivel autonómico de formaciones como Compromis) apoyándose o sustentándose por el tan mencionado sentimiento de desafección, fruto de ese otro estatus institucional que tantos privilegios ha garantizado a la clase política hasta ahora.
Que el mencionado estatus puede ser un problema se manifiesta claramente en la dificultad que en muchas instituciones están teniendo para acordar quien debe “presidir” el acuerdo: formaciones con manifiesta pérdida de prestigio y apoyo “exigen” seguir manteniendo un papel protagonista, haciendo peligrar los acuerdos programáticos, llevándolos finalmente a la coyuntura de: o el protagonismo o el caos con una culpabilidad bien dirigida y orquestada ( de que todo continúe igual, o peor) hacia los nuevos actores.

El rol o papel que se juega en un proceso, marcado por un reparto plural de responsabilidades, es el mismo (al margen, como decía, de las cifras matemáticas, pese a que éstas sirvan de sustento a la legitimidad) para todos los actores ( viejos y nuevos), y debería partir de un proceso marcado por la humildad en los planteamientos referentes al estatus (adquirido ahora o no). Una humildad que pusiera en segundo plano el “liderazgo” y que incluso estuviese dispuesto a ceder “protagonismo” a otros en función del contenido del acuerdo. Un reparto de espacios de protagonismo compartido sustentado por una estructura que facilitase la toma de decisiones de forma coordinada y colectiva podría ser una solución, pero claro; para ello se debería dar una renuncia explícita a encabezar o liderar la imagen de ese acuerdo, objetivo que forma parte, no solo del mantenimiento del estatus, sino de una clara estrategia de comunicación mediática sobre quién lidera y quien debe protagonizar la imagen del cambio ( protagonismo sobre el que se espera recuperar el capital electoral perdido en beneficio de otras opciones que han logrado, representación y estatus).

miércoles, 3 de junio de 2015

NUEVA Y VIEJA POLÍTICA

Los términos de vieja o nueva política están siendo usados en el discurso, fundamentalmente de los denominados partidos emergentes. Con ella parecen querer establecer una línea divisoria entre el antes y después de su irrupción en el mapa electoral pero, considero que la terminología puede ser vacua o no, en función del contenido que ésta tenga, más allá de lo mediático que pueda ser su uso.
La crisis que sufre la sociedad no es únicamente económica, que lo es; se puede afirmar que es una crisis de legitimidad, pero no únicamente de representatividad, sino de algo más profundo: legitimidad moral, al ser incapaz el sistema de dar respuesta a las exigencias de una cada vez mayor parte de la sociedad. Ya no es suficiente con ejercer el voto cada cuatro años; ya no se considera “normal” el estatus de una clase política que ha practicado la desafección respecto de la ciudadanía: la sociedad pide regeneración, y ésta no se trata solo de luchar contra la corrupción, que hay que hacerlo, sino de situar la política en el marco de una mejor y mayor democracia.
Un rasgo definitorio de la vieja política es, en mi opinión, la ambición o el objetivo de los partidos tradicionales de sumar lo que eufemísticamente denominan mayorías estables; realmente el objetivo tácito de éste eufemismo es conseguir un cierto tipo de hegemonía que permita seguir ejerciendo la dominación legal sobre representantes minoritarios y, por ende, sobre la sociedad. Lo legal y lo legítimo se entrelazan, construyendo un continuo en la estrategia de los partidos que se reclaman como los llamados a “liderar”. Esta apelación al liderazgo, entendido como consecución de un estatus institucional, se refiere a cuestiones matemáticas y no, como exige la ciudadanía, a la legitimidad política. Como ejemplo podríamos poner los reiterados llamamientos a la legitimidad que realizan los partidos más votados de entre los menos apoyados en las urnas para encabezar gobiernos de cambio: el cambio debería iniciarse con un nuevo discurso basado en la participación en sustitución del liderazgo; un discurso en el que la responsabilidad colectiva de la pluralidad sustituyese a las estrategias que han definido la vieja política de sumar votos para ejercer la dominación representativa.
Unido a lo anterior, encontramos que, pese a que en el discurso público predominan los llamamientos al “qué”, el “quién” parece que condiciona sustancialmente el acuerdo.  El “reparto” de cargos está sustentado en demasiadas ocasiones en la excusa de acuerdos programáticos cuando estos no son más que generalidades y cuestiones que la sociedad ha puesto en la lista de prioridades del sentido común.
Personalmente considero que la sociedad ha impuesto, a través de las urnas, una premisa nueva como cimiento de una nueva política: pluralidad frente a liderazgo; dialogo frente a reparto de áreas de poder. Si no se es capaz de realizar esta lectura, la vieja política habrá triunfado, aunque los argumentos intenten construir una opinión diferente.
Pero la nueva política pasa, principalmente por una premisa ética: la humildad. Virtud entendida como reconocimiento de los errores propios y de las virtudes del otro. La nueva política exige compromisos con el desarrollo de la democracia más allá de medidas estrella: la cesión de poder a la ciudadanía es un requisito sin el cual no habrá nueva política aunque si nuevos discursos construidos con objetivos partidistas.

Creo que, sin ser nadie imprescindible y siendo todos necesarios, la responsabilidad colectiva debe imponerse para llegar a ese objetivo de cambio que muchos expresaron en sus respectivos compromisos electorales.