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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

lunes, 27 de diciembre de 2010

LOS POLÍTICOS NECESARIOS. POR RAFAEL GARCÍA RICO.

 
Nos quedamos sin ideas, sin propuestas inteligentes, y nos llenamos de administradores.

No creo que Pablo Iglesias aceptara nunca la idea de ser un “político”. Ni él, ni los grandes maestros de las ideas y de la acción que lo acompañaron en los momentos originarios del socialismo en España. Conservaron su naturaleza profesional: se distinguían por sus oficios, no por sus cargos. Se reconocían por sus características gremiales, no por el falso y provinciano boato de la liturgia política de la Restauración. El XIX había dado grandes políticos en España, que se reconocían antes como militares que como burócratas, así que en las postrimerías del siglo accidentado, se mantuvo la costumbre.

Hubo socialistas que eran intelectuales, como Fernando de los Ríos y hubo otros como Prieto y Largo que, surgidos de la fibra más sólida del movimiento obrero, jamás renunciaron a su condición de clase para ser parte de eso que ahora, con terrible nadería, hacen llamar “clase política”. Margarita Nelken era crítica de arte, escritora, feminista y periodista. Tantos otros en la República profesaban oficios obreros tan nobles como nobles eran las tareas universitarias de otros. De Azaña, republicano de izquierda, conservamos su Velada en Benicarló y su Jardín de los Frailes.

Los políticos de la Transición eran audaces, sagaces: jugaban a los naipes con nuestro destino. No eran mediopensionistas: estaban volcados. Ya fuera por la ambición de Suárez, la veteranía de Carrillo, el orgullo de Pujol, o el carisma de González. Era una sabia distinta de la republicana; diferente porque carecía de aquella profundidad emocional, de su teatralidad, de su elegancia dialéctica.

Pero era eficaz porque movía conciencias en torno a ideas. Ideas que se diluyeron en personalismos que llamados liderazgos fueron útiles cuando el liderazgo era real, pero pasado ese momento sólo quedó la farsa: el personalismo que sin liderazgo sólo es una suerte de adulteración de la inteligencia que se nos supone.

Y ahí andamos. Los periodistas de la Corte hablan continuamente de la “clase política”. Algo que a Marx o a cualquier científico social pondría de los nervios. Pablo Iglesias, tipógrafo, no hubiera entendido que quisieran asimilarle a los políticos de derechas por el hecho de hacer política; porque él si que la hacía de clase: de la clase obrera, el sujeto revolucionario. No me gustan los que maquillan su juventud para ser políticos de postín. Me interesa la política y me motivan las ideas. Como dice Tomás Gómez, hay que estar en la política, no ser un político. Nos quedamos sin ideas, sin propuestas inteligentes, y nos llenamos de administradores y de cargos.

No me gustan los políticos de oficio que ni siquiera hacen bien su trabajo burocrático y de administración. La crisis ha dejado a muchos expuestos a su propia realidad, y hemos descubierto que dentro del maletín sólo llevaban un bocadillo para el almuerzo y un coche de carreras para jugar en el recreo. Necesitamos algo más de inteligencia, conocimiento, madurez, cultura, corazón, del talento natural —del que no se enseña— y no impostado que hay que traer puesto antes de asumir representarnos a los demás. Así es.

Deberían mirar cómo eran los suyos para saber cómo deben ser ellos, como hace la derecha sin complejos, tan franquista ella.

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