Los programas electorales se han convertido, para la ciudadanía,
en objetos de análisis: la constatación de los descarados incumplimientos por
parte del actual gobierno del Estado, junto a la emergencia de una nueva
organización, han resituado a los programas políticos y electorales en la parte
alta, digamos, del debate político.
La necesidad que tienen algunos de demostrar la inviabilidad
de las propuestas políticas de los "otros", debe ser examinada con cuidado, pues
esos mismos han incumplido, cuando han tenido responsabilidad de gobierno ( e
incluso, estando en la oposición, son escasas las propuestas al hilo del
programa que han sido planteadas en las instituciones o a la sociedad), por lo
que la legitimidad que tienen, concedida por los votos, se vuelve cuestionable,
cuando no una actitud profundamente hipócrita.
En fechas próximas estarán en nuestras manos los programas
electorales de las formaciones y partidos que concurren a las elecciones
municipales del mes de mayo. Previamente, habrán sido presentadas las personas
que representarán, no solo a esas siglas, sino a ese programa político. Y éste
hecho ( la presentación de las personas previamente a la elaboración del programa),
puede entenderse como un intento de
atraer votos ( en ese mercado electoral donde las empresas políticas ofrecen
sus programas al objeto de captar al cliente-votante), dejando la elaboración
de los compromisos políticos para más adelante. Igualmente, podría suponer que,
la elección de los miembros de las candidaturas tiene una directa relación con
los programas y propuestas que van a presentarse a la sociedad, dando la
oportunidad a los y las candidatos y candidatas para que en precampaña y
campaña, impriman su impronta personal facilitando a la ciudadanía un mejor y
mayor conocimiento tanto de las personas como de las propuestas. Personalmente
me gustaría que la opción fuese la segunda, pero eso forma parte de la legítima
estrategia de cada organización político en el marco de la contienda electoral.
Sea una cuestión u otra, creo que la exigencia de una
ciudadanía desencantada (desafectada en lenguaje mediático), cabreada e incluso
apática, pasa por centrar la atención sobre las propuestas: su nivel de
concreción, su objetividad, si son propuestas cerradas o abiertas al cébate, si
inciden o no en la vida de los y las vecinos y vecinas, si existen compromisos
sobre vías de financiación, plazos, etc. Considero que es importante valorar el
nivel de retórica y “eufemística” que puedan contener los programas, al igual
que los instrumentos que se propongan para incidir en un verdadero cambio en la
democracia municipal y, sobre todo, qué propuestas se propone para resolver el
problema de dramática desigualdad que sufre la sociedad en general y
particularmente, nuestro municipio ( paro, inexistencia de modelo económico
sostenible, gestión de los servicios, promoción del autoempleo, política
social, etc.)
La exigencia democrática es un valor que debería definir la
construcción (o reconstrucción) de un sentimiento colectivo, única vía para
crear un verdadero sentimiento de pertenencia, algo que hoy no se da, y que
incide en la dificultad de diseñar un proyecto más allá del intento de
contentar a unos u otros para, ya sea mediante la apelación sentimental o
simbólica, ya como presentándose como los “únicos” capaces de gestionar los
intereses, actitudes ambas excluyentes e incluso, sectarias (esa premisa que
excluye a todos y todas los que no tienen “experiencia”, sin reflexionar sobre
el hecho de que nadie tiene experiencia, hasta que la tienen)
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