La transparencia, aplicada a las cosas, es una cualidad. Nos
permite ver a través de ellas. En cambio, en política, en principio, es un
compromiso; una voluntad de que el ciudadano pueda ver a través de la habitual
opacidad tanto de partidos como de las instituciones.
La transparencia, también es parte de ese “postureo” que los
partidos ( tradicionales y emergentes) han asumido como parte de la retórica
que para muchos es la “nueva política”. Pero esa virtud; esa cualidad no solo
se predica o se pide, sino que se practica.
Voy a intentar plantear un caso práctico que en mi opinión
afecta tanto a tradicionales como emergentes. Por un lado, el proceso de
diálogo, negociación, conversación o como quiera llamársele. Por otro, la
desconocida ( y no por eso no sujeta a la necesaria transparencia, pues si es
desconocida es a causa precisamente de la opacidad practicada, tanto por la
institución como por los partidos que han formado parte de ella) partida
presupuestaria destinada a subvencionar a los partidos con representación
municipal.
En primer lugar, respecto al proceso de diálogo, hemos podido
ver como en muchos lugares de la geografía, los partidos, coaliciones y
candidaturas han aplicado esa transparencia, celebrando reuniones en lugares
públicos e incluso retransmitiendo dichos encuentros a través de medios y red.
En el caso de nuestro municipio, excepto alguna referencia a la existencia de
dichos encuentros, no ha existido noticia oficial alguna, en un ejercicio
colectivo de lo que se ha venido denominando por muchos como “vieja política”.
Evidentemente, éste ejercicio de transparencia puede ser de diferentes grados,
por lo que no era ni es preciso una convocatoria en el ágora pública, pero si
una información puntual y precisa sobre el qué y el quién: sobre qué se estaba
acordando y sobre el quién estaba manteniendo qué posturas.
Uno de los participantes ha solicitado públicamente una
convocatoria pública para saber qué, y a esto me refería cuando hablaba del “postureo”
respecto a la transparencia: pedir, solicitar e incluso exigir, cuando sus
representantes forman parte del proceso de diálogo ( no directamente pero si la
marca electoral surgida a causa de la negativa a presentarse por parte de la
Asamblea constituyente o de la dirección estatal). Cualquier partido puede
informar públicamente de qué se está hablando y de quién está defendiendo qué
posición o propuesta: esto es transparencia.
En segundo lugar, respecto a la desconocida para muchos,
partida destinada a subvencionar a los partidos con representación.
En mi opinión, creo que es necesaria una financiación pública
para propiciar, en principio, un igual o proporcional acceso a los medios
institucionales que den posibilidad de desarrollar una actividad política a los
partidos y organizaciones que representan a la ciudadanía. No obstante, esta
financiación pública debería estar sujeta a una fiscalización igualmente
pública. Pero a lo largo de la
legislatura ninguno de los perceptores ha presentado ante el Pleno municipal (
ni ante la ciudadanía a la que ahora apelan como sujeto principal de la “nueva”
política transparente) las cuentas sobre las cantidades percibidas.
Creo que era ( y es) un ejercicio necesario, no por sospecha,
sino por colocar en situación de igualdad a la totalidad de actores sociales
que optan a algún tipo de financiación pública: los colectivos y asociaciones
de cualquier tipo que solicitan subvención deben cumplir unos trámites ante la
administración: presentación de cuentas, programas, justificantes, etc. Y la
pregunta es simple: ¿porqué los partidos, hasta ahora no lo han hecho?.
Para proponer transparencia; para apelar a este ejercicio
democrático de control ciudadano, primero hay que practicarla, pues de lo
contrario parece un mero acto de “postureo”.
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