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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

jueves, 21 de julio de 2011

PAZ VIOLENTA.


Estamos inmersos en un período absolutamente extraordinario, pero no novedoso. La transición del feudalismo al capitalismo en el siglo XVIII fue convulsa al igual que lo fueron las siguientes y sucesivas crisis del capitalismo. Evidentemente la situación socio económica de la clase trabajadora ha sido lo que ha marcado el nivel de sufrimiento de la gran mayoría de la sociedad, desembocando algunos de esos episodios críticos en revoluciones sociales.
De la revolución industrial nace el concepto de proletariado, y ya la misma revolución industrial (una revolución en la evolución y desarrollo de los medios y modos de producción y relación económica) ve nacer la primera insurrección: la comuna de parís (1871). En la Rusia feudal y atrasada de principios de siglo se producen revueltas que se resuelven con cambios en la forma de la monarquía absolutista, cambios que se profundizan años después (1917) con una revolución de corte socialista que une en los objetivos a los obreros industriales, a los campesinos y a los intelectuales. Pero si ha habido un nexo de unión en todas las insurrecciones ( aparte de su nivel de violencia), éste ha sido la instauración y consolidación (valiendose de los medios que el capitalismo pone a su disposición: medios de comunicación, etc) de un estado que, en defensa de “sus” intereses, creó  cuerpos de policía, ejércitos, etc. Al objeto de mantener bajo control  ( dentro del “orden”) a las masas trabajadoras, principales víctimas de las crisis económicas. La crisis que padecemos no es nueva ni novedosa en  cuanto a sus causas, pero si al menos lo parece  en su resolución.
El Estado, esa superestructura por todos aceptada, se ha valido de su “constitucionalidad” para cargar sobre los hombros de la clase trabajadora los platos rotos de la rapiña capitalista. Ese mismo Estado, ha utilizado, utiliza y utilizará los cuerpos “defensores del orden!” (¿qué orden?) para mantener a raya y a “salvo” , por un lado la contestación social, y por el otro, los intereses de las clases sociales que sustentan mismamente al Estado actual. Y ante ello, el pueblo se organiza de forma espontanea (15M, DRY…) con la palabra como argumento, frente a la fuerza inspirada en la defensa del capitalismo, a pesar de que los discursos de la clase política quiera confundirnos con la defensa del “orden constitucional”.
Otra de las causas de la diferencia de nuestro período de penuria y miseria creciente respecto a otros sufridos a lo largo de la historia de la humanidad, es la desideologización de la clase trabajadora. Esta pérdida de valores, perspectivas políticas y compromisos ideológicos ha venido dada por décadas en las que ha antepuesto al ser individual frente al hecho colectivo: al yo frente al nosotros. El consumo de materias y bienes considerados como “necesarios”, ha llevado a la clase trabajadora a una etapa de esclavitud moral que le impide reaccionar y revelarse de forma masiva contra las continuas agresiones que viene sufriendo: ¿ha ganado el capitalismo la batalla de las ideas?.
Y en la actual situación, no cabe otra reacción  (sin entrar en las reacciones partidarias) que la acción ciudadana. La autoorganización y el desarrollo de alternativas sociales, económicas y de consumo que demuestren al mismo sistema que el poder popular no se encuentra absolutamente derrotado y que, de paso, sirva como argumento pedagógico contra el sentimiento de sumisión y derrotismo en el que subsiste la gran mayoría de la sociedad. Alternativas financieras del tipo de cooperativas de ahorro, alternativas de consumo, cooperativas de trabajo con una estructura horizontal, etc. En definitiva, una serie de actuaciones que, poco a poco vayan  profundizando en la autoorganización de la sociedad y que den lugar a un nuevo tipo de organización política que sea mero instrumento de acción y no un fin en sí mismo (como ocurre en la actualidad, cuestión que coloca a partidos y sindicatos al “margen” de la sociedad: por encima de la sociedad).
Los movimientos sociales deben tener objetivos claros y cuestiones claras: los cambios provocados por las sucesivas crisis históricas del sistema capitalista han sido resueltas a través de la violencia, ¿o acaso el sistema no ejerce violencia continuamente contra la clase trabajadora?. Los cuerpos de seguridad del sistema velan por el cumplimiento de leyes emanadas de un parlamento dominado por los poderes económicos y no por las ideas políticas. Los bancos, sirviéndose de las leyes inspiradas por ellos mismos, ejercen violencia económica sobre los mismos sectores que antes fueron sus aliados en la obtención de pingües beneficios, por lo tanto, ¿es la actitud pasiva y pacífica el único recurso?. Ese debate debería darse, pues tenemos muchos y variados ejemplos que, a través de años de lucha ( en algunos casos, violenta), han conseguido “arrancar” del sistema la cesión de determinados derechos, y cuando no ha sido así, al menos se han sentado frente a frente y en igualdad de condiciones a negociar una salida a la confrontación. Con todo ello no es mi intención hacer un llamamiento a la violencia, pero si una reflexión en esos obreros que, sirviendo al sistema (como trabajadores) son su instrumento de opresión. Si provocar una reflexión y una reacción que pudiera ser el inicio de una revuelta en la que el pueblo, la clase trabajadora, los obreros, los campesinos explotados por intermediarios y cuotas, los policías y soldados sirviendo a un régimen opresor y explotador, se puedan plantear colectivamente la desobediencia pacífica. Eso sería un acto de “violencia pacífica” contra el sistema, que aún pareciendo una contradicción, si lo analizamos, no sería tal.
En mi opinión los desahucios, los embargos ( ya sean individuales o de países enteros como es el caso de Portugal, Irlanda y especialmente Grecia) son violencia de un sistema cuya pretensión es desandar en la historia, situando a la clase trabajadora en las mismas condiciones de la revolución industrial ( salvando los siglos) y ejerciendo de hecho un poder paralelo al democrático. Los índices de productividad, la permisividad con los bancos y entidades financieras, la anteposición de los intereses de los especuladores a los de las masas sumidas en la miseria no hacen más que demostrar que, o la revolución se inicia, o el embrutecimiento social alcanzará límites desconocidos.
Y termino. Considero que el pacifismo es la actitud, la no violencia el instrumento, pero no se puede uno arrodillar continuamente contra aquel que le golpea, sin al menos levantar la mano, y eso es lo que tiene que hacer la clase trabajadora. O eso, o renunciar a su propia existencia y asumir con orgullo las nuevas cadenas que poco a poco atenazan la vida de los y las trabajadores y trabajadoras.

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