El mes de abril se significa para muchos y muchas, porque el
día 14 se conmemora la instauración de la IIª República Española. Uno de los
“triunfos” de la transición, fue la aceptación del “olvido” de un período de la
historia de nuestro país, basado en la imposición simbólica “nacional”, que ha
impregnado a las generaciones, tanto posteriores a la guerra civil como las
siguientes, víctimas de un sistema que aceptó la imposición cultural como el
instrumento de superar las “dos Españas”, en beneficio de una reconciliación
exigida unilateralmente a los vencidos. Pero no es mi intención quedarme en la
referencia histórica, sino intentar hacer una breve reflexión sobre un concepto
olvidado por muchos republicanos cuyo únicos argumentos visibles parecen ser la
tricolor y la necesidad de sustituir al Rey por un Presidente de la República
(algo que es consustancial al republicanismo como gobierno legítimo del pueblo
contrario a la transmisión hereditaria de privilegios) . Más allá de estas
reivindicaciones, hemos dejado (también fruto de esa imposición cultural) de
lado una labor en mi opinión fundamental: la construcción de ciudadanía. Uno de los “logros” de la transición fue,
desde la renuncia impuesta a toda referencia a la República, la construcción de
una democracia representativa, elitista y competitiva, donde el concepto de
ciudadanía fue sustituido ( cuando no limitado al hecho de vivir en la ciudad)
por el de votante, contribuyente o incluso cliente. De estos lodos, los
presentes polvos en los que la democracia española se revuelve.
El romanticismo, e incluso el legítimo objetivo de restaurar
el honor de los “vencidos” no son suficiente argumento para luchar
efectivamente por la República. Los partidos y organizaciones que mantienen
vivo el término republicano ( aunque aparentemente sea en su acepción
únicamente simbólica), han hecho dejadez, al igual que todos los que nos
definimos como republicanos, de una responsabilidad : la pedagogía social en
torno a los valores cívicos, eje fundamental en la construcción de un verdadero
sentir republicano.
La pregunta de por qué nuestra democracia sufre un claro
descrédito, la podemos responder en parte, haciendo referencia a la imposición
(aceptada) de un sistema basado en el individualismo liberal ( liberalismo
político, entendida como la doctrina que confunde la economía con la política)
donde el culto al hedonismo (en términos de cuerpo y espíritu)ha sustituido a
otros valores, digamos; colectivos. Donde el dogma de no intromisión llega
hasta el extremo de impedir que los poderes públicos dejen al albur de los
vaivenes económicos y financieros a una gran mayoría de personas víctimas de la
desigualdad y la injusticia.
La corrupción, no solo política, es un insulto hacia la
virtud cívica. La aceptación o incluso su graduación convierte a los individuos
aislados en “si mismos”, en víctimas de una lacra que afecta y atenta contra
los cimientos mismos de la sociedad. El elitismo en la política, la
partitocracia y el papel de las personas como objetos intercambiables e incluso
prescindibles ( números) es otra consecuencia aceptada en pos de ese paradigma
de “buena vida individual” que nos ha colocado, como sociedad, en el umbral de
un abismo que va a condenar a varias generaciones a la supervivencia.
Si tuviera que resumir en un término el concepto de virtud
ciudadana, este sería la de sociedad decente, convivencial, que no niega las
contradicciones de intereses contrapuestos y de conflictos, pero que se exige
que los mecanismos para resolver los conflictos sean “justos”, consensuados e
imparciales y, muy especialmente que ningún poder pueda humillar a la
ciudadanía ni a sus opositores, siendo la expresión de una sociedad decente,
sus leyes (S.Giner).
Podríamos profundizar en los valores cívicos o ciudadanos
(igualdad entendida como igualdad de oportunidades reales de acceder
efectivamente a los derechos, la ley
como garantía, la participación responsable en los asuntos públicos, etc) pero
esto, lo dejaremos a la curiosidad que, espero, al menos los jóvenes tengan por
el republicanismo, como decía, más allá del símbolo: una sociedad responsable y
de iguales.
¿”Viejuno” hablar de república?, Quizá igual de anticuado que
hablar de derechos, de libertad, de bien común, de decencia, de dignidad…?.
¿No?
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