El discurso de la practica
totalidad de organizaciones políticas que concurren o pretenden hacerlo el
próximo mes de mayo a los comicios municipales y autonómicos está construido
sobre una premisa común: la resolución de los problemas de la ciudadanía. Los
métodos, formas e instrumentos son diferentes en función, no ya tanto de la
ideología que inspira a la organización, sino del nivel de institucionalización
que la misma tiene y el mantenimiento de un discurso paralelo sustentado por el
simbolismo.
Pero la pregunta de, ¿qué
problemas?, surge de inmediato. El sentido común nos indica que cuestiones como
el desempleo, la precariedad laboral galopante, la pobreza y el sufrimiento de
las clases trabajadoras y una parte importante de la “desclasada” clase media,
son esos problemas que todo el mundo identifica como prioritarios. A pesar de
ese sentido práctico (por la urgencia y el sufrimiento que estas situaciones
provocan), otra cuestión, íntimamente ligada ( en mi opinión, los problemas que
sufre la sociedad son transversales al central) es, cómo se resuelven esos
problemas, con qué mecanismos y sobre qué sistema: si sobre la democracia ( que
nadie cuestiona como instrumeto) instituida igualmente en el discurso oficial
como la “única posible”, o sobre una progresiva pero constante democratización
de nuestro sistema democrático ( instrumentalizar la democracia en función de
objetivos tales como: participación cotidiana, corresponsabilidad, etc.).
Hace no mucho tiempo ( diez o
quince años) solo una minoría cuestionaba abiertamente el sistema democrático.
Aquellos que lo criticaban ( igualmente ocurre hoy con muchos y muchas de los
que lo hacen) eran considerados por los partidos denominados tradicionales ( de
la alternancia institucional) como antisistemas. No obstante, alguno de
aquellos, forzados por una importante contestación social ( 15M, DRY, Rodea el
Congreso, etc) han asumido que el sistema precisa de “ajustes”, iniciando una
carrera por la aplicación directa sobre ellos mismos (primarias), pero obviando
la implementación ( ni interna ni en los programas, cuya concreción sobre
mecanismos de control y participación institucional se ha dejado para “más
tarde”) de medidas concretas sobre la revisión de la democracia.
Volviendo al “problema”, indicar
que, no descubro nada si afirmo que parte de los problemas ( parcialmente o en
su totalidad, por acción u omisión) son responsabilidad de aquellos que han
gobernado las instituciones a lo largo de las últimas décadas. La inclusión
retórica del “problema” se ve cuestionada y condicionada por el eufemismo “emos”
(potenciaremo, impulsaremos, fomentaremos…) pero las medidas no siempre son
abordados desde el cómo y el para quién (sobre todo el cómo). De ahí que
personalmente considero que el origen del problema es el sistema en si y no las
diferentes coyunturas que lo hacen, o pasar indiferente, o cuestionarlo
abiertamente.
Que vivimos en un régimen democrático
representativo es una obviedad. Pero es una obviedad construida sobre la base
del discurso de la inevitabilidad de cualquier variante ( desestabilizantes
para el sistema). Con el objetivo de definir un mínimo marco teórico, apuntaré
algunas reflexiones históricas que considero importantes para que pueda
visualizarse el fondo del sistema y no solo su forma, que es evidente.
Que nuestra democracia es solo un
proceso para la elección de gobiernos y legitimar sus decisiones es, en mi opinión
obvio. Que nuestra democracia es un mercado político donde los ciudadanos somos
meros consumidores que adquirimos, a través del voto, ofertas políticas es, en
mi opinión, igualmente contrastable. Que los protagonistas ( ahora abiertamente
cuestionados) son las élites políticas nacidas al albur de una estructura
partidaria acrítica, concebida como maquinaria electoral y cada día más vacía
de ideas; sustituidas por propuestas electorales, es fácilmente comprobable.
No obstante creo que la
ciudadanía, por una imposición cultural ( de la cultura dominante basada en el
individualismo, el consumo como aparentemente únicos parámetros de la calidad
de vida) desconoce que ha habido ( y hay) intentos por mejorar la democracia,
no desde un intento de “derrocar” (como afirman los manipuladores mediáticos e
institucionales) sino de mejorar el sistema- Solo citaré un autor, no como
argumento, sino como un mero consejo de lectura: Jurgen Habermas y su obra Teoría
de la acción comunicativa. Igualmente solo citaré algunos puntos del concepto
que Habermas propone: 1. Un orden político tiene como requisito el
reconocimiento por parte de la ciudadanía como correcto y justo. 2. Las
decisiones políticas participativas inciden en el consenso basado en intereses
generales. 3. La participación consiste en la realización de la voluntad
popular como procedimiento. La síntesis posible sería: que la democracia no sea
un instrumento, sino un valor de la sociedad, consciente que, delegar sin más,
es un ejercicio de comodidad que beneficia a las élites partitocráticas (
siendo la abstención un objetivo latente para el mantenimiento del sistema,
como se ve en la definición de “mayoría silenciosa”) y, sobre todo, a esos “otros”
poderes que influyen en decisiones que en la mayoría de ocasiones no inciden en
la resolución de los problemas.
Y, dada la coyuntura electoral en
la que hemos entrado, mi propuesta sería muy simple: cuando cojamos la papeleta
que decidamos, pensemos que no es un acto más en un “festejo” electoral, sino
una decisión que puede seguir condicionando nuestra vida y la de las
generaciones venideras. Si no tomamos decisiones, otros las tomarán por
nosotros, y nuestros problemas seguirán siendo eso: nuestros, pese a que el
discurso oficial los disfrace como prioridades de agenda.
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