Hay diferentes estrategias de
negociación de cara a establecer acuerdos institucionales. En mi opinión el estatus
que han tenido o que han adquirido algunas organizaciones políticas pueden
llegar a desvirtuar el rol que deben jugar. Me explico: el “prestigio” del que
algunas organizaciones han gozado (fruto de un sistema electoral, de un diseño
institucional y de una estrategia de reproducción sustentada en la opinión
mediática) puede interferirse en el “papel” que deberían desempeñar en un
proceso de negociación política marcado por la emergencia de nuevos actores (
dotados de un nuevo estatus atribuido por las urnas).
La exigencia de un papel
protagonista define ese carácter de estatus que el sistema había conferido,
principalmente a dos partidos políticos. Unos pese a la pérdida masiva de
apoyo, consideran que tienen la legitimidad ( esta es otra confusión:
legitimidad y legalidad) para gobernar; otros, con igual pérdida de apoyos, se
siente “legitimados” para “liderar” procesos de confluencia, en función de ese
estatus que se confunde con la legitimidad de sumar más apoyos que otros
actores políticos.
El mantenimiento del estatus, no
solo se refiere al liderazgo de esos procesos de confluencia, sino a la
necesidad de mantener una serie de estructuras partidarias que, si no se
sustentan en una representación preponderante, estarían en cuestión. Podríamos
hablar de un nuevo rol o papel al que se podría definir, en virtud de las
actitudes mantenidas, como restringido, al negarse la posibilidad a otros
actores de acceder a una situación similar o de igualdad.
Por otro lado, el estatus que las
urnas han atribuido a los nuevos actores, se construye a través de un discurso
a través del cual incluso se solapa la realidad matemática ( no es el caso del
ascenso a nivel autonómico de formaciones como Compromis) apoyándose o
sustentándose por el tan mencionado sentimiento de desafección, fruto de ese
otro estatus institucional que tantos privilegios ha garantizado a la clase
política hasta ahora.
Que el mencionado estatus puede
ser un problema se manifiesta claramente en la dificultad que en muchas
instituciones están teniendo para acordar quien debe “presidir” el acuerdo:
formaciones con manifiesta pérdida de prestigio y apoyo “exigen” seguir
manteniendo un papel protagonista, haciendo peligrar los acuerdos
programáticos, llevándolos finalmente a la coyuntura de: o el protagonismo o el
caos con una culpabilidad bien dirigida y orquestada ( de que todo continúe
igual, o peor) hacia los nuevos actores.
El rol o papel que se juega en un
proceso, marcado por un reparto plural de responsabilidades, es el mismo (al
margen, como decía, de las cifras matemáticas, pese a que éstas sirvan de
sustento a la legitimidad) para todos los actores ( viejos y nuevos), y debería
partir de un proceso marcado por la humildad en los planteamientos referentes
al estatus (adquirido ahora o no). Una humildad que pusiera en segundo plano el
“liderazgo” y que incluso estuviese dispuesto a ceder “protagonismo” a otros en
función del contenido del acuerdo. Un reparto de espacios de protagonismo
compartido sustentado por una estructura que facilitase la toma de decisiones
de forma coordinada y colectiva podría ser una solución, pero claro; para ello
se debería dar una renuncia explícita a encabezar o liderar la imagen de ese
acuerdo, objetivo que forma parte, no solo del mantenimiento del estatus, sino
de una clara estrategia de comunicación mediática sobre quién lidera y quien
debe protagonizar la imagen del cambio ( protagonismo sobre el que se espera
recuperar el capital electoral perdido en beneficio de otras opciones que han
logrado, representación y estatus).
No hay comentarios:
Publicar un comentario