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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

miércoles, 18 de febrero de 2015

ELECCIONES SINDICALES, UNA OPINIÓN. I

El motivo de dirigirme a los y las compañeros y compañeras es, como no podía ser de otra manera y en el marco de las elecciones sindicales; hablar del sindicalismo, no desde la perspectiva electoral, sino desde, lo que para mí, significa la acción sindical en el marco del Ayuntamiento de El Campello.

Clásicamente, tres organizaciones sindicales han monopolizado ( con incursiones más o menos temporales de otras organizaciones) la representación de los y las trabajadores y trabajadoras en nuestra administración: UGT, el SPPL y CCOO.  Tradicionalmente cada organización “representaba” a un sector concreto: administración, servicios y policía. Pero, ¿a quien representan actualmente las diferentes organizaciones?. Se ha pasado de la representación de un sector determinado a una especie de transversalidad: integrar a miembros de diferentes servicios para…¿con qué objetivo?, ¿representar las diferentes “sensibilidades” existentes en la plantilla municipal, o conseguir el suficiente apoyo en las urnas para lograr una especie de hegemonía?. En mi opinión, ambas cuestiones, aunque prima la consecución de apoyo electoral, atendiendo a reclamaciones o “reivindicaciones” transversales posteriormente. Esto es un escenario en el que se mueven los diferentes actores. Ahora bien, ¿qué significan las elecciones sindicales y, qué significa la representación de los y las trabajadores y trabajadoras?.

Evidentemente, es legítimo pretender representar diferentes sensibilidades, objetivos o sectores de reivindicación. La cuestión de fondo es, el para qué. Cuando se cae en la dinámica electoral ( en el sentido clásico y político) se puede caer igualmente en la retórica vacía que han desarrollado los partidos: promesas o compromisos difícilmente realizables. Y, en el caso de la representación sindical se convierte ( lo de la promesa ) en un objetivo “entelequia”. ¿Porqué?. Por dos cuestiones: la primera, porque el sindicato ( sea el que sea) ya no es una organización representativa; es un mero instrumento “peticionario”. Y lo es, porque ya no existen objetivos colectivos. Esta última cuestión es fruto de una dinámica similar a la que padece ( en mi opinión) la sociedad: individualismo. Cada uno o una, se une, en función de una especie de solidaridad mecánica a otros que compartan, no objetivos éticos, morales o vivenciales: se unen en función de una reivindicación competitiva respecto a otros sectores. Y para visualizarlo con más claridad, podré un ejemplo.

Se ha dado el caso de que, tras años de espera, se ha finalizado el proceso de promoción interna del grupo E (actualmente AAPP) a D (actualmente C2).Este proceso, se culmina tras haber aprobado el Pleno Municipal un acuerdo al hilo de la dinámica desarrollada por la Generalitat valenciana y diferentes Ayuntamientos para suprimir el grupo E ( algo que ya recoge el Estatuto Básico de la Función pública). Un proceso que culmina tras haber sido recurrido por la Subdelegación del Gobierno y ganado en el Tribunal Superior de Justicia por los y las trabajadores y trabajadoras (realmente no fue ganado, sino que el TSJ desestimó el recurso). Esta promoción interna ha provocado una serie de reacciones por el “descontento” que provoca la “aproximación” salarial en el grupo C2 (oficiales y auxiliares administrativos). Y este descontento ha promovido una petición que ha sido recogida por las mismas organizaciones que en su día defendieron (y en el marco de la competición electoral sindica, se arrogan como “logro” propio) la promoción de grupo E. Este hecho demuestra que la preocupación no son las condiciones de trabajo, ni la valoración de funciones, sino un espacio de estatus que parece haberse erosionado a causa de la promoción.

Esta nueva “reivindicación” demuestra el clima competitivo. Clima que los trabajadores y trabajadoras afrontan como la necesidad de mantener el estatus respecto a otros y que las organizaciones sindicales recogen en su “argumentario” electoral. Y esto, además de un hecho, ¿qué demuestra?. En mi opinión, un logro (en el debe, en cuanto a la responsabilidad) de la estructura política: la división del personal impide que éste se una en reivindicaciones de mayor calado y de proyección colectiva. El abono de productividades y horas extras (simplemente apuntar que, mientras las productividades se reparte de forma generalizada, pues las cobran desde servicios, auxiliares, técnicos, etc. Las horas extras se acumulan en un reducido grupo de trabajadores) ha incidido (más si cabe) en una absoluta atomización del personal en función de intereses particulares ( legítimos, evidentemente), lo que impide, como decía, cualquier movilización o acción colectiva. Podríamos decir que este “logro” de la administración es, en una proyección hacia la sociedad, algo así como la “guerra de los pobres” donde los trabajadores y trabajadoras compiten, en el caso de la actividad privada, por mantener el empleo ( en el caso de la administración local en la que trabajamos, por mantener, por un lado el estatus y por otro una serie de privilegios salariales).

Y esto, me lleva a la reflexión sobre lo prescindible que, en la actualidad, son las candidaturas sindicales. ¿Porqué?. Porque, aparte de conferir un tipo de estatus especial a los representantes (crédito sindical, supuesto prestigio…) el actual papel ( debido a la inexistencia de objetivos colectivos, y por ende, la incapacidad para movilizaciones colectivas) es de mero “pedidor”: se piden cosas ( no se negocia) particulares o sectoriales esperando que la parte política acepte. Pero este extremo sólo se produce si la parte política desea “conceder” a un determinado sector ( por un interés igualmente determinado) un privilegio ( entendido como petición e incluso, por parte de los peticionarios, como reivindicación). La concesión es interpretada por la organización peticionaria como un logro propio, cuando realmente no lo es. ¿Os habéis parado a pensar en que el papel de los sindicatos con representación, por ejemplo en la Mesa de Negociación es absolutamente simbólico?.

La última pregunta   no es retórica. El papel simbólico (que posteriormente y en el marco, como el actual, de unas elecciones sindicales, se utiliza para “vender” la capacidad de “negociación” como un logro a considerar en la decisión del voto) se debe, insisto, a la ausencia de objetivos colectivos que cohesionen la acción de los y las trabajadores y trabajadoras.


Una de las sempiternas quejas es el “¿qué hacen los sindicatos? Pero la respuesta es simple y llanamente: exactamente lo mismo que los trabajadores y trabajadoras, velar por sus propios intereses.

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