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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

miércoles, 3 de junio de 2015

NUEVA Y VIEJA POLÍTICA

Los términos de vieja o nueva política están siendo usados en el discurso, fundamentalmente de los denominados partidos emergentes. Con ella parecen querer establecer una línea divisoria entre el antes y después de su irrupción en el mapa electoral pero, considero que la terminología puede ser vacua o no, en función del contenido que ésta tenga, más allá de lo mediático que pueda ser su uso.
La crisis que sufre la sociedad no es únicamente económica, que lo es; se puede afirmar que es una crisis de legitimidad, pero no únicamente de representatividad, sino de algo más profundo: legitimidad moral, al ser incapaz el sistema de dar respuesta a las exigencias de una cada vez mayor parte de la sociedad. Ya no es suficiente con ejercer el voto cada cuatro años; ya no se considera “normal” el estatus de una clase política que ha practicado la desafección respecto de la ciudadanía: la sociedad pide regeneración, y ésta no se trata solo de luchar contra la corrupción, que hay que hacerlo, sino de situar la política en el marco de una mejor y mayor democracia.
Un rasgo definitorio de la vieja política es, en mi opinión, la ambición o el objetivo de los partidos tradicionales de sumar lo que eufemísticamente denominan mayorías estables; realmente el objetivo tácito de éste eufemismo es conseguir un cierto tipo de hegemonía que permita seguir ejerciendo la dominación legal sobre representantes minoritarios y, por ende, sobre la sociedad. Lo legal y lo legítimo se entrelazan, construyendo un continuo en la estrategia de los partidos que se reclaman como los llamados a “liderar”. Esta apelación al liderazgo, entendido como consecución de un estatus institucional, se refiere a cuestiones matemáticas y no, como exige la ciudadanía, a la legitimidad política. Como ejemplo podríamos poner los reiterados llamamientos a la legitimidad que realizan los partidos más votados de entre los menos apoyados en las urnas para encabezar gobiernos de cambio: el cambio debería iniciarse con un nuevo discurso basado en la participación en sustitución del liderazgo; un discurso en el que la responsabilidad colectiva de la pluralidad sustituyese a las estrategias que han definido la vieja política de sumar votos para ejercer la dominación representativa.
Unido a lo anterior, encontramos que, pese a que en el discurso público predominan los llamamientos al “qué”, el “quién” parece que condiciona sustancialmente el acuerdo.  El “reparto” de cargos está sustentado en demasiadas ocasiones en la excusa de acuerdos programáticos cuando estos no son más que generalidades y cuestiones que la sociedad ha puesto en la lista de prioridades del sentido común.
Personalmente considero que la sociedad ha impuesto, a través de las urnas, una premisa nueva como cimiento de una nueva política: pluralidad frente a liderazgo; dialogo frente a reparto de áreas de poder. Si no se es capaz de realizar esta lectura, la vieja política habrá triunfado, aunque los argumentos intenten construir una opinión diferente.
Pero la nueva política pasa, principalmente por una premisa ética: la humildad. Virtud entendida como reconocimiento de los errores propios y de las virtudes del otro. La nueva política exige compromisos con el desarrollo de la democracia más allá de medidas estrella: la cesión de poder a la ciudadanía es un requisito sin el cual no habrá nueva política aunque si nuevos discursos construidos con objetivos partidistas.

Creo que, sin ser nadie imprescindible y siendo todos necesarios, la responsabilidad colectiva debe imponerse para llegar a ese objetivo de cambio que muchos expresaron en sus respectivos compromisos electorales.

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