No quiero referirme a los efectos
demoscópicos que la emergencia de un movimiento político ha provocado en el
paisaje electoral. Mi intención es centrarme únicamente en un efecto que, en mi
opinión, debiera extenderse al ser éste un instrumento que incidirá, si se pone
en práctica en un cierto tipo de regeneración socio político: el efecto lupa.
Podemos se presentó a las
elecciones europeas sin apenas trayectoria partidaria, pero con un discurso
coincidente con las demandas ciudadanas planteadas desde plazas y calles de
todo el país. La táctica legítima de un grupo de intelectuales propició la
movilización de más de un millón de votos y, con el paso del tiempo, la
agregación progresiva de miles de ciudadanos “desafectados” por la política
calificada como “vieja”. Denominaciones del tipo de “casta” fueron asumidas por
la sociedad como un calificativo peyorativo hacia los que habían vivido de la política
y no para la política ( término que, pese a su repercusión y haberse convertido
en una especie de mantra que se repite
como argumento simbólico de pertenencia, no representa al movimiento
oligárquico y endogámico practicado por los partidos, llamémosles,
tradicionales).
Volviendo al efecto lupa, me
quiero referir a la minuciosidad con la que se estudian las propuestas (
genéricas o concretas), manifestaciones presentes y pasadas, etc. Este efecto,
trasladado a la competencia política que se avecina, debería convertirse en una
practica cotidiana: la ciudadanía debería mirar con una especie de escrupulosa
lupa lo que dicen, hacen, proponen, escriben los que se postulan para
convertirse en representantes ciudadanos. Este ejercicio puede ser útil para
superar una dominación implícita en el sistema: el consumo de mensajes
simbólicos, en su mayoría vacios o claramente demagógicos , enmarcables en el
ámbito de ese tan denostado populismo que ahora se denuncia como principal
enemigo para la estabilidad del sistema.
El ejercicio ciudadano pasa
igualmente por un cierto abandono de la emotividad que provoca el conocimiento
de las personas o de las siglas, pues éstas, por si solas, sin un componente
político, ideológico y programático, no influirán en la cotidianidad,
conviertiéndose, pese a la posible buena voluntad, en meros gestores. No
obstante, es imposible disociar el factor humano, por lo que la afinidad,
aunque sea mínimamente crítica, puede sernos igualmente útil.
No obstante, la realidad de una
población que ha crecido tanto en tamaño como en un cierto anonimato de los
conciudadanos, jugará el papel de abstracción que se precisa para analizar lo
que se dice, se hace o se propone como presunta alternativa.
En resumen y para concluir, creo
humildemente que una parte de la regeneración pasa por, oídos los discursos y
leídos los programas, analizar si lo que se escribe o se lee va más allá de las
buenas intenciones y tiene una concreción política, económica y competencial.
Desde mi punto de vista, si algo
hay que valorar, juntamente con la factibilidad de las propuestas son las
intenciones respecto al desarrollo de la democracia: pasar de la mera representatividad
a una más participativa y corresponsable es fundamental para el futuro, pues
solo desde una democracia local participada cotidianamente puede construirse un
verdadero sentimiento de pertenencia , crítica, cívica y, en definitiva, germen
de ciudadanía real, más allá del papel de cliente o consumidor que ahora se
concede a los vecinos.
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