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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

viernes, 27 de marzo de 2015

¿CUAL ES EL PROBLEMA?


El discurso de la practica totalidad de organizaciones políticas que concurren o pretenden hacerlo el próximo mes de mayo a los comicios municipales y autonómicos está construido sobre una premisa común: la resolución de los problemas de la ciudadanía. Los métodos, formas e instrumentos son diferentes en función, no ya tanto de la ideología que inspira a la organización, sino del nivel de institucionalización que la misma tiene y el mantenimiento de un discurso paralelo sustentado por el simbolismo.

Pero la pregunta de, ¿qué problemas?, surge de inmediato. El sentido común nos indica que cuestiones como el desempleo, la precariedad laboral galopante, la pobreza y el sufrimiento de las clases trabajadoras y una parte importante de la “desclasada” clase media, son esos problemas que todo el mundo identifica como prioritarios. A pesar de ese sentido práctico (por la urgencia y el sufrimiento que estas situaciones provocan), otra cuestión, íntimamente ligada ( en mi opinión, los problemas que sufre la sociedad son transversales al central) es, cómo se resuelven esos problemas, con qué mecanismos y sobre qué sistema: si sobre la democracia ( que nadie cuestiona como instrumeto) instituida igualmente en el discurso oficial como la “única posible”, o sobre una progresiva pero constante democratización de nuestro sistema democrático ( instrumentalizar la democracia en función de objetivos tales como: participación cotidiana, corresponsabilidad, etc.).

Hace no mucho tiempo ( diez o quince años) solo una minoría cuestionaba abiertamente el sistema democrático. Aquellos que lo criticaban ( igualmente ocurre hoy con muchos y muchas de los que lo hacen) eran considerados por los partidos denominados tradicionales ( de la alternancia institucional) como antisistemas. No obstante, alguno de aquellos, forzados por una importante contestación social ( 15M, DRY, Rodea el Congreso, etc) han asumido que el sistema precisa de “ajustes”, iniciando una carrera por la aplicación directa sobre ellos mismos (primarias), pero obviando la implementación ( ni interna ni en los programas, cuya concreción sobre mecanismos de control y participación institucional se ha dejado para “más tarde”) de medidas concretas sobre la revisión de la democracia.
Volviendo al “problema”, indicar que, no descubro nada si afirmo que parte de los problemas ( parcialmente o en su totalidad, por acción u omisión) son responsabilidad de aquellos que han gobernado las instituciones a lo largo de las últimas décadas. La inclusión retórica del “problema” se ve cuestionada y condicionada por el eufemismo “emos” (potenciaremo, impulsaremos, fomentaremos…) pero las medidas no siempre son abordados desde el cómo y el para quién (sobre todo el cómo). De ahí que personalmente considero que el origen del problema es el sistema en si y no las diferentes coyunturas que lo hacen, o pasar indiferente, o cuestionarlo abiertamente.

Que vivimos en un régimen democrático representativo es una obviedad. Pero es una obviedad construida sobre la base del discurso de la inevitabilidad de cualquier variante ( desestabilizantes para el sistema). Con el objetivo de definir un mínimo marco teórico, apuntaré algunas reflexiones históricas que considero importantes para que pueda visualizarse el fondo del sistema y no solo su forma, que es evidente.

Que nuestra democracia es solo un proceso para la elección de gobiernos y legitimar sus decisiones es, en mi opinión obvio. Que nuestra democracia es un mercado político donde los ciudadanos somos meros consumidores que adquirimos, a través del voto, ofertas políticas es, en mi opinión, igualmente contrastable. Que los protagonistas ( ahora abiertamente cuestionados) son las élites políticas nacidas al albur de una estructura partidaria acrítica, concebida como maquinaria electoral y cada día más vacía de ideas; sustituidas por propuestas electorales, es fácilmente comprobable.

No obstante creo que la ciudadanía, por una imposición cultural ( de la cultura dominante basada en el individualismo, el consumo como aparentemente únicos parámetros de la calidad de vida) desconoce que ha habido ( y hay) intentos por mejorar la democracia, no desde un intento de “derrocar” (como afirman los manipuladores mediáticos e institucionales) sino de mejorar el sistema- Solo citaré un autor, no como argumento, sino como un mero consejo de lectura: Jurgen Habermas y su obra Teoría de la acción comunicativa. Igualmente solo citaré algunos puntos del concepto que Habermas propone: 1. Un orden político tiene como requisito el reconocimiento por parte de la ciudadanía como correcto y justo. 2. Las decisiones políticas participativas inciden en el consenso basado en intereses generales. 3. La participación consiste en la realización de la voluntad popular como procedimiento. La síntesis posible sería: que la democracia no sea un instrumento, sino un valor de la sociedad, consciente que, delegar sin más, es un ejercicio de comodidad que beneficia a las élites partitocráticas ( siendo la abstención un objetivo latente para el mantenimiento del sistema, como se ve en la definición de “mayoría silenciosa”) y, sobre todo, a esos “otros” poderes que influyen en decisiones que en la mayoría de ocasiones no inciden en la resolución de los problemas.

Y, dada la coyuntura electoral en la que hemos entrado, mi propuesta sería muy simple: cuando cojamos la papeleta que decidamos, pensemos que no es un acto más en un “festejo” electoral, sino una decisión que puede seguir condicionando nuestra vida y la de las generaciones venideras. Si no tomamos decisiones, otros las tomarán por nosotros, y nuestros problemas seguirán siendo eso: nuestros, pese a que el discurso oficial los disfrace como prioridades de agenda.


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