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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

jueves, 11 de julio de 2013

Que hay de lo mio...

En una sociedad, donde el sentimiento de lo colectivo ha sido sustituido por el "yo" más radical y furibundo, es difícil hablar de lo colectivo sin caer en lo que los políticos al uso llaman "demagogia". Pero en mi opinión, una reflexión en torno al hecho colectivo nunca debería estar de más.
La retórica política ha hecho suya, a todos los niveles, la frase que en su día definió al despotismo ilustrado: todo por el pueblo...pero sin el pueblo. Nuestros representantes ( a los que con nuestro voto damos un talón en blanco para que hagan y deshagan durante cuatro años sin ningún control ni remedio) han asumido que ese despotismo, envuelto igualmente en una retórica pseudo democrática, es la mejor estrategia para preservar a esa nueva clase social de la que ellos forman parte: la clase política. A nadie deben explicaciones y de nadie reciben  consejo ( hay excepciones, evidentemente).
 Thomas Hobbes, en Leviatan, consideró al pueblo un menor de edad permanente por el que hay que tomar decisiones. Esta parece ser la máxima de la clase política, a la que no sólo le molesta, sino que irrita en grado superlativo cualquier muestra de criterio, y no digamos ya de crítica. 
En el "que hay de lo mio" se encierra una parte consustancial de la sociedad en la que desgraciadamente van a vivir nuestros hijos. El sálvese el que pueda agarrándose  a ser posible, de las faldas de los nuevos prohombres que son los cargos públicos. Si me benefician individualmente son excelentes, si me siento perjudicado o incluso contrariado, son unos ineptos. Es por eso que ellos, los elegidos, son los que deciden qué conviene a cada cual y que se hace en beneficio de la colectividad o no, quedando la enteléquia de lo común y colectivo limitada a mera retórica cuando no verdadera demagogia barata.
En el caso concreto del Ayuntamiento bajo el cual sobrevivimos, hay que decir que cumple a raja tabla los preceptos del despotismo moderno ( lo de ilustrado es cuestionable). Fomentan el individualismo, adoptan decisiones en nuestro nombre sin preguntarnos ( y sin que sea ni compromiso electoral ni político...) y se convierten en guardianes de nuestra democracia desde su torre de marfil.
Personalmente pienso que da igual si gobiernan unos u otros de los que actualmente tienen representación, pues, aunque se encuadren bajo siglas diferentes, defienden en el fondo los mismos métodos y modos porque así lo demuestran. Unos desde la pobreza de ideas más absoluta, y los otros, desde la ausencia de cualquier atisbo de ideologia ( ya digo que con salvedades muy honrosas). El ser afiliado de un partido u otro es en la actualidad como ser del Barça o del Madrid, una cuestión de gustos, que no de compromisos.
Lo verdaderamente penoso de todo esto es que, nos guste o no, dependemos de sus decisiones o de la ausencia de éstas. Depende nuestra vida y la de nuestros hijos, por lo que la necesidad de potenciar el hecho colectivo ya no es algo de interés; es una prioridad a corto y medio plazo.
Los señores déspotas envueltos en el fino manto del sistema electoral deberían darse cuenta de la miseria que existe a su alrededor y tomar medidas, si no por responsabilidad, si por puro egoísmo  ellos, sus hijos e hijas, sus amigos y demás conocidos van a disfrutar o sufrir lo que ellos hagan o dejen de hacer. Esto les debería llevar a romper con el institucionalismo aberrante que practican y, bajando a la arena de la vida real, intentar influir mínimamente, intentando mejorarla, pues en definitiva mejorarán la de los suyos y la de ellos mismos.

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