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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

martes, 11 de marzo de 2014

CORRUPCIÓN.

La corrupción política es uno de los problemas que más preocupan, estadísticamente, a la ciudadanía. Y digo lo de “estadísticamente” porque la realidad, en mi opinión es otra.

No se corresponde con esa preocupación que el partido que gobierna el Estado siga teniendo un nivel de apoyo tan importante como para seguir disputando electoralmente el poder. Y no se corresponde porque, a parte de las pruebas punibles, hay pruebas de todo tipo ( algunas de ellas solo tipificadas con sanciones administrativas cuando tenían que estar tipificadas en el Código Penal como delitos) que señalan que ese partido se ha financiado ilegalmente, ha utilizado los instrumentos del poder ( en todos los niveles) para enriquecerse ( aunque solo hubiese sido uno seria igual de grave y vergonzoso). Eso es un hecho. Igualmente es un hecho que el signo político no presupone honradez, pues en diversos lugares del Estado existen casos de enriquecimiento delictivo que señalan a diferentes organizaciones políticas. Y éstos hechos no propician una revuelta ciudadana (una revuelta democrática) porque, en mi opinión, la ciudadanía en un número importante sigue graduando la corrupción y, por consiguiente, considerando que los “pequeños incumplimientos” de la ley, no pueden ser considerados como graves, sino como “algo normal”. Porque la sociedad vive inmersa en los valores del “tanto tienes, tanto vales” y considera lícito el enriquecimiento, porque “cualquiera lo haría”, etc. Y éstas formas y modos de pensar y de actuar contra la corrupción, que parten del individualismo de la sociedad neoliberal que nos han impuesto y que hemos aceptado acriticamente,  nos deslegitiman para criticar a lo que llamamos “clase política”. Evidentemente no a todos, pero si a esa gran “mayoría silenciosa” que con su callada por respuesta está justificando y siendo copartícipe de la corrupción.

La dignidad y los principios parece que son términos que han sido desechados de nuestro vocabulario y, evidentemente de nuestra práctica social. Han sido sustituidos por el “sálvese el que pueda” de la lógica de la sociedad de la competencia extrema, de la guerra de los pobres, de la clase trabajadora que, olvidando los siglos de lucha, pide desesperadamente “ser explotada con normalidad”. Pero esos principios están presentes, no solo en la ideología de muchas personas, sino en su practica cotidiana. Esos principios que hacen sonreir a muchos y a muchas ( al no tener más argumento para contrarestarlos que el uso ambiguo e interesado de la palabra “demagogia”) son fundamentales para cambiar las cosas, para superar el estadio social y cultural donde todo vale y todo se justifica.

En nuestra vida cotidiana, es preciso recuperar la perspectiva ideológica y los valores sociales que hicieron de nuestras sociedades un lugar más digno donde vivir. Es preciso romper con la corrupción en todos sus niveles, denunciarla y luchar contra ella por muy insignificante que pueda creerse que es su repercusión. Hay que romper con la corrupción personal ( búsqueda de favores, atajos administrativos y comerciales, chanchullos diversos, etc.) porque no es ese el bagaje que tenemos obligación de transmitir a nuestros hijos e hijas, sino todo lo contrario: el de la dignidad, el de los principios, el de la humildad, el que no todo vale ni todo esta justificado en función del beneficio personal sin pensar en como repercutirá en los demás.


Esta sociedad está condenada por muchos factores, pero todos se resumen en la perdida de los valores. Si no se recupera, podremos salir de ésta y de muchas crisis, podremos cambiar gobiernos, podremos incluso ser felices en nuestro pequeño reducto de tranquilidad individual, pero, como sociedad, no tendremos ningún futuro: estaremos a expensas de los corruptos y los delincuentes.

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