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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

lunes, 10 de enero de 2011

DOCE IDEAS. UNO: CARLOS MULAS ( Director Fundación Ideas)

Son tod@s los que son están en el artículo publicado en el diario PÚBLICO del Domingo 9, aunque creo que falta alguna persona. No obstante parece abrirse un período de debate lo suficientemente interesante como para centrar nuestros esfuerzos en reconstruir una propuesta ideológica lo suficientemente sólida y atractiva como para volver a atraer a esas amplias capas de la sociedad que han dado la espalda a la izquierda.
Evidentemente, en un artículo no se puede teorizar con la suficiente amplitud como para plantear líneas concretas. Las ideas están claras, pero la cuestión es ¿van a servir para abrir el debate necesario?.

Carlos Mulas plantea interesantes cuestiones. En primer lugar me suscita una pregunta: ¿cual es la esencia de la socialdemocracia tradicional a la que no podemos volver?. En segundo lugar me suscita, nuevamente, otra pregunta: ¿contrato social, derechos pero con deberes?. Es una obviedad hacer hincapié en los "deberes" pues la socialdemocracia ha defendido tradicionalmente la responsabilidad como valor social, entonces ¿a qué deberes se refiere el director del principal "think-tank" del socialismo español?. Por otro lado es muy sugerente la referencia a la IGUALDAD. La frase entrecomillada en el artículo dice textualmente:
 “La igualdad es un motor de crecimiento y el intento de conquistarla abre muchos nuevos sectores económicos que generarán empleo y crecimiento”. Y esto me sugiere la reflexión del compañero Luís Gómez Lorente sobre el mismo concepto:

"Nosotros por el contrario afirmamos el valor de la igualdad por encima del principio de la libre competencia a toda costa. Nosotros creemos que la posesión de ciertos bienes imprescindibles para una vida digna tienen que ser garantizados a todos, y que si esto falla, o en la medida en que falla, entra en quiebra la legitimación moral del sistema. De ahí que nos parezca tan aborrecible el actual orden mundial, y el proceso de globalización salvaje.
La libertad económica de competir no puede ser utilizada legítimamente, como ninguna otra libertad, para destruir o reducir a lo inane las libertades reales de los otros, ni para imponer la dominación despótica de unos sobre el trabajo y/o sobre la formación de la conciencia de los otros. De otro modo, carecería de sentido el contrato social, o garantía recíproca del uso de las libertades.
Creo sinceramente, que en la evolución de la cultura occidental, y especialmente durante la modernidad, han tenido un desarrollo totalmente asimétrico los conceptos de libertad e igualdad. Se ha progresado notablemente en el concepto de libertad; incluso seguimos inventando nuevas proyecciones o derechos de la libertad individual (intimidad, propia imagen, objeción de conciencia, elección de la muerte digna, etc) todo lo cual es muy positivo. Pero en cambio parece estancado el concepto de igualdad; lo que se ha de entender por igualdad entre los seres humanos, y nos permitimos decir que es una sociedad respetuosa con la igualdad aquella que está generando de nuevo más desigualdades y un número creciente de marginados o excluidos. Si ahora preferís hablar de sociedad de los tres tercios, o de la dicotomía abismal norte-sur, decís sólo con un lenguaje más neutro lo que antes se dijo con un lenguaje más cargado de implicaciones axiológicas.
El propio movimiento feminista, tan basado en la palabra igualdad, se ha orientado hacia la igualdad formal, o igualdad de derechos y obligaciones con los varones, y todos nos felicitamos de los pasos dados en esa dirección. Pero ved también que las más recientes voces en el seno mismo del movimiento feminista son las que hablan de la discriminación y del mal trato del que son víctimas las mujeres menos letradas y menos cualificadas profesionalmente, siendo su lamentable condición indiferente al género de las personas que ejercen dominación sobre ellas.
Ya dijo Rosa Luxemburgo que no habría emancipación plena de la mujer desligando su causa de la causa de la emancipación del trabajo, y que a su vez ésta difícilmente se conseguiría sin la participación activa de la mujer en el trabajo, y en la lucha por la emancipación colectiva.
No quiero cuestionar con ello el acierto feminista de haber promovido organizaciones autónomas, cuya eficacia ha quedado bien demostrada, sino señalar los límites que tiene cualquier interpretación de la igualdad solamente referida a la igualdad de derechos, si es que esos derechos no comprenden el acceso garantizado por la sociedad a las condiciones de una vida digna, y muy en particular el derecho al trabajo, así como a la indemnización correspondiente en la situación de inactividad involuntaria.
Ahora entenderéis por qué me entristece leer en determinados manifiestos y textos programáticos que el concepto de igualdad se reduce al concepto liberal de igualdad ante la ley y de no discriminación por razón de raza, religión, condición, etc tomándose como paradigma de progreso social únicamente la idea tan de moda de "igualdad de oportunidades".
Nosotros, que debemos considerar la "igualdad de oportunidades" como un mínimo, no podemos creer que sea el paradigma de nuestras aspiraciones de igualdad.
No podemos olvidar su raíz mercantilista. Al fin y al cabo la "igualdad de oportunidades" es en el mejor de los casos igualdad de posibilidades para competir, y bien sabemos que en toda competición unos ganan y otros pierden; que el resultado de toda competición es un orden jerárquico de superioridad y de inferioridad.
Con lo cual, puede parecernos aceptable que la "igualdad de oportunidades" legitime las desigualdades necesarias y permisibles. Pero nunca podremos aceptar que el acceso a los bienes imprescindibles para una existencia digna pueda depender de ninguna lucha competitiva.
No hay "mérito" legitimo de nadie que pueda esgrimirse como título para justificar un sistema que prive a otros de lo imprescindible para vivir como personas.
El hombre puede ciertamente competir por la mayor o menor posesión de bienes materiales, intelectuales y morales. Y esto ciertamente es una forma de distribuir los bienes.
Pero el hombre también puede cooperar, y establecer una distribución racional de bienes que al menos en parte no tome como criterio de distribución el éxito en la lucha competitiva; sino la necesidad real y actual en cada momento de la vida de los seres humanos.
Compensar y equilibrar ambas formas de distribución creo que fue el gran hallazgo de la Socialdemocracia, sobre cuyos avances se basó la paz social de Europa por medio siglo. Romper con aquella línea de progreso no es modernidad, sino pura regresión, llámesele como se llame.

Creo que no basta con ser un avispado dirigente en ciernes para lanzar ideas a la ligera sin, en principio y como mínimo, analizar nuestro pasado más inmediato, con sus debes y sus haberes, desde las enormes concesiones que hemos realizado y  teniendo en cuenta las alternativas que se han puesto sobre la mesa. Teorizar sobre un "nuevo contrato social" cuando una gran parte de la sociedad se nos ha hecho agena, es un brindis al sol demasiado frívolo para un dirigente socialista ( al menos que queramos seguir planteando ideas vacías a una sociedad vaciada de contenido "gracias" a nuestra propia dejadez en el trabajo político, la profesionalización de la política y la utilización torticera del concepto de democracia en su versión unilateral de "representativa").

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