Como podrá comprobar el benevolente lector de las humildes
líneas que publico de vez en cuando, la temática electoral está centrando las
últimas entradas del blog. Creo que todos y todas aquellos que tenemos
determinadas inquietudes sobre el porqué de las cosas, tenemos, para con
nosotros mismos y para con quien quiera compartirlo, una responsabilidad:
opinar y debatir. Solo desde el debate de ideas se pueden llegar a concretar
ideas, y éstas, siendo evidentemente falibles, incidirán sin lugar a dudas en
la construcción de un presente, como mínimo, más plural.
Sin ánimo de comparar ( ¡sálveme de pecar de orgullo!), creo que en
la actual coyuntura electoral, se está produciendo un fenómeno que a mí,
personalmente, me suscita, además de gran interés, un sentimiento que había
perdido ( al igual que muchos y muchas ciudadanos y ciudadanas): la ilusión.
Que Fernando Delgado, premio Azorín y Planeta, Manuel Mata, Manuela Carmena, magistrada
emérita del Tribunal supremos, Angel Gabilondo, Catedrático de Metafísica en la
Universidad Autónoma de Madrid o Luis Garcia Montero, poeta y filósofo, entre
otros, hayan decidido encabezar proyecto políticos ( intelectuales
comprometidos siempre los ha habido, como es el caso de Unamuno, Alberti, y más
recientemente Jorge Semprún, César
Antonio Molina o Luis Alberto Cuenca, sin olvidar a mi admirado paisano, Juan
Antonio Pérez Tapias, Catedrático de Filosofía en la Universidad de Granada y
candidato a la Secretaría General del PSOE ) me devuelve la esperanza en la
política, no como actividad instrumental, sino como responsabilidad ética.
Creo que el distanciamiento de los intelectuales con la “profesión”
de la política, junto con el compromiso de trabajadores, sindicalistas y
profesionales en general, puede ser un marco interesante para devolver a la
acción política su dimensión de verdadero servicio a los demás.
Las estructuras partidarias están llenas de mediocres que,
como único valor, tienen la lealtad a un líder en función de unos determinados
intereses. El hecho de que personas de relevancia intelectual o cultural asuman
compromisos institucionales es, como decía, interesante, pues su trabajo, junto
a su marcado carácter pedagógico puede incidir en un cambio en el pensar (sobre
todo) y actuar en el marco de una actividad marcada por una oligarquía
dependiente de lo institucional.
Evidentemente, no solo los intelectuales pueden encabezar
proyectos, pero si que puede impulsar su actitud un nuevo marco de reflexión
sobre la ideología y el compromiso que, como ciudadanos, tenemos para con ese
gran objetivo histórico: el bien común.