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EL HERMANO PEQUEÑO DE RECUPERANDO IDEAS.

lunes, 26 de julio de 2010

EL CAMBIO DEL SISTEMA PRODUCTIVO Y EL CAMBIO DEL SISTEMA DE VALORES

Antonio García Santesmases. Catedrático de Filosofía Política de la UNED.

Continuamente oímos hablar de la necesidad de un cambio del modelo productivo, un cambio que debería afectar tanto a nuestro país como a la economía internacional; un cambio que debería afectar tanto a las estructuras económico-financieras como al sistema de valores que ha imperado hasta la crisis de septiembre del 2.008. Me propongo analizar algunos de los problemas que están en juego en esta pretensión de transformar el sistema productivo y de reformar el conjunto de valores que presiden nuestra sociedad. Para ello me parece imprescindible volver la mirada al pasado para no quedar atrapados por la tiranía del instante inmediato. Esta mirada exige analizar los elementos que han sido puestos en cuestión en los últimos tiempos. Dividiré la exposición en los siguientes puntos:1) la relación entre política-economía y moral antes de la segunda guerra mundial; 2) el modelo del Estado del bienestar y sus críticos ; 3) el impacto del neoliberalismo y de la globalización capitalista; y, por último 4) la crisis actual y sus alternativas económicas y ético-políticas.

DE LOS FELICES AÑOS VEINTE AL SIGLO DE LOS EXTREMOS.

Como sabemos son muchos los autores que sostienen que el siglo veinte comienza en 1.914 con la primera guerra mundial (otros dirán en 1.917 con la revolución de octubre) y concluye en 1.989 con la caída del muro de Berlín (otros preferirán la fecha de 1.991 cuando se produce la desaparición de la Unión soviética)

Al señalar estas fechas se trata de mostrar que el largo siglo diecinueve- que va desde la revolución francesa hasta la primera guerra mundial- había concluido más tarde que lo que marca el calendario. Concluía también todo un mundo en el que se pensaba que era posible transitar al socialismo heredando lo mejor del liberalismo. Aquel mundo bernsteiniano basado en la suposición de que un partido democrático de reformas sociales iría consiguiendo transformar lenta y pausadamente el capitalismo saltaba por los aires.

Los años veinte traerán el impacto de una nueva sensibilidad político-moral donde comienza a fraguarse una crítica implacable al liberalismo, comienza a consolidarse la sustitución de la religión por la nación como forma de pertenencia y comienza a aparecer también una atracción irresistible por la violencia. Muchas de las aberraciones que se vivirán en los años treinta, con la expansión del nazismo y del fascismo, tienen su origen en esta crítica irracional, desproporcionada, extremista a los valores ilustrados. Tras el fracaso de la extensión de la revolución de octubre a los países capitalistas avanzados va avanzando la perspectiva contrarrevolucionaria que arrumbará con lo mejor de la tradición de la socialdemocracia europea. Lo ocurrido en Italia y en Alemania, con el fascismo y con el nazismo, marcará la vida de miles y miles de ciudadanos europeos; unas vidas marcadas por una política de destrucción de las instituciones que había ido creando el movimiento obrero con un gran esfuerzo y un gran sacrificio.

Para aquellas generaciones de socialistas los valores formaban un corpus propio, alternativo a la sociedad existente. Los trabajadores habían ido construyendo una forma de existencia alternativa a la sociedad existente, habían creado una suerte de contrasociedad que les acompañaba de la cuna a la tumba. La existencia de un movimiento obrero que seguía apostando por articular tanto un discurso sindical como un discurso político era la clave. Este movimiento obrero establecía alianzas con los sectores de la burguesía progresista para extender la educación pública y para consolidar los valores de la ilustración laica.

Aquel movimiento socialista seguía apostando por transformar de raíz la sociedad capitalista y en ese sentido seguía dando la razón a Kautsky frente a Bernstein; para conseguir que ese día llegara era imprescindible ir acumulando fuerzas hasta que la toma del poder propiciara la apropiación colectiva de los medios de producción y su gestión democrática. Los valores igualitarios requerían de la socialización de los medios de producción. Para acabar con la barbarie capitalista era imprescindible implantar el socialismo como alternativa civilizatoria.

EL ESTADO DEL BIENESTAR Y SUS CRITICOS.

Si el movimiento obrero anterior a la segunda guerra mundial era anticapitalista y se movía en un mundo en el que la politización integral de la existencia marcaba todos los ámbitos de la vida social, la situación cambia radicalmente después de la segunda guerra mundial. Es un momento histórico que ahora añoramos a la vista de los resultados del neoliberalismo; un momento en el que se produce un gran pacto histórico entre el capital y los trabajadores, entre los empresarios y los sindicatos.

Un gran pacto auspiciado por distintas fuerzas políticas. Por liberales progresistas, por socialdemócratas, por conservadores compasivos, por comunistas antifascistas, y socialcristianos. Todas estas fuerzas consideran que el Estado liberal no podía volver después de la segunda guerra mundial, no se podía volver a la desigualdad social de los años veinte ni a la existencia de las dos naciones dentro de la misma nación. Había que cambiar. Era imprescindible, por ello, lograr un acuerdo que permitiera garantizar el pleno empleo y era imprescindible lograr que los trabajadores accedieran a la condición de ciudadanos garantizando el derecho a la salud, el derecho a la educación, la cobertura de desempleo, la regulación del mercado de trabajo y el poder de los sindicatos.

Los valores en los que se fundaba ese modelo remitían a una combinación paradójica entre la igualdad de oportunidades y la apatía política. Son valores en los que primaba el consenso entre las partes, el acuerdo entre las corporaciones y la necesidad de dejar fuera de la agenda política temas conflictivos como el modelo de crecimiento económico, los marcos de la política internacional y los valores vinculados al consumismo.

Por ello es muy importante, para analizar lo que hoy nos está pasando, recordar que el Estado del bienestar recibió desde el principio una crítica muy fuerte; una crítica que venía de la derecha económica neoliberal en aquel momento muy minoritaria. Era más relevante la crítica que desde la izquierda advertía de los peligros de la sociedad de consumo, que advertía igualmente de que era necesario respetar los equilibrios ecológicos y que señalaba la necesidad de prever los efectos de la revolución tecnológica sobre el empleo futuro.

Creo por ello que no tienen razón los que dicen que nadie avisó acerca de la necesidad de ir creando un nuevo sistema de valores que permitiera ser más respetuosos con el medio ambiente y comenzar a pensar en la necesidad de combinar la identidad laboral con valores posteconomicistas. Si volvemos a leer obras como las de A.Gorz vemos que este planteamiento tenía una enorme relevancia en los años sesenta del siglo pasado. Estábamos ante la propuesta de una nueva izquierda que no quería quedar atrapada por la dicotomía entre una socialdemocracia consumista y eurocéntrica y un mundo comunista que había perdido toda capacidad de atracción desde que se conocieron los crímenes del estalinismo. La generación del 68 vivió con intensidad los límites de las democracias liberales y el espanto de la invasión de los tanques soviéticos en Praga.

Algunos miran hoy con asombro aquellas reivindicaciones del post68; las consideran llenas de buena voluntad y de ingenuidad; es evidente que lo ocurrido después hace que veamos los años de expansión del Estado del bienestar como los mejores años del siglo veinte pero tampoco podemos olvidar que aquellos valores igualitarios, redistributivos, optimistas, sólo se daban en Europa Occidental. ¿Podría sobrevivir ese modelo social sin atender a los problemas de la sociedad internacional?, ¿No era acaso imprescindible un diálogo Norte-Sur?; ¿podía perpetuarse aquel modelo de crecimiento económico sin tener en cuenta las consecuencias ecológicas?; ¿era posible mantener la solidaridad y seguir fomentando el consumismo?

EL IMPACTO DEL NEOLIBERALISMO.

La crítica de izquierdas al Estado del bienestar era una crítica que recogía lo mejor del pensamiento libertario, una crítica que quería ir más allá de la democracia liberal, que quería extender la democracia a la vida cotidiana, que apostaba por una democracia que no se quedara a las puertas de la fábrica. Pero no fue ese camino utópico el que siguió el mundo europeo.

El proyecto neoliberal marcó un camino muy distinto. Se trataba de defender la libertad, pero era la libertad del fuerte frente al débil, la libertad del mercado frente al Estado, de lo privado frente a lo público, del empresario frente al sindicato. Y así ocurrió que valores que habían sido defendidos por la nueva izquierda como el valor de la tolerancia, de la creatividad, de la capacidad de experimentar, fueron traducidos por el neoliberalismo a través de programas que defendían la flexibilidad del mercado de trabajo, la incertidumbre acerca del futuro y la creatividad empresarial de los nuevos emprendedores.

Esta involución se produjo porque se logró cambiar el sistema de valores de la cultura política de las democracias liberales. Los valores del movimiento obrero anterior a la segunda guerra mundial eran valores anticapitalistas; los sindicatos posteriores a la guerra estaban dispuestos a llegar un acuerdo, a propiciar un consenso, a facilitar la concertación social. Pero el consenso, el acuerdo, la concertación, sólo son posibles cuando los empresarios y las fuerzas del capital consideran imprescindible sentarse a negociar, reducir parte de sus riquezas a través de la política fiscal y propiciar una redistribución de la riqueza y una disminución de las desigualdades.

Todo esto es lo que no ha ocurrido en la época del neoliberalismo. Se han aumentado las desigualdades, se ha producido un incremento en la riqueza del capital y se han minado decisivamente los valores de la solidaridad. Habiendo combatido en la misma trinchera en la segunda guerra mundial era difícil volver en 1945 a las dos naciones, pero a partir de 1.978 se fue construyendo una sociedad de dos tercios. Una sociedad que abandonaba a su suerte a un tercio de los trabajadores que engrosaban el paro, que eran reconvertidos tempranamente, que conectaban con los excluidos social y culturalmente. Entre el sector de los grandes propietarios de los medios de producción, de las élites comunicativas y de los grandes ídolos deportivos y el mundo de la exclusión social, de los trabajadores precarios, de los inmigrantes, en medio están y siguen estando las clases medias con empleo fijo, los profesionales de los servicios públicos, los trabajadores cubiertos por los convenios y representados por los sindicatos.

Ese sector medio sufre desde aquellos años ochenta una auténtica campaña mediática para abandonar a su suerte al tercer sector, para convencerse de que los que han caído en desgracia es porque no han sabido utilizar adecuadamente sus talentos, para imponer la política de salvaguardar los privilegios cada vez más menguantes de los que saben competir y disputar las oportunidades que a todos ofrece una sociedad abierta. El abandono de las políticas de solidaridad universalista va unido a la propuesta de pasar a participar de los beneficios del capitalismo popular, de los que no llegan a formar parte del primer sector, pero pueden recoger algunos de sus beneficios materiales más tangibles.

LAS ALTERNATIVAS EN EL MOMENTO ACTUAL.

Este enfoque neoliberal ha ido cimentando hasta tal punto el mundo de los valores que no será sencillo encontrar una respuesta adecuada a la crisis actual. Aparentemente todo juega a favor de las alternativas progresistas y por ello de la izquierda en el siglo veintiuno. Es un hecho que los pensadores que habían advertido de los peligros de una globalización desbocada han comenzado a ser escuchados pero, más allá de proclamas favorables a un control de los sistemas financieros, subyace un debate sobre valores que remite a la historia que hemos intentado sintetizar.

No es cierto que la izquierda no haya intentado poner valores encima de la mesa; el problema es otro; el problema es que son valores que no son hoy hegemónicos. Veamos algunos ejemplos para terminar:

1) La izquierda defiende valores respetuosos con los derechos cívicos, con las distintas formas de identidad sexual y al hacerlo choca con los valores del fundamentalismo religioso. Lo que Ratzinger llama la dictadura del relativismo se podría traducir por la apuesta por la permisividad frente a los residuos de la teocracia. La cosa es bastante más compleja pero en este primer punto- al menos en nuestro país- el laicismo liberal gana claramente al neoconservadurismo moral.

2) La izquierda defiende valores vinculados a una nueva lectura de la nación. Son valores que apuestan por el federalismo y por la interculturalidad, son valores que luchan contra los nacionalismos que han condicionado el mapa español durante décadas, contra el nacionalismo conservador español y contra el nacionalismo etnicista. En este campo no está nada claro que la izquierda pueda acabar imponiendo su hegemonía. No cabe duda que la lealtad federal es más respetuosa con la diversidad y con el pluralismo que el estatalismo nacionalista o que el etnicismo pero los dos nacionalismos saben tocar las emociones con mayor capacidad de lo que hace la izquierda ilustrada y cosmopolita, más cercana al federalismo.

3) La izquierda apuesta por una relación no conflictiva con los trabajadores inmigrantes; apuesta por políticas de integración que permitan superar los males de las políticas comunitaristas y de las políticas asmilacionistas. Aquí, como en el caso del federalismo, volvemos a chocar con el mismo problema. La ciudadanía intercultural que apuestan por superar los males de un republicanismo homogeneizador y de un multiculturalismo disgregador parece la mejor opción ya que trata de preservar la necesidad de un vínculo moral entre todos los ciudadanos, un vinculo que permita preservar la unidad y ser respetuoso con la diversidad. Frente a esta posición el nacional-chauvismo, el miedo al extranjero, puede ir dejando en minoría toda proclama de solidaridad con los trabajadores inmigrantes.

4) Si el laicismo liberal parece ganar al neoconservadurismo moral no parece que sea el caso del federalismo frente a los nacionalismos o de la interculturalidad frente a los defensores de la identidad nacional. Todo ello es así, a mi juicio, porque los defensores de una nación sin complejos, de una identidad sin macula, saben que están operando en un terreno extraordinariamente propicio a sus proclamas. Estamos ante un universo emocional atravesado por los miedos, las incertidumbres y las angustias, de los trabajadores autóctonos que pueden ver con simpatía el laicismo, el federalismo o la interculturalidad, pero no saben lo que pasará mañana, no tienen seguridad en el puesto de trabajo, han perdido la confianza en el futuro y piensan que sus hijos pueden vivir peor que ellos.

Aquí es donde tenemos el gran problema del futuro del socialismo, de la izquierda y de los valores del republicanismo laico y del federalismo intercultural. El problema está en que hemos ido poniendo valores encima de la mesa (laicidad, federalismo, interculturalidad, solidaridad) pero las transformaciones del sistema productivo van disminuyendo el papel de las instituciones que habían desarrollado hasta ahora esta tarea de transmitir valores igualitarios, de compensar los excesos del capitalismo, de evitar los peligros de un sistema productivo depredador.

Las instituciones fundamentales para la izquierda durante décadas han sido los sindicatos y la escuela pública. Si queremos saber si las respuestas de la izquierda pueden acabar imponiéndose tenemos que hacer dos cosas. La primera es analizar con cuidado la forma en que el neoliberalismo económico, el neoconservadurismo moral y el neoimperialismo internacional han ido conformando una alianza política, económica y moral extraordinariamente potente.

Bien es cierto que aún coincidiendo en el diagnóstico no todos los sectores de izquierda han propiciado las mismas respuestas; podríamos subrayar tres estrategias políticas. En el primer caso se trata de aproximarse al máximo a las posiciones conservadoras y defender que cabe una opción intermedia entre el mundo keynesiano y el mundo neoliberal. Estamos ante el social-liberalismo, ante lo que se ha denominado tercera vía.

En segundo lugar ha aparecido una izquierda más centrada en la defensa de los derechos económico-sociales, en los derechos al trabajo, a la regulación del mercado de trabajo, al mantenimiento de los sistemas de protección social. Es la izquierda que representan los sindicatos y que tiene el gran problema de no ser capaz de recoger las preocupaciones de los que están fuera del mercado laboral, los que están sumergidos, los que permanecen invisibles, sin representación, sin participación, sin identidad.

Cabe, por último, una izquierda más internacionalista, más vinculada a las preocupaciones por el cambio climático, por el mundo del desarrollo sostenible, del comercio justo, del consumo responsable, de la necesidad de buscar alternativas en el tiempo de ocio. Es una izquierda vinculada a sectores radicales de clase media.

Sólo siendo capaces de comprender los miedos de los que se ven cerca el paro o ya lo están sufriendo, de los que son invisibles socialmente pero transitan por nuestras calles y de lo que recogen lo mejor de los sueños utópicos de los años sesenta… sólo observando ese mundo complejo e intentando articular sus reivindicaciones podremos lograr que una alternativa ético-política de izquierda vaya arraigando frente al mundo liberal-conservador hoy dominante.

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