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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

sábado, 22 de febrero de 2014

NINISMO POLÍTICO Y NINISMO SOCIAL

Un Ayuntamiento no es un ente aséptico, dedicado a la mera gestión de servicios. Si esto fuese así, serían prescindibles, tanto partidos como procesos electorales. La democracia política creo que es otra cosa.
Huyendo de cualquier intención academicista, es necesario adentrarse en un mal que la sociedad padece ( y no es un mal surgido de una impronta autónoma a la sociedad): el ninismo. Este mal tiene, en mi opinión, dos acepciones: el ninismo político y el ninismo ( o reduccionismo o simplismo…) social.
El ninismo, aplicado a la política, es un termino cuyo principal argumento es: ni de izquierdas, ni de derechas. La simplificación de éstos términos, negados y rechazados incluso por destacados miembros de la izquierda como algo a “superar” o superados e incluso anticuados, conlleva la desideologización de la política. Esta ausencia de ideología es uno de los logros del sistema capitalista ( eufemísticamente denominado de “economía de mercado”). Tras la caída de los regímenes que se autodenominaron del “socialismo real”, la victoria del capitalismo y del modelo de democracia liberal se irguió como vencedor ( F.Fukuyama, El fin de la historia, y el último hombre), considerando cualquier opinión fuera del contexto capitalista y de democracia liberal ( electoral) como una utopía (refiriéndose a cualquier idea política, según el, derrotada tras la caída del muro de Berlín).
Y el sistema, cuyo objetivo es el sometimiento de la población (sometimiento económico, social e ideológico), impuso la “creencia” de que lo que importaba, no era la ubicación ideológica, sino el pragmatismo de la supervivencia. Y la sociedad, “embrutecida” social, cultural y económicamente, asumió ese ninismo político como un argumento; como una tabla de salvación a la que se subieron los partidos políticos y otros movimientos sociales, extendiéndose como un “plus” de independencia y criterio autónomo abominar de las ideologías.
Evidentemente la dinámica de los partidos políticos (representantes de las ideologías, en principio) ha favorecido la actitud acrítica a través de un mensaje vacío, electoralista y falsamente pragmático (“lo que la sociedad necesita, lo que el pueblo necesita, lo que la gente pide…”)cuyo objetivo es, simplemente, seguir en el bucle, para que nada o casi nada cambie,.
Me voy a permitir citar a uno de los más “destacados” “ninistas” de nuestra historia más reciente: F.Franco, dictador, fascista y genocida, que dijo: “haced como yo, no os metais en política”. Y lo cito, simplemente con el objetivo de advertir de los peligros que el ninismo supone desde la interesada confusión entre ideologías y partidos políticos.
En cuanto al ninismo social, es una actitud que parte del ninismo político y que considera que las instituciones ya no forman parte del Poder Político, y que las elecciones son un trámite para la elección de “gestores” y no de representantes políticos (encuadrados en partidos con un programa político y una ideología).
Este reduccionismo es igualmente fruto de los “objetivos” del sistema en cuanto a imponer la percepción de que lo importante no es la ideología, sino la practica empresarial ( obviando que las decisiones que se toman son políticas, y por lo tanto, ejercicio de poder, en cuanto que, en función de las mayoría y minorías, se imponen a otros utilizando la coerción que el sistema pone a su disposición: leyes, tribunales, etc).
La posición ninista, ya sea política o social, responde a una ideología y no a un proceso racional. Es fruto de la desafección de una sociedad que considera que la “clase” política no representa verdaderamente sus intereses y que forman parte de “otra” estructura que les es ajena e incluso perjudicial.
Y esta desafección se combate con POLÍTICA y con IDEOLOGIA. Política e ideología en cuanto a la organización misma de los partidos, coaliciones y sindicatos, propiciando un debate encaminado a convertir a los partidos en entes democráticos ( horizontalidad frente a estructura piramidal) transformando las reglas de la democracia electoral en reglas abiertas, participativas, donde la participación sea algo más que el voto.

Si esa transformación no se da, y desde los mismos partidos (con las mismas estructuras y con los mismos intereses) no se propicia, corremos el peligro de una deriva populista y autoritaria, con lo que el conflicto se enconará hasta puntos irreversibles que pueden llevarnos a situaciones de “fascismo” de facto aunque se le siga llamando democracia.

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