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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

sábado, 6 de junio de 2015

ESTATUS Y ROL EN EL JUEGO DE PACTOS ELECTORALES.

Hay diferentes estrategias de negociación de cara a establecer acuerdos institucionales. En mi opinión el estatus que han tenido o que han adquirido algunas organizaciones políticas pueden llegar a desvirtuar el rol que deben jugar. Me explico: el “prestigio” del que algunas organizaciones han gozado (fruto de un sistema electoral, de un diseño institucional y de una estrategia de reproducción sustentada en la opinión mediática) puede interferirse en el “papel” que deberían desempeñar en un proceso de negociación política marcado por la emergencia de nuevos actores ( dotados de un nuevo estatus atribuido por las urnas).
La exigencia de un papel protagonista define ese carácter de estatus que el sistema había conferido, principalmente a dos partidos políticos. Unos pese a la pérdida masiva de apoyo, consideran que tienen la legitimidad ( esta es otra confusión: legitimidad y legalidad) para gobernar; otros, con igual pérdida de apoyos, se siente “legitimados” para “liderar” procesos de confluencia, en función de ese estatus que se confunde con la legitimidad de sumar más apoyos que otros actores políticos.
El mantenimiento del estatus, no solo se refiere al liderazgo de esos procesos de confluencia, sino a la necesidad de mantener una serie de estructuras partidarias que, si no se sustentan en una representación preponderante, estarían en cuestión. Podríamos hablar de un nuevo rol o papel al que se podría definir, en virtud de las actitudes mantenidas, como restringido, al negarse la posibilidad a otros actores de acceder a una situación similar o de igualdad.
Por otro lado, el estatus que las urnas han atribuido a los nuevos actores, se construye a través de un discurso a través del cual incluso se solapa la realidad matemática ( no es el caso del ascenso a nivel autonómico de formaciones como Compromis) apoyándose o sustentándose por el tan mencionado sentimiento de desafección, fruto de ese otro estatus institucional que tantos privilegios ha garantizado a la clase política hasta ahora.
Que el mencionado estatus puede ser un problema se manifiesta claramente en la dificultad que en muchas instituciones están teniendo para acordar quien debe “presidir” el acuerdo: formaciones con manifiesta pérdida de prestigio y apoyo “exigen” seguir manteniendo un papel protagonista, haciendo peligrar los acuerdos programáticos, llevándolos finalmente a la coyuntura de: o el protagonismo o el caos con una culpabilidad bien dirigida y orquestada ( de que todo continúe igual, o peor) hacia los nuevos actores.

El rol o papel que se juega en un proceso, marcado por un reparto plural de responsabilidades, es el mismo (al margen, como decía, de las cifras matemáticas, pese a que éstas sirvan de sustento a la legitimidad) para todos los actores ( viejos y nuevos), y debería partir de un proceso marcado por la humildad en los planteamientos referentes al estatus (adquirido ahora o no). Una humildad que pusiera en segundo plano el “liderazgo” y que incluso estuviese dispuesto a ceder “protagonismo” a otros en función del contenido del acuerdo. Un reparto de espacios de protagonismo compartido sustentado por una estructura que facilitase la toma de decisiones de forma coordinada y colectiva podría ser una solución, pero claro; para ello se debería dar una renuncia explícita a encabezar o liderar la imagen de ese acuerdo, objetivo que forma parte, no solo del mantenimiento del estatus, sino de una clara estrategia de comunicación mediática sobre quién lidera y quien debe protagonizar la imagen del cambio ( protagonismo sobre el que se espera recuperar el capital electoral perdido en beneficio de otras opciones que han logrado, representación y estatus).

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